1895. A las 12 horas del 29 de Marzo nace Ernst Jünger en Heildelberg.
Su madre es originaria de Franconia, su padre -farmacéutico y químico-
de Baja Sajonia. Es el primogénito de siete hijos; dos morirán
a corta edad y sólo una hermana y dos hermanos llegarán
a la edad adulta. de entre ellos el más célebre es Friedrich
Georg, escritor, poeta y filósofo.
1913. Se fuga a la
Legión Extranjera pasando por Metz, Verdún, Marsella, Orán
y Sidi Bel Abbès (esta experiencia la reelaborará veinte
años más tarde en Juegos africanos). Los esfuerzos
de su padre consiguieron repatriarlo sin más consecuencias legales.
Su padre le promete no oponerse a su gusto por la aventura siempre que
acabe el bachillerato.
1914. Jünger
aprueba su bachillerato e inmediatamente se alista como voluntario en
73º Regimiento de fusileros. Durante toda la Primera Guerra mundial
combate en el frente de Francia, siendo herido catorce veces. Es condecorado
con la más alta distinción , la orden "Al mérito"
(creada por Federico II y suprimida por Hitler). Termina la guerra como
teniente en las tropas de choque.
1920. Siguiendo el
consejo de su padre edita por su cuenta Tempestades de acero. La
obra, basada en sus diarios de guerra, tiene un enorme éxito. Durante
la tentativa de putsch de Kapp se encarga, por orden de su superior
el mayor von Stüpnagel, de matener el orden y evitar los enfrentamientos.
1923. Abandona la
armada y comienza en Leipzig estudios de zoología y filosofía.
1925. Matrimonio con
Greta von Jeinsen, de la que tendrá dos hijos. Publica sus primeros
artículos en El Estandarte, suplemento de una revista de
excombatientes.
1927. Se instala en
Berlín. Colabora en numerosos periódicos nacionalistas y
frecuenta los círculos nacionalistas revolucionarios. Entra en
contacto con Ernst Niekish, fundador del movimiento "nacional bolchevique"
(arrestado por la Gestapo en 1937, ingresará en un campo de concentración
del que no saldrá hasta 1945, medio ciego y paralizado).
1929. Viaje a Sicilia.
En adelante sus viajes será numerosos: Baleares, Dalmacia, Noruega,
Brasil, Marruecos, Canarias, París, etc..
1931. Inicia su relación
epistolar con Martin Heidegger. Lecturas de Nietzsche y Dostoievski. Vana
tentativa de Goebbels por atraerlo al partido nazi.
1932. Publicación
de El trabajador. Esta obra, de resonancias nietzscheanas, ejercerá
una gran influencia sobre Heidegger, en concreto en torno al tema de la
técnica y el nihilismo.
1933. Hitler accede
al poder. Jünger rechaza la oferta de entrar en la Academia alemana
de poesía, dominada por los nazis. La Gestapo entra en su casa
en busca de cartas del anarquista Mühsam. Se retira a la pequeña
ciudad de Goslar, donde se dedica a estudios de entomología.
1936. Se instala en
Überlingen, al lado del lago Constanza. Al año siguiente viaja
a París deonde se encuentra con A. Gide y Julien Green.
1939-45. Se intala
en Kirchhorst, cerca de Hannover. Escribe y publica Sobre los acantilados
de mármol, que se convertirá en una Biblia anti-nazi.
La obra narra la destrucción de un lugar donde tiene su sede una
especie de orden religiosa depositaria de antiguos secretos, por obra
de un dictador, el Gran Guardabosque, encarnación de una voluntad
de poder bárbara.
Participa en la campaña de Francia. Gracias a su amigo el general
Speidel -hostil a Hitler- se ocupa, por orden del Estado mayor de París,
de controlar el correo militar. Frecuenta los círculos militares
opuestos a Hitler. Es enviado por ellos al frente del Cáucaso para
sondear las reacciones de los oficiales ante un posible golpe contra Hitler.
Aunque no era partidario de un atentado contra la vida del distador, si
que estuvo al tanto de los preparativos. Cuando el atentado tuvo lugar,
fue seguido de una sangienta purga de las SS, tanto en Francia como en
Alemania. Jünger es obligado a dejar el ejército (su sospecha
es que con ello pretendian hacerle comparecer ante el Tribunal popular
nazi acusado de alta traición).
En febrero de 1944 su hijo Ernst es detenido por sus opiniones contrarias
al régimen hitleriano. Consigue liberarle, pero, como castigo,
es enviado al frente italiano y muere el 24 de noviembre en Carrara. Jünger
dirá que la muerte de su hijo divide su vida en dos épocas
diferentes.
Escribe La Paz, que circulará clandestinamente hasta 1945. Durante
toda la Segunda Guerra Mundial escribe su diario, luego publicado bajo
el título de Radiaciones (en la traducción de Andrés
Sánchez Pascual).
Al final de la guerra es acusado por los intelectuales comunistas de favorecer,
con algunos de sus escritos, el régimen nazi. Se opone a todo proceso
de desnazificación. Bertolt Brecht, al igual que en otra ocasión
Hitler, pedirá a sus camaradas de partido que le dejen tranquilo.
BIBLIOGRAFÍA :
-Tempestades de
acero (traducción de Andrés Sánchez Pascual),Tusquets,
Barcelona, 1987.
-El trabajador. Dominio y figura (traducción de Andrés
Sánchez Pascual), Tusquets, Barcelona, 1990.
-Jocs africans (traducció de Marta Pera), Edicions 62, Barcelona,
1988.
-Juegos africanos, Guadarrama, Barcelona, 1970.
-En els espadats de marbre (traducció de Francesca Martínez),
Edicions 62, Barcelona, 1990.
-Sobre los acantilados de mármol (traducción de Tristán
La Rosa), Destino, Barcelona, 1986 (Círculo de Lectores, Barcelona,
1990).
-Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial, 2 vol. (traducción
de Andrés Sánchez Pascual), Tusquets, Barcelona, 1989-1992.
-Diaris de París (traducció de Joan Fontcuberta Gel),
Edicions 62, Barcelona, 1993.
-Diario de guerra y de ocupación (1939-1948), Plaza y Janés,
Barcelona 1972.
-Heliópolis (traducción de Marciano Villanueva),
Seix Barral, Barcelona, 1987.
-Acerca del nihilismo [E. Jünger, Sobre la línea /
M. Heidegger, Hacia la pregunta del ser] (traducción de J.L. Molinuevo),
Paidós, Barcelona, 1994.
-La Emboscadura (traducción de Andrés Sánchez
Pascual), Tusquets, Barcelona, 1988.
-Visita a Godenholm (traducción de Juan Conesa Sánchez),
Alianza, Madrid, 1987.
-El libro del reloj de arena (traducción de Pilar Giralt),
Argos Vergara, Barcelona, 1985.
-Abejas de cristal (versión española de León
Mames), Alianza, Madrid, 1985.
-Eumeswil (traducción de Marciano Villanueva), Seix Barral,
Barcelona, 1981.
-El autor y la escritura, Gedisa, Barcelona, 1987.
-El problema de Aladino (traducción e introducción
de Juan Conesa), Cátedra, Madrid, 1987.
-El problema d'Aladí (traducció de Núria Roig),
Enciclopèdia Catalana, Barcelona, 1990.
