EFECTOS

 


Cierro los ojos y, en la oscuridad, veo la luz recibida.
Su intensidad provoca en mí rápidos y vibrantes destellos
que van perdiendo, como el eco, vivacidad.
Quizá el santo, en su celda, viva de esa luz
recibida en un instante, luego decisivo.
La noche iluminada por un fogonazo
que permanece más allá de su presencia intuida.
Una mirada, un instante que la retina conserva.
Un exceso que sólo es tolerable en su reflejo, en su recuerdo.
Pero, ¿también el santo, al cerrar sus ojos,
se va sumiendo progresivamente en la oscuridad,
o la intensidad de su luz es tal
que su recuerdo acompaña a todas sus horas?

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El deseo del Amado testimonia la presencia de una ausencia.
La presencia se hace señal de un lugar vacío,
que, como tal, desea lo pleno.
¿De dónde si no este anhelo por mejorar, por perfeccionarse, por ser más,
o, al modo cartesiano, por salir de la duda?
Ese vacío es el que trastorna, el que agita e impulsa, el que define;
y al definir nos hace indefinidos.
La búsqueda del Ser nos abre las puertas del no-ser;
el vacío se apodera de nosotros.
Pero la presencia del vacío es la ausencia de algo;
ese algo que ocupará el vacío.
El deseo de Dios es el deseo de plenitud,
el deseo de la ausencia de toda ausencia,
de la aniquilación de todo deseo.

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Los antiguos nos enseñaron que la felicidad
consiste en la realización del supremo bien,
en la contemplación de la fuente de toda luz.
Esta contemplación genera en nosotros el amor, el deseo de ella.
Es en este amor donde se halla la felicidad humana,
pues la plena identificación con el objeto de nuestro deseo
sobrepasa nuestros límites.
No es la felicidad, entonces, sino una ilusión:
la ilusión de alcanzar lo inalcanzable.
La persistencia en esta dinámica,
nunca realizada plenamente mientras somos,
es la medida de nuestra felicidad.

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La felicidad para el hombre no es nunca estado, es camino;
no es nunca realidad, es siempre aspiración.

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El azar, quizás perdido entre ignotas causas,
proporciona la sal de la tierra.
Desconozco si es sustancia o mera limitación cognoscitiva;
si su serie causal lo determina o nace del encuentro fortuito de las series;
si depende de la dirección, peso y fuerza de los dados o es juego divino.
En todo caso, a él debemos el placer y, quizá, la vida misma.

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Lección del profesor Unrat:
Cuando el tirano se ve humillado y su autoridad negada,
recurre a la anarquía como medio de destruir a los rebeldes.
Su odio, entonces, sólo descansa ante la sangre derramada.
Responder a su furor con furor es entrar en su juego.
Sólo la indiferencia es capaz de desarmarlo.

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La destrucción renacentista del Cosmos
significó la perdida del mundo en el que el hombre vivía;
un mundo finito, cerrado, jerárquicamente ordenado,
dotado de sentido y finalidad.
Ante tal pérdida, el hombre reaccionó cerrándose sobre sí mismo
en busca de seguridad.
La «vita activa», centrada en el dominio de la naturaleza,
ocupó el lugar de la «vita contemplativa»,
antaño camino de perfección y bienaventuranza.
Curiosamente, aunque la sincronía microcosmos - macrocosmos
no sea ley reconocida,
desde finales del siglo XIX hemos asistido a un proceso de destrucción
que ha acabado con el replegamiento del hombre sobre sí.
Diversas voces han entonado este «requiem» por el sujeto cartesiano.
Y es que, después de todo, cuatro siglos es el tiempo de tomarse un respiro.

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Sentencia nietzscheana:
Pertenecemos al Caos, somos su excepción
—la que confirma la regla.

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Condición necesaria, aunque no suficiente:
Ninguna ley es justa o verdadera si no es una ley planetaria,
pues la morada del hombre no es ya la polis, ni la nación,
es la Tierra.

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La materia es condición de lo presente,
pero, a la vez, es condición de que lo presente
permanezca como enigma.

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En nuestra situación es indispensable no confundir
los síntomas con la enfermedad.

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Como una plaga se ha extendido nuestra "enfermedad" por el planeta.
«Voluntad de poder» la llamó el discípulo de Dioniso;
«técnica» aclaró el pensador de la Selva Negra.
Curiosa enfermedad esta que no tolera ninguna otra a su lado.

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Quizá la vertiginosa aceleración del mundo moderno sea síntoma
de que nos aproximamos a su realización.
Toda potencia, en tanto que potencia, anhela su acto.
Quizá esa realización no sea más que el principio de otro movimiento.

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El dolor es real; también es real aquello que el dolor abre:
el mundo se hace más amplio, se espiritualiza.