-El tirachinas (traducción de Juan José del Solar),
Tusquets, Barcelona, 1987.
-Un encuentro peligroso (traducción de Ana Mª de la
Fuente), Seix Barral, Barcelona, 1988.
-La tijera (traducción de Andrés Sánchez Pascual),Tusquets,
Barcelona, 1993.
-Radiaciones. Vol.3. Corren los setenta [1965-1970] (traducción
de Andrés Sánchez Pascual), Tusquets, Barcelona, 1995.
-Los titanes venideros (traducción de Atilio Pentimalli),
Península, Barcelona, 1998.
-Acercamientos. Drogas y ebriedad (traducción de Enrique
Ocaña), Tusquets, Barcelona, 2000.
-Julien Hervier, Conversaciones con Ernst Jünger, F.C.E.,
México, 1990.
-Emilio Bosque, Heroísmo y razón en Ernst Jünger,
Universidad de Salamanca, Secretariado de Publicaciones, Salamanca, 1990.
-José Luis Molinuevo, La estética de lo originario en
Jünger, Tecnos, Madrid, 1994.
-Banine, Ernst Jünger aux faces multiples, L'Age d'Homme,
Lausanne (Suisse), 1989.
-Ernst Jünger. Cent ans d'Histoire, Magazine Littéraire,
nº 326 - Novembre, 1994.
ERNST
JÜNGER : LA MIRADA DE UN SIGLO
Los
asesinatos, las guerras, las atrocidades, no están fuera
del plan. Pero sí están fuera de la ley. En este sentido
es cierto que la historia es una cadena de violaciones, una cadena
que sólo subsiste gracias a una serie de actos de la gracia.
Éste es el gran tema del Antiguo Testamento.
También
en los Estados existe la necesidad de la naturaleza; pero, junto
con el conocimiento, se ha establecido la culpa. De ahí que
un hecho pueda ser a la vez necesario según la naturaleza
y culpable según la ley. Para salvar esta diferencia, que
nos aniquilaría en la Esencia suprema, está el tesoro
del sacrificio. Éste es el tema del Nuevo Testamento.
E. Jünger, Heliópolis
Son
muchos los acontecimientos que unos ojos centenarios han podido ver, y
más, si como los de Ernst Jünger (nacido el 29 de Marzo de
1895), han sido cultivados en la "caza sutil". Su pasión
por la entomología -que, por otro lado, le ha otorgado la inmortalidad
de unir su nombre al de dos insectos: la Cincindela juengeri y
la Trachydora juengeri- ha hecho de él un experto en la
observación de los secretos de la naturaleza. Afín a la
obra de Goethe y a la sensibilidad romántica, ve en cada elemento
de la naturaleza el reflejo de sus enigmas. Su mirada no es la del científico
positivista, ni la del moralista, es más bien la del descifrador
de jeroglíficos («Lo que importa es percibir, no la solución,
sino el enigma»). Percibir y descifrar lo que acontece, aunque
su acontecer no sea todavía manifiesto para ojos más tímidos,
es la tarea a la que Jünger se entrega en todas sus obras, sean éstas
ensayos, anotaciones de viajes, diarios, recuerdos o novelas.
Es este carácter escrutador de su mirada lo que hace de su escritura
una fría disección de la que está ausente todo gran
gesto moral («Nuestra tarea consiste en ver, no en valorar»).
No es extraño, pues, que, como él mismo reconoce, sea un
autor permanentemente "bajo sospecha". Y es que se trata de
un escritor que no gusta de permanecer en reservas protegidas, sino que
se arriesga a "cazar" en espacios libre, aceptando sus peligros
y, entre ellos, el de convertirse él mismo en objeto de caza (El
autor y la escritura, 1981).
Ya en el año 30 recibió el severo reproche de Walter Benjamin:
«Tras Jünger y sus amigos se esconde no sólo un molde
doctrinario sino un misticismo francamente molesto [misticismo de la guerra]
sea cual fuere el criterio de pensamiento viril con que se lo mida»
(Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Taurus,
pág. 48). El reproche aparece después de la publicación
de La movilización total en una obra colectiva de ensayos
(Guerra y Guerreros), editada por el mismo Jünger. En ella
reflexiona sobre los cambios producidos en Europa después de la
Guerra del 14, fecha que inaugura una nueva época.
Pero será El Trabajador (1932) la que dé lugar a
una mayor polémica. Considerada por unos su gran obra, en la línea
de Nietzsche y Spengler (Heidegger le dedicó un seminario durante
el curso 1939-40), otros la tachan de propaganda de un sistema antihumano
(decir nacional-socialista sería ignorar su repulsión aristocrática
por este sistema canalla). En cualquier caso merece la pena detenerse
en ella, pues nos permite delimitar el territorio que la mirada de Jünger
ilumina.
La obra describe la aparición en el siglo XX de una nueva Figura
otorgadora de sentido, de un nuevo poder configurador de lo real: el Trabajador.
La figura del trabajador, que no debe ser entendida como clase
social, representa una fuerza generadora de orden, una voluntad de poder
en el sentido nietzscheano: sólo en el marco abierto por su dominio
cabe preguntarse por la verdad, la belleza, el bien y la justicia. El
modo en que el trabajador se relaciona con la realidad es la técnica.
Ésta no es un poder neutral, no es un mero instrumento al servicio
del progreso, es la manera en que el trabajador moviliza el mundo y lo
domina. Su primera fase es destructiva, ningún valor, ninguna fe
es capaz de oponerle resistencia; de ahí que su esencia parezca
ser de naturaleza nihilista. Pero su evolución no es ilimitada,
tiene su clausura en la formación de un nuevo orden acorde con
la figura del trabajador («La meta de la técnica es la
espiritualización de la Tierra»). Al decir de Heidegger,
Jünger peca aquí de optimismo al pronosticar este sobrepasamiento
de la línea del nihilismo.
En La Tijera (1990) vuelve sobre estos temas y también aquí
conjetura que el siglo XXI será el siglo de los titanes, de la
técnica, mientras que el siglo XXII será el del retorno
de los dioses en el sentido de Höderlin.
El mundo de los titanes exige que el poder planetario de
la técnica vaya acompañado de un derecho a la medida,
es decir, exige la formación de un Estado mundial. Dicho Estado
deja obsoletos los Estados nacionales, al abarcar un territorio que «no
es un territorio nacional, por muy grande que sea, sino que es la Tierra
misma. Su soberano no es este o aquel pueblo, sino que es el ser humano
como tal». No es, pues, fruto de un acuerdo entre las naciones,
sino que posee más bien un carácter imperial. A este tema
, que reaparece en muchos de sus escritos (así en su novela Eumeswil
-1977- sitúa la acción cuando este Estado planetario se
ha disgregado en una multiplicidad de pequeños estados), le dedicó
en 1960 un ensayo: El Estado universal.
Aunque la figura del trabajador es la fuerza dominante en esta edad de
los titanes, Jünger también refiere en sus escritos otros
tipos humanos posibles: el soldado desconocido, el emboscado y el anarca
(un estudio detallado de estas figuras se encuentra en La estética
de lo originario en Jünger de J.L. Molinuevo, editorial Tecnos).
El primero, el soldado desconocido, surge del enfrentamiento con
el poder destructivo de la técnica en la guerra moderna. Su figura
queda patente en Tempestades de acero (su primera edición
data de 1920, la definitiva de 1961), novela que, situada en las trincheras
de la Primera Guerra mundial, narra el nacimiento del siglo XX (de ahí
que sea una buena introducción a la lectura de El Trabajador).
El emboscado y el anarca, que se sitúan en la misma
línea, representan la contrafigura del trabajador, el espacio de
libertad que cabe en la totalidad impuesta por esta figura titánica.
En La emboscadura (1951) escribe Jünger: «mediante
la emboscadura proclama el hombre su voluntad de depender de su propia
fuerza y afirmarse en ella sola». El bosque es interior; no
debe ser confundido el emboscado con el anarquista que lucha contra el
mundo de las máquinas. Más bien el emboscado participa de
la distancia que el anarca establece con el mundo, con el poder. Por eso
puede, como el héroe de Eumeswil -el historiador Venator-,
mantener su libertad incluso en el propio palacio del dictador (estas
relaciones entre el individuo y el poder son tratadas también en
otra de sus novelas: Heliópolis, 1949). El anarquista necesita
de la sociedad, pues su intención es mejorarla; el anarca carece
de intenciones, su fuerza reside en su independencia interior, es el "único"
del que habla Stirner.
Frente al nihilismo activo, destructor, que emerge en el siglo
XX, sólo una respuesta es posible: el viaje interior, que pone
a resguardo de la aniquilación las fuentes de lo humano que la
tradición nos ha legado. No en otro sentido se definía Jünger
como «anarquista conservador». Y es que en definitiva se trata
siempre de lo mismo, eso mismo que Sobre los acantilados de mármol
narra: la eterna lucha entre la barbarie y la fuerza civilizadora. Claro,
que no siempre es fácil distinguir dónde se encuentra cada
uno.
EN EL CENTENARIO
DE HERR JÜNGER : 1895-1995
Cien años
atrás, a las 12 horas del 29 de Marzo en Heildelberg, Ernst Jünger
vino a este mundo. Pronto su corazón aventurero -título
también de una de sus obras- le lleva a fugarse de su casa y alistarse
en la Legión Extranjera. Tenía 18 años. Los esfuerzos
de su padre permitieron su repatriación. Sin embargo su amor por
la aventura no se vio defraudado; la "historia" del siglo XX
se encargó de ello. Además nunca renunció a sus viajes,
e incluso experimentó con otros tipos de "viajes", aquellos
que las drogas posibilitan. Usó de ellas como llaves para acceder
a otras "puertas de la percepción". Sus primeras experiencias
iniciáticas con mescalina y psylocibina se remontan a los años
40; a los 75 años junto al inventor del L.S.D. realizó diversas
experiencias. Sus escritos dejan constancia de ellas.
De vuelta a la "historia", Jünger participa como militar
alemán en los dos grandes conflictos mundiales. Si en el primero
su juventud hace de él un soldado entusiasta -herido catorce veces,
es condecorado con la más alta distinción, la orden "Al
mérito"-, en el segundo toma sus distancias. Gracias a su
amigo el general Speidel -hostil a Hitler- se ocupa, por orden del Estado
mayor de París, de controlar el correo militar. Frecuenta los círculos
militares opuestos a Hitler y aunque no era partidario de un atentado
contra la vida del dictador, si que estuvo al tanto de los preparativos.
Cuando el atentado tuvo lugar (casualmente Jünger vive desde 1950
en Wilflingen en la casa del "guardabosques" del castillo de
la familia Stauffenberg, autor del atentado), fue seguido de una sangrienta
purga de las SS, tanto en Francia como en Alemania, y Jünger es obligado
a dejar el ejército (su sospecha es que con ello pretendían
hacerle comparecer ante el Tribunal popular nazi acusado de alta traición).
De estos tristes años dos hechos condicionarán su vida.
Uno de ellos es la muerte de su hijo Ernst en el frente italiano (previamente
había sido detenido por expresar opiniones contrarias al régimen
hitleriano). El segundo se refiere a su relación con el nacional-socialismo.
Recientemente Víctor Farías -conocido por sus ataques contra
Heidegger, al que Jünger dedicó en su 60 cumpleaños
su ensayo Sobre la línea- le ha acusado en un artículo
de haber escrito en 1930 un texto antisemita. Aunque tiene por costumbre
no participar en estas polémicas, Jünger ha contestado señalando
que fue escrito por invitación de un redactor judío, que
el cuaderno en el que apareció estaba dedicado a cuestiones ligadas
al judaísmo, que la mayoría de sus redactores eran judíos
y que, en definitiva, la interpretación que del texto hace Farías
es malevolente. La polémica no es, pues, agua pasada.
Lo cierto es que Jünger, a finales de los años 20 y principios
de los 30, colaboró en numerosos periódicos nacionalistas
y frecuentó los círculos nacionalistas revolucionarios (entró
en contacto con Ernst Niekish, fundador del movimiento "nacional
bolchevique" -arrestado por la Gestapo en 1937, ingresó en
un campo de concentración del que no salió hasta 1945, medio
ciego y paralizado-). Goebbels intentó atraerlo al partido nazi
y fracasó. Pero no fue hasta la noche de los cristales cuando Jünger
tomó realmente distancias frente al nazismo. Aquí se encuentra
el origen de su obra Sobre los acantilados de mármol, que
luego llegó a convertirse en una Biblia anti-nazi. Pese a ello,
al final de la guerra es acusado por los intelectuales comunistas de favorecer,
con algunos de sus escritos, el régimen nazi. Bertolt Brecht, al
igual que en otra ocasión Hitler, pidió a sus camaradas
de partido que le dejaran tranquilo.
Para no alargar el tema nada mejor que recurrir a alguien tan poco sospechoso
como la escritora judío alemana Hanna Arendt (Besuch in Deutschland):
«A pesar de las innegables influencias que los escritos de juventud
de Jünger ejercieron sobre ciertos miembros de la inteligencia nazi,
él ha sido desde el primer hasta el último día, un
opositor activo al nazismo».
En 1984 Jünger participa, junto al Canciller Kohl y al presidente
Mitterrand, en el homenaje a las víctimas de las dos guerras. Se
cuenta que en una de sus entrevistas con el Presidente francés,
éste le dijo: «En tiempos de Napoleón hubiera usted
sin duda llegado a ser mariscal». Falta saber si hubiera aceptado
o, por el contrario, hubiera preferido dedicar toda su atención
a su colección de escarabajos.
En su haber queda, entre otras cosas, haber abierto los ojos a los problemas
ecológicos cuando nadie se preocupaba de ellos y, sobre todo, haber
recogido en sus diarios todo un siglo de existencia. En cualquier caso,
felicidades Herr Jünger.
(Jünger falleció
dos años después, en 1998, en su retiro de Wilflingen)
|
René Girard: el deseo,
la violencia y lo sagrado
René Girard
nació en Avignon el 25 de Diciembre de 1923, pero vive en EEUU
desde 1974, donde es profesor de la Universidad de Stanford (California)
desde 1981.
Aunque su formación es fundamentalmente literaria, su actividad
intelectual abarca todos los campos de las ciencias humanas: crítica
literaria, antropología, teología, filosofía, historia...
Si su primera gran
obra "Mentira romántica y verdad novelesca" (1961)
o una de las últimas traducida por la Ed. Anagrama "Shakespeare.
Los fuegos de la envidia" (1990), pueden ser etiquetadas como
crítica literaria, el resto de sus obras (La violencia
y lo sagrado -1972-, Las cosas ocultas desde la fundación
del mundo -1978- [traducido como El misterio de nuestro mundo],
El chivo expiatorio -1982-, La ruta antigua de los hombres perversos
-1985-), nos revelan que esa crítica literaria está al servicio
de una teoría antropológica. Y a su vez esta teoría
antropológica está sugerida por una exégesis
muy particular de los textos bíblicos. Es decir, Girard
apoyándose en los clásicos de la literatura y, sobre todo,
en los textos evangélicos nos ofrece una teoría del hombre
y de las relaciones humanas. Esta teoría le permite explicar desde
el origen de las sociedades y la función de la religión
hasta las condiciones que hacen posible la desacralización característica
de la modernidad.
Por supuesto que
su antropología esta al margen de las modas estructuralistas y
post-estructuralistas. Su nombre no aparece en ninguno de los manuales
de antropología. Toda su obra está marcada por la polémica.
Y es que, en cierto modo, Girard puede ser visto como un moderno apologeta:
«Lo que aporto,
creo yo, es una inversión de las conclusiones del movimiento comparativista,
suscitado por la gran investigación antropológica del siglo
XIX y principios del XX, Se descubrió entonces que una violencia
siempre colectiva está ya allí, en todas partes, en el corazón
de lo religioso primitivo. Esta idea es exacta» pero lo etnólogos
han visto ahí la prueba irrefutable de que el cristianismo es una
religión como las otras. Girard trata de constatar, por el contrario,
que el cristianismo interpreta esa violencia de manera totalmente distinta
a como lo hacen las religiones primitivas. (Cuando empiezan a suceder
estas cosas... Conversaciones con Michel Treguer, pág.
155-6)
Todo su pensamiento
gira alrededor de una idea bastante simple, pero también de una
gran fecundidad. Esta idea es desarrollada una y otra vez en todos sus
textos. En uno de sus artículos, "El homicidio fundador
en el pensamiento de Nietzsche", ironiza precisamente sobre la
acusación de estar poseído por una "idea fija":
«Por cualquier
obra que me interrogue, ya sea literaria, cultural o religiosa, tarde
o temprano acabo por descubrir mi deseo mimético, mi crisis sacrificial
y mi violencia fundadora. A mi alrededor todo se renueva, yo también
sueño con renovarme. Pero no lo consigo nunca. ¿Cómo
puedo hablar de otra cosa? ¿A qué texto he de dirigirme
para acceder a otra cosa?»
En cuanto que fija
todas las otras ideas, Girard ya acepta el calificativo de "idea
fija" para su teoría del mecanismo de la víctima
expiatoria. Siguiendo el orden de sus propios escritos, podemos exponer
esta teoría refiriéndonos primero al deseo mimético,
luego a la violencia fundadora y, por último, a la Revelación
cristiana desmitificadora de esta violencia.
EL
DESEO MIMÉTICO
En la Poética
(IV, 1448b) Aristóteles dice:
«Pues el
imitar es algo connatural a los seres humanos desde su niñez (y
en esto el hombre se distingue de los otros animales: en que es el
más apto para la imitación y su aprendizaje inicial se
realiza por medio de la mímesis) y además todos disfrutan
con la mímesis.»
Efectivamente, según
Girard, el hombre está marcado por la mímesis. Pero el problema
con Aristóteles, al igual que con Platón, es que hablan
sólo de una dimensión de la mímesis, la referida
a tipos de comportamiento, maneras, hábitos, palabras, es decir,
a representaciones, y nunca tratan de la mímesis de apropiación,
que es la que propiamente engendra la rivalidad mimética. De esta
última si que trató Cervantes y Shakespeare y, mas recientemente,
Stendhal, Flaubert, Proust, Dostoyevski y, también, Joyce.
En Mentira romántica
y verdad novelesca analiza la obra de algunos de estos autores desde
el punto de vista del deseo mimético. La espontaneidad del deseo,
la autonomía del individuo, la fe en la originalidad del Yo es
la mentira romántica. Frente a ello, la verdad
novelesca pone de manifiesto que todo deseo viene señalado,
sugerido, por un modelo. Para explicar el deseo no basta referirse al
sujeto deseante y al objeto deseado, es necesario también
recurrir al modelo que señala al sujeto el objeto a desear.
El deseo es siempre triangular (no es que no exista un deseo independiente
de la imitación, pero este deseo está recubierto por el
deseo mimético, y, además, Girard prefiere reservar el término
deseo para el mimético). El objeto juega un papel secundario en
esta relación triangular. Es la relación de imitación
entre el sujeto y su modelo lo que da al deseo su carácter conflictivo.
El impulso hacia el objeto deseado es en realidad un impulso hacia el
mediador del deseo.
«El objeto
no es más que un medio de alcanzar al mediador. El deseo aspira
al ser de este mediador. Proust compara este deseo atroz de ser el Otro
a la sed: "Sed de una vida que mi alma, puesto que hasta ahora no
ha recibido de ella ni una sola gota, absorbería tanto más
ardientemente, a largos sorbos, en el más perfecto embebimiento".»
Cuando el discípulo
desea el objeto que su modelo le señala, lo que anhela en realidad
es absorber el ser del mediador. Claro está que este modelo-mediador
puede ser real o imaginario y que la fantasía del discípulo
puede hacer maravillas con la figura de su modelo. Lo que Harold Bloom,
en la Angustia de las influencias, dice del poeta (que todo poeta
nace de una mala interpretación o de una interpretación
desviada de su predecesor-modelo) también se puede aplicar a la
relación mimética.
«Una vez
que sus necesidades primordiales están satisfechas, y a veces incluso
antes, el hombre desea intensamente, pero no sabe exactamente qué,
pues es el ser lo que él desea, un ser del que se siente privado
y del que cualquier otro le parece dotado. El sujeto espera de este otro
que le diga lo que hay que desear para adquirir este ser. Si el modelo,
ya dotado, según parece, de un ser superior desea algo, sólo
puede tratarse de un objeto capaz de conferir una plenitud de ser todavía
más total.» (La violencia..., pág. 152)
En cuanto que el
mediador desea el objeto y nosotros imitamos ese deseo, se convierte en
rival. El sujeto rivaliza con el modelo por la posesión
del objeto. Así, el mediador, al ser quien señala el deseo
y a la vez quien impide satisfacer ese mismo deseo, es al mismo tiempo
objeto de veneración y de odio. La rivalidad se acentúa
a medida que la distancia entre el sujeto y su modelo-rival disminuye.
Así, por ejemplo, D. Quijote tiene como modelo a Amadís
de Gaula. En cada circunstancia en que se encuentra su pregunta es "¿que
haría Amadís ahora?". Todos sus deseos están
mediatizados por la figura de su modelo. Pero este modelo no entra en
rivalidad conflictiva con él, porque, como dice Girard, Amadís
reside en un cielo inaccesible. A este tipo de mediación lo llama
mediación externa. Cuando esta distancia disminuye entramos
en la mediación interna:
«Hablaremos
de mediación externa cuando la distancia es suficiente para que
las dos esferas de posibilidades, cuyos respectivos centros ocupan el
mediador y el sujeto, no entren en contacto. Hablaremos de mediación
interna cuando esta misma distancia es suficientemente reducida como para
que las dos esferas penetren, más o menos profundamente, la una
en la otra.» (Mentira..., pág. 15)
Emma Bovary
ya está menos alejada que D. Quijote de su mediador parisino. Sin
embargo Emma nunca partirá hacia París; cosa que si que
hará el protagonista de Rojo y Negro. Julian Sorel deja
su provincia y se convierte en el amante de Mathilde. Pero donde la distancia
es todavía menor y la rivalidad, por tanto mayor, es en Los
Demonios de Dostoyevski. Stavroguin es el "seductor", el
modelo a imitar por todos sus discípulos, los endemoniados. La
más encendida adoración y el más intenso odio giran
en torno a él. De aquí que en Dostoyevski no exista el amor
sin celos, la amistad sin envidia, ni la atracción sin repulsión.
«Los endemoniados
reciben de Stavroguin sus ideas y sus deseos; tributan a Stavroguin un
auténtico culto. Todos experimentan frente a él esta mezcla
de veneración y odio que caracteriza la mediación interna.
Todos se rompen ante la pared de cristal de su indiferencia (...). El
universo de los endemoniados es la imagen invertida del universo cristiano.
La mediación positiva del santo ha sido sustituida por la mediación
negativa de la angustia y del odio.» (Mentira..., pág
59)
En el universo igualitario
de nuestras sociedades modernas la mediación interna triunfa.
En él todos somos maestros y discípulos, imitados e imitadores.
El grado de maestría de cada uno dependerá de la medida
en que disimula, en que oculta su deseo. La indiferencia es la
estrategia fundamental del seductor, del maestro. En el otro extremo,
el discípulo ve intensificado su deseo por el objeto en la medida
que encuentra mayores obstáculos para alcanzarlo. El objeto
se hace más deseable al obstaculizarse su adquisición. El
resentimiento, fruto de la impotencia, impregna todas las relaciones.
Estas leyes del deseo
pueden verse reflejadas en la obra Troilo y Cressida de Shakespeare,
que constituye según Girard una enciclopedia del deseo mimético.
Pándaro, en el plano de la relación erótica, y Ulises,
en el plano de política, son los dos grandes conocedores de estas
estrategias del deseo mimético. Pándaro se sirve de la bella
Helena como mediadora del deseo erótico entre Troilo y Cressida;
Ulises se sirve del corto Ayax para abatir el orgullo de Aquiles.
Cuando estas relaciones
se intensifican aparece el masoquismo y el sadismo. La intensificación
del deseo por el obstáculo aboca a la víctima de la mediación
interna a la muerte, obstáculo por excelencia. Nos convertimos
en masoquistas cuando elegimos el mediador no por la admiración
que nos inspira, sino por la repugnancia que le inspiramos o parecemos
inspirarle. No es que el sujeto desee la humillación, el dolor,
pero si que estará dispuesto a aceptarlos e incluso a buscarlos,
sin con eso cree que puede acercarse a la divinidad del mediador. El sadismo
es la inversión de esta relación. Cansado de jugar el papel
de mártir, el sujeto deseante decide convertirse en verdugo. El
masoquista interpreta su propio papel, el sádico el del mediador.
«El sádico
se esfuerza en imitar al dios en su función esencial, que es, a
partir de ahora, la de perseguidor. (...) [Pero] el sádico
no puede disfrutar la ilusión de que él es el mediador sin
convertir a su víctima en un doble de sí mismo. En el mismo
momento en que se consuma su brutalidad no puede dejar de reconocerse
en el Otro sufriente. Ahí está el profundo sentido de la
extraña "comunión" tan frecuentemente observada
entre la víctima y el verdugo.» (Mentira..., pág.
168)
Este mundo subterráneo
del deseo no es la conclusión necesaria de la mímesis. Aunque
el Mal surge de aquí, es posible evitarlo si confesamos nuestra
propia mímesis, si reconocemos al modelo en tanto que tal, es decir,
si admiramos abiertamente al mediador. Renunciar a la mímesis es
tan imposible como renunciar a la alimentación o al sueño.
Por lo que la única salida a este universo de odio y angustia es
el reconocimiento. La ocultación romántica del deseo
mimético conduce a la esclavitud. La pretensión de originalidad
lleva paradójicamente a una mayor sumisión al Otro:
«En los dominios
más espirituales, el mundo moderno rechaza la imitación
en favor de la originalidad a toda costa. Es necesario no decir nunca
lo que dicen los otros, no pintar jamás como los otros pintan,
no pensar jamás lo que los otros han pensado, etc. Como eso es
absolutamente imposible, se cae muy pronto en una imitación negativa
que esteriliza todo.» (Cuando empiecen a suceder estas cosas...,
pág. 56)
En último
término, ya que el hombre está necesitado de modelo, se
impone la cita inicial de Scheler en Mentira... :«El hombre
posee un Dios o un ídolo». La muerte de Dios conlleva
que el hombre ocupa su lugar; es decir, la rebelión contra Dios
se convierte en la adoración al Otro.
Además la
originalidad a toda costa, al ocultar la realidad del deseo mimético,
convierte a los sujetos rivales en dobles intercambiables, simétricos,
en "hermanos enemigos". La conflictividad aumenta, las
diferencias no son sino meros pretextos para ocultar la intercambiabilidad
de las posiciones. La violencia aparece, entonces, como el gran peligro
que amenaza a las relaciones humanas. El cuadro resultante será
el de una comunidad de "hermanos-enemigos" en la que cualquier
conflicto puede desembocar en la violencia, y ésta extenderse en
el seno de la comunidad hasta desembocar en una crisis que ponga
en peligro su misma existencia. Para conservar el orden social se hace
necesario, en todo momento, expulsar del seno de la comunidad esta violencia.
LA
VIOLENCIA FUNDADORA
Hobbes y también
Freud acertaron en señalar que las sociedades humanas siempre
se encuentran al borde de recaer en la violencia. Pero ni el egoísmo
ni la pulsión de muerte explican el origen de esa violencia (en
ambos casos se trata de una posición mítica ya que descarga
al hombre de responsabilidad). Como hemos visto hay que remitirla al deseo
mimético. Además es absurdo pensar, aunque sea meramente
como hipótesis teórica, que esa situación de violencia
generalizada se resuelve mediante un "contrato social".
«La sociedad
humana comienza a partir del momento en que, alrededor de la víctima
colectiva, se crean las instituciones simbólicas, es decir, cuando
la víctima se hace sagrada. Sólo los universitarios y los
burócratas se imaginan que todo comienza siempre por comités...»
(Cuando empiecen...., pág 38)
Aunque Freud cayó
también en la tentación de los comités, tuvo la osadía
de proponer en Tótem y Tabú el homicidio del
proto-padre como origen último del proceso de hominización.
Los hermanos se rebelan contra el padre de la horda que les impide el
acceso a las hembras. Una vez asesinado, la violencia se apodera de los
hermanos (todos buscan ocupar el lugar del padre). Finalmente deciden
(la tentación del comité) aceptar las normas del padre (tabú
del incesto, precepto de la exogamia) y, fruto del remordimiento, divinizar
su figura (el tótem). Así el origen de la sociedad humana
coincide con el de la religión y con las restricciones instintivas
impuestas por las prohibiciones culturales. El error de Freud es mantener
la figura del padre (por eso recurre a la hipótesis de la "horda");
por el contrario hay que destacar que la víctima es arbitraria.
(Otro error del pensamiento freudiano consiste en no decantarse plenamente
por la concepción mimética. Hay un conflicto latente en
su pensamiento entre la mímesis de la identificación paterna
y el arraigo objetual del deseo, la autonomía de la inclinación
libidinal hacia la madre).
Girard está
de acuerdo en el papel central que juegan la violencia y la religión
en el nacimiento de la humanidad, pero discrepa en la forma en que Freud
resuelve la crisis violenta. Su tesis, defendida en La violencia y
lo sagrado, es que todo orden social y cultural está
fundado por la violencia unánime en torno a una víctima.
Se trata del mecanismo del chivo expiatorio, presente en la formación
de los distintos órdenes culturales.
Ya que la violencia
amenaza constantemente la estabilidad del orden social, la función
primordial de la religión será mantener alejada de la
comunidad a esa violencia. Y el método del que se ha servido es
el de converger toda la violencia hacia una víctima (esto
es posible porque la violencia, al igual que el deseo sexual, puede proyectarse
sobre objetos de recambio, cuando el que los atrae es inaccesible). La
víctima es culpabilizada y la mímesis del deseo se encarga
de extender esa culpabilidad. Los hombres siempre pretenden que su mala
reciprocidad, su rivalidad engendradora de violencia y de crisis, tenga
un origen, un autor, un culpable que pueda ser castigado.
La violencia tiene
su origen en los antagonismos engendrados por la mímesis
del deseo. La extensión de esta violencia interna engendra una
crisis, cuya resolución inconsciente es la proyección
de esa violencia sobre un chivo expiatorio. Cualquiera puede ser objeto
de esta violencia unánime, basta un comienzo de convergencia motivado
accidentalmente o por algún signo victimario (algo que le
haga diferente del resto -una peculiaridad cultural, religiosa, ideológica
o de habla, o, simplemente, alguna característica física-).
Esta víctima es vista realmente como culpable, incluso la
misma víctima se reconoce culpable, ya que para que este mecanismo
sea efectivo es necesario que la perspectiva de los perseguidores ("la
víctima es culpable") se imponga absolutamente, incluso a
la misma víctima. Es decir, es necesario que el mismo mecanismo
del chivo expiatorio permanezca oculto, ignorado.
De este modo, mediante
el sacrificio de un chivo expiatorio, la venganza se detiene, los
enemigos desaparecen, la violencia es desterrada de los límites
de la comunidad y ésta se ordena, se unifica, se cohesiona. El
orden nace del desorden. La comunidad salvada se vuelve sobre la víctima
a la que ahora hacen también responsable de la resolución
de la crisis (es la misma ambivalencia de la violencia, que como
todo phármakon a la vez que cura puede matar -identidad
del mal y del remedio-; es en definitiva la ambivalencia de lo sagrado
-identificación de lo sagrado y la violencia en las religiones
primitivas-). La víctima es sacralizada y la comunidad, para no
recaer en nuevos antagonismos miméticos, se estructura mediante
prohibiciones que afectan a las mujeres, a los alimentos y en general
a todos los objetos que sean susceptibles de engendrar rivalidades miméticas
(son estas diferencias creadas por las prohibiciones o interdictos las
que se eliminan en toda crisis violenta, es decir, la indiferenciación
convoca a la violencia y la violencia es una crisis de las diferencias).
Cuando la crisis
vuelve a amenazar a la comunidad, se imita lo que la víctima hizo:
se reproduce la crisis y se elige una víctima sustitutoria, una
víctima sacrificial. Es la invención del rito. La
rememoración de todo este proceso fundador del orden es lo que
se llama mito. Por ello en los mitos la víctima propiciatoria
no aparece como tal. Son narraciones engañosas, que obedecen a
la perspectiva de los perseguidores: la víctima es culpable.
En consecuencia,
cuando nos enfrentamos a la interpretación de un texto mítico
no hay que respetarlo. Hay que desmontarlo igual que desmontamos
las explicaciones de los cazadores de brujas del s. XV, cuando nos aseguran
que sus víctimas son realmente culpables. En ambos casos los relatores
son los perseguidores.
Edipo no es
culpable de parricidio y de incesto, es una víctima, un chivo expiatorio
que con su expulsión unánime de la comunidad resuelve la
crisis (peste) que asola Tebas. Los supuestos crímenes de Edipo
revelan la pérdida de las diferencias que provoca la crisis, crisis
simbolizada por la peste. Los signos victimarios (Edipo aunque miembro
de la comunidad viene de Corinto, es cojo y, además, rey) hacen
de él un candidato excelente para ser chivo expiatorio. La guerra
de todos contra todos es sustituida por la unión de todos contra
uno. Edipo culpabilizado y expulsado, trae de nuevo la paz. La otra cara
de Edipo aparece, Edipo en Colono. La monstruosidad de Edipo tiene
también ahora algo de valioso, de sobrenatural.
A diferencia de los mitos, las tragedias al transcurrir sobre un
fondo de crisis cultural, de crisis de las diferencias, dejan entrever,
aunque no lo desvelen manifiestamente, el mecanismo de la víctima
propiciatoria. En Las Bacantes de Eurípides se narra la
crisis cultural que desemboca en el culto a Dionisos (divinidad que carece
de esencia propia al margen de la violencia; es el dios del linchamiento
triunfal). La negativa de Penteo a rendir culto al dios en Tebas, provoca
que éste desencadene una erupción dionisíaca que
supone la ruina de orden cultural, la crisis sacrificial. La desaparición
de las diferencias en la bacanal desemboca rápidamente en indiferenciación
violenta. De ser una fiesta de amor y fraternidad pasa a ser un culto
a la violencia desenfrenada. El homicidio de Penteo a manos de las enloquecidas
bacantes, encabezadas por su propia madre, y la posterior expulsión
de su familia reinstauran la paz y el orden. El culto a Dionisos queda
instaurado en Tebas.
Este mismo tipo de
análisis puede extenderse a gran cantidad de mitos:
«Nos vemos
obligados a preguntarnos si este mismo mecanismo no revelará el
resorte estructurante de cualquier mitología. Y eso no es todo;
otra cosa y todavía más esencial está en juego si
el engendramiento mismo de lo sagrado, la trascendencia misma que lo caracteriza,
procede de la unanimidad violenta, de la unidad social hecha y rehecha
en la expulsión de la víctima propiciatoria. De ser así,
no son únicamente los mitos los que se cuestionan sino la totalidad
de los rituales y de lo religioso.» (La violencia...,
pág. 95)
En este contexto
podemos comprender que lo religioso no es un elemento cultural inútil.
Su función es sustraer al hombre su violencia para protegerle de
ella. ¿Cómo? Convirtiéndola en una amenaza trascendente
que exige para ser apaciguada unos ritos apropiados. La especie humana,
a diferencia de las otras especies animales, no posee un freno individual
a la violencia (K. Lorenz). El mecanismo biológico individual es
sustituido aquí por el mecanismo colectivo y cultural de la víctima
propiciatoria. No existe sociedad sin religión porque sin religión
ninguna sociedad sería posible.
Un ejemplo de un
tipo de rito donde la violencia sacrificial es explícita sería
el canibalismo de la tribu de los tupinamba (situado en la costa
nordeste del Brasil). El enemigo capturado en la batalla es invitado a
vivir durante meses, a veces años, en el seno de la tribu. Durante
ese tiempo se le permite participar en la vida cotidiana, incluso contraer
matrimonio con una de sus mujeres. De esta forma se le vincula a la comunidad.
El tratamiento que recibe es doble y contradictorio: a veces es objeto
de respeto y veneración, otras se le insulta y desprecia. Poco
antes de la fecha de su muerte, se provoca su evasión ritual. Una
vez atrapado, se le ata una pesada soga en los tobillos y se le deja de
alimentar. A consecuencia de ello debe robar sus alimento. Es decir, se
le estimulan toda clase de acciones ilegales y violentas, por lo que fácilmente
se convertirá en foco de atracción de toda la violencia
de la tribu. Se trata de convertir al prisionero en chivo expiatorio,
para lo cual debe atraer hacia su persona todas las tensiones internas,
todos los odios y rencores acumulados. Está claro que este sacrificio
del prisionero es una ritualización del homicidio fundador.
Otros ritos semejantes:
La víctima de los sacrificios dinka es un animal.
pero encontramos en su ritual todos los rasgos del homicidio colectivo
fundador. La multitud, primero dispersa, es atraída mediante unos
cánticos a coro. en la fase preparatoria los asistentes se entregan
a un simulacro de combate (violencia recíproca, crisis sacrificial).
De vez en cuando algunos individuos salen del grupo para injuriar o golpear
a un animal, vaca o ternero, atado a una estaca. Poco a poco el ritmo
colectivo se va acelerando hasta culminar en la proyección de toda
la violencia sobre la víctima ritual.
En las monarquías sagradas del continente africano
el rey es obligado, antes de su entronización, a cometer todas
las transgresiones imaginable (incesto, actos de violencia, comer alimentos
impuros, ...). El rey se convierte en un transgresor, siendo objeto por
ello de injurias y malos tratos. El canto de investidura de los mossi
dice: «Tú eres un excremento, / Tú eres un montón
de basura, / Tú vienes para matarnos, / Tú vienes para salvarnos».
Se trata del sacrificio real o simbólico del monarca (la institución
de la monarquía tiene sus orígenes en el ritual del chivo
expiatorio). Así detrás de las monarquías africanas
se encuentra la crisis sacrificial repentinamente cerrada con la unanimidad
de la violencia fundadora. (Hay que recalcar que si se le hace cometer
al rey todo tipo de transgresiones «es dentro de una perspectiva
completamente opuesta a la del teatro de vanguardia y de la contracultura
contemporánea. No se trata de acoger con los brazos abiertos las
fuerzas maléficas, sino de exorcizarlas.»)
- También la fiesta hay que verla desde esta perspectiva:
constituye una conmemoración de la crisis sacrificial (transgresión
de las prohibiciones). Es una preparación para el sacrificio. Su
carácter jubiloso se entiende por ser un antecedente necesario
de la resolución purificadora en la que desemboca. Su función
es la de vivificar y renovar el orden cultural repitiendo la experiencia
fundadora (a los ojos de los primitivos el orden cultural es un bien frágil
y precioso que es necesario preservar y no modificar o flexibilizar).
Asimismo se entiende que al lado de la fiesta se encuentre la anti-fiesta:
a raíz de la expulsión sacrificial se entra en un período
de austeridad extrema con un redoblado rigor en el respeto de las prohibiciones.
(Detrás de nuestras fiestas desritualizadas, convertidas en vacaciones,
presienten los grandes artistas contemporáneos la tragedia, la
crisis sacrificial y la violencia recíproca. Así el tema
de las vacaciones que acaban mal recorre la obra cinematográfica
de Fellini).]
En el fondo todos
los ritos obedecen a este mecanismo de la víctima propiciatoria:
alcanzar y renovar la cohesión de la comunidad a costa de la exclusión
o sacrificio de una víctima ("no hay fiesta sin sangre",
que decía Nietzsche). Por supuesto que con el paso del tiempo los
ritos tienden a ocultar la sangre, siguiendo la tendencia a hacer
inconsciente este proceso. Las víctimas humanas son sustituidas
por animales o pasa a ser el sacrificio meramente simbólico. Pero
el mecanismo sigue siendo el mismo. Así, por ejemplo, Girard compara
el canibalismo ritual a los mitos nacionalistas y guerreros
del mundo moderno:
«Tanto en
uno como en otro caso, la función esencial de la guerra extranjera
y de los ritos más o menos espectaculares que pueden acompañarla,
consiste en preservar el equilibrio y la tranquilidad de las comunidades
esenciales, alejando la amenaza de una violencia necesariamente más
intestina que la violencia abiertamente discutida, recomendada y practicada.»
(La violencia, pág. 291)
De todas formas nuestras
sociedades modernas prescinden de los ritos sacrificiales sin consecuencias
catastrófica. La extensión de la violencia, es decir la
venganza, que puede convertirse en un proceso interminable, es detenida
mediante el sistema judicial. Para detener la venganza (o la guerra)
no basta con convencer a los hombres de que la violencia es odiosa, ya
que por eso mismo se verían legitimados a vengarla. Es necesario
un sistema institucional que la detenga. El sistema judicial cumple esta
función: no elimina la venganza, pero si que la reduce a una represalia
única, decretada por una autoridad especializada en la materia.
La escalada de venganzas desaparece, el proceso concluye.
Podemos caracterizar
a las sociedades modernas por su carácter curativo (a través
del sistema judicial) en la detención de la violencia, frente al
carácter preventivo (mediante el sacrificio religioso) de
las sociedades primitivas. Este carácter preventivo se extiende
a todo el ámbito de las relaciones sociales, de ahí las
numerosas prohibiciones y reglamentaciones que se dan en ellas. Este paso
de lo preventivo a lo curativo supone un avance de la ignorancia sobre
los mecanismos de evitación de la violencia: el sistema funcionará
tanto mejor cuanto menos conciencia tenga de su función.
Lo acertado del sistema
judicial como medio de atajar la violencia, no debe engañarnos
sobre el peligro que siempre amenaza. La violencia retorna siempre
(es decir, «el sistema mimético, en su eterno retorno,
domina a la humanidad»). La ignorancia de las sociedades modernas
en torno al origen violento la acercan de nuevo a él. La tendencia
a borrar lo sagrado prepara el retorno subrepticio de lo sagrado. La tentación
de alejar la violencia recurriendo inconscientemente al mecanismo del
chivo expiatorio esta ahí, pues el «gesto humano por excelencia
es hacer dioses matando víctimas» (Cuando...,
pág. 91). Puede pensarse que el coste es mínimo, pero el
precio real es la verdad en favor de la mentira.
«La violencia
esencial regresa a nosotros de manera espectacular, no sólo en
el plano de la historia sino en el plano del saber. Este es el motivo
de que esta crisis nos invite, por primera vez, a violar el tabú
que ni Heráclito ni Eurípides, a fin de cuentas, han violado,
a dejar por completo de manifiesto, bajo una luz perfectamente racional,
el papel de la violencia en las sociedades humanas.» (La
violencia..., pág. 334)
LA REVELACIÓN BÍBLICA
Si el mito es la
culpabilidad de Edipo, la verdad es la inocencia de Cristo. Esto
es lo que diferencia sustancialmente a los mitos bíblicos de cualquier
otro. En la Biblia se desvela abiertamente la "ruta antigua de
los hombres perversos", es decir, el mecanismo de la víctima
propiciatoria. El mensaje central es la inocencia de la víctima.
Estas son "las cosas ocultas desde la fundación del mundo",
según el título de una de las obras más difundidas
de Girard, extraído de Mateos 13, 35.
En los mitos paganos
la violencia, el sacrificio están presentes con mayor o menor claridad,
por eso dejan entrever el sistema del chivo expiatorio. La filosofía
y el humanismo en general han tratado de ocultar la violencia fundadora.
El cristianismo, por el contrario, pretende desvelarla y hablar
por boca de las víctimas, no de los perseguidores.
Los Evangelios,
y concretamente el relato de la Pasión, describen explícitamente
todo el sistema del chivo expiatorio. Pero ya antes, en el Antiguo
Testamento se dan muchos textos que pueden ser considerados recuperaciones
narrativas de mitos pero desde un punto de vista desmitificador (p. ej.
la historia de José y sus hermanos en relación con el mito
de Edipo). Claro está que persisten algunos vestigios míticos,
pero eso es normal en un texto que por primera vez se desgaja de ese discurso
mítico.
En "El chivo
expiatorio", en "La ruta antigua de los hombres perversos",
en "Las cosas ocultas desde la fundación del mundo"
y en algunas otras publicaciones, analiza Girard numerosos textos bíblicos
que desvelan el papel de la violencia y del deseo mimético en las
sociedades humanas. Entre ellos la historia de Caín y Abel, el
libro de Job, los salmos penitenciales, la decapitación de Juan
Bautista, el martirio de S. Esteban, el evangelio de San Juan, la Pasión,
la traición de Pedro, la expulsión de los demonios de Gadara,
la lapidación de la adúltera, etc.
Sin entrar en la
exposición de estos textos, baste decir que la Revelación
cristiana denuncia la ley de la violencia. Devuelve la violencia a
sus verdaderos autores, por lo que, en este sentido, culpabiliza a los
hombres. La defensa de las víctimas exige denunciar a los perseguidores.
Esta revelación sufre desde sus orígenes la resistencia
de los hombres, poseídos por el mecanismo de la violencia. Las
palabras del prólogo de S. Juan señalan este destino:
«La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron».
El príncipe de las tinieblas es el orden de la víctima propiciatoria.
Satán, que quiere decir el "Acusador", es todo
el sistema mimético. Por el contrario el Espíritu de Dios,
cuya llegada anuncia Cristo, es llamado Paráclito, es decir,
el "Defensor de las víctimas". El Dios cristiano es el
Dios de las víctimas, por lo que no puede imponer su voluntad a
los hombres, no puede infringirles violencia. No reina sobre este mundo,
ni seduce, ni obliga. No se puede contar con Él para que haga reinar
en la Tierra la justicia. Sí que intentará persuadir a los
hombres revelándoles el papel del mecanismo victimario en su propio
sistema cultural.
«La Pasión
hace visible lo que debe permanecer invisible para que los poderes de
este mundo se mantengan, el mecanismo del chivo expiatorio. Al revelar
este mecanismo y todo el mimetismo que le rodea, los Evangelios montan
la única máquina textual que puede poner fin al aprisionamiento
de la humanidad en los sistemas de representación mitológica
basados en la falsa trascendencia de una víctima sacralizada en
cuanto que unánimemente considerada como culpable.» (El
chivo..., pág., 217)
Es la revelación
cristiana la que posibilita la desmitificación o desacralización
del mundo, así como la progresiva rehabilitación
de todas las víctimas, hechos característicos de Occidente.
Poco a poco va calando el texto evangélico y la humanidad se va
acercando a un mundo monocultural donde cada vez es más
difícil el funcionamiento del mecanismo del chivo expiatorio, ya
que exige su no desvelamiento. Sin embargo, la libertad humana y la tentación
de salir de las crisis a través de este mecanismo, no permiten
garantizar ningún futuro de paz. Incluso del discurso de la víctima
se puede hacer un nuevo mecanismo de persecución, como certeramente
analizó M. Foucault. O en el otro extremo se puede intentar la
instauración de un nuevo orden pagano, objetivo del nazismo. Girard
apuesta prudentemente por la progresiva asimilación de la verdad
cristiana y con su obra trata de contribuir a ello:
«Si tengo
razón, estamos a punto de escapar de un cierto sentido religioso
para entrar en otro infinitamente más exigente, pues está
privado de muletillas sacrificiales. Nuestro famoso humanismo no habrá
durado más que el tiempo de un breve entreacto entre dos formas
de lo religioso.» (Cuando empiecen..., pág. 141)
APÉNDICE:
¿Y Nietzsche?
Cuando en uno de
los textos de la presentación de Girard, éste buscaba alguna
obra que le pudiera sacar de su idea fija y llevarle a otra cosa, sus
ojos estaban puestos en Nietzsche. Considerado como el crítico
más radical del cristianismo y como la "senda" hacia
la reforma de la cultura occidental, o, con sus propias palabras, considerado
como un "destino", parece el autor más adecuado para
oír algo nuevo. En el artículo mencionado, Girard recurre
a uno de los textos más clásicos del filósofo, el
aforismo nº 125 de La Gaya Ciencia, traducido
unas veces "El loco", otras "El insensato".
Por su puesto que René Girard, fiel a su monomanía, lo que
descubre en este texto es la confirmación de su famosa "idea
fija". Según él los intérpretes (a la cabeza
Heidegger) falsean el texto al hablar de la muerte -natural- de Dios,
cuando en realidad habla del asesinato colectivo de Dios. Leído
sin prejuicios filosóficos, descubrimos la crisis, el asesinato
colectivo y la restauración ritual del orden. El homicidio colectivo
pone aquí fin al orden religioso antiguo, inaugurando un nuevo
orden religioso: el superhombre anunciado por Zaratustra. Este
nuevo orden, que se asienta en la doctrina del eterno retorno,
afirma la repetición de la violencia fundadora, frente a su negación
cristiana (en realidad todo el paganismo apuesta por la necesidad de las
víctimas para el mantenimiento del orden social).
En sus últimos
escritos, en los llamados textos de la locura, todavía opone con
más claridad estas dos formas de lo religioso, al contraponer Dionisos
al Crucificado. Ésta es, según Girard, la grandeza
de Nietzsche, el reconocer lo que el cristianismo supone (la inocencia
de la víctima, la negación de la violencia arbitraria),
pero también es su drama, pues, a pesar de todo, apuesta
por Dionisos, por la violencia como mecanismo necesario para la generación
de un nuevo orden. Éste es el sentido último del "amor
fati" que el eterno retorno reclama: «no hay fiesta sin
sangre».
|