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Aún lo evidente es necesario hoy recordar:
No hay nobleza sin esfuerzo.
Esfuerzo por liberarnos de las argollas que nos atan a lo cotidiano:
aprender a ver y aprender a ver en la pureza de la intención.
Inocencia y lucidez.
Difícil, ¿imposible?

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En los dos extremos ancla su negro corazón la maldad:
en la estupidez, que combina de manera prodigiosa
miopía y presencia bastarda de interés;
y en la soberbia, que ebria de poder, ciega sus ojos al límite.

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La luz del flamenco ilumina el origen de los pueblos: el grito.
En torno a él se forma la unidad de la comunidad.
En el cante se evoca esa unidad y se reactualiza.
Voz trágica que atestigua la entrega del hombre
al ser y al no ser.
El flamenco es conciencia de esa pertenencia;
más allá de ella -l'art pour l'art-,
aunque persista en parte su belleza,
pierde grandeza, emoción.

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La postura pragmático-positivista
no es la ideología causa del tecnicismo;
es, por el contrario, la presencia misma de la técnica en el pensar.

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Si la preocupación primera del hombre
es hoy el control de la técnica,
que evite que ésta acampe a sus anchas,
el pensar habrá de sustraerse a su tecnificación.
Mas ello, supone alejarlo de su instrumentalización,
de su utilidad como fuente de dominio.
En este estado sólo nos cabe, entonces,
el cuidado en la espera,
la atención y el refinamiento de nuestra disposición a... recibir.

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El mito del androide se ha realizado por fin,
pero en nosotros.
Pensábamos apretar el botón, sentarnos y ser como antes;
ignorantes de que la máquina, sigilosamente,
continuaba su trabajo de transformación...
sobre nosotros.

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Indiferentes ante el horror,
autómatas educados, conchas despiadadas,
esperamos, en lo recóndito, que la divinidad nos insufle de nuevo vida,
o que, en su defecto, acelere nuestro fin.

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En las pocas ocasiones en que se nos hace presente
el sufrimiento de una humanidad humillada,
no puedo evitar el recuerdo
de la imagen del grito callado de Kurtz.

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Castillo de naipes moderno:
Una ética sin cimientos.
No es de extrañar que, en los momentos decisivos,
prevalezca la eficacia.
La moral es fruto de un delicado cultivo.
Pretender directamente el fruto es labor inútil.

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El pilar de la «nueva» pedagogía:
sustituir la "auctoritas" por el "bricolage".

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Aunque seamos hoy incapaces de fundamentar ningún criterio de autoridad,
es signo de una buena "paideia" el reconocerla.

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Nosotros abrimos las puertas y nosotros las cerramos:
es cuestión de disposición.

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Existen tradiciones que, al igual que ciertos libros, son inagotables.
Leemos cosas diferentes en lo ya leído.
El problema no es del texto, sino del intérprete.
Existe el peligro de que, por ceguera o estupidez,
derrochemos las fuentes de lo humano.

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Ante el sentimiento de que hemos pecado,
sólo cabe el confesionario o el diván.
En cualquier caso, la confesión evita el resentimiento.
"Modus tollendo tollens":
cuando el confesionario o el diván permanecen vacíos,
la culpabilidad es tan sólo un error táctico.

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Nietzsche versus Nietzsche:
Su lectura, tarde o temprano,
nos impulsa a tratarle en los mismos términos
en que él trató al «Gran Error» de la humanidad:
¿cómo soportar una voluntad que se imponga y limite la mía?
Ahora el insensato exclama: «Nietzsche ha muerto».

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La pureza del ideal como anhelo
no debe nunca ocultar la realidad bastarda del hombre.
Lo ya dicho: cuando el hombre pretende actuar como ángel
se convierte en bestia.

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La astucia del necio -"nescius"-:
transmuta la negación para el pensar
en la negación de que haya algo que pensar.

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También la derrota es necesaria:
La victoria ciega;
la derrota amplia la libertad interior;
el peligro es el resentimiento.
La acentuación de la vida interior puede entonces
quedar atrapada por la luz del ángel caído.

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Jüngeriana:
La conjunción de caos y orden
dirige desde su seno la Edad Caótica
hacia una nueva Edad Teocrática.
El orden y el aseguramiento de lo real propio de la técnica moderna
permanece como caos
mientras no deje de ser puramente arbitrario, carente de finalidad.
El nuevo orden religioso "corresponderá" a la técnica
dotándola de un límite, de una forma, de un "eidos".
La total organización de lo real culmina así
en un orden técnico-religioso.

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Sólo la insensibilidad o el resentimiento
no reconocerían la elemental belleza de la fuerza natural.
Con todo, y el tiempo es inapelable, esa exuberancia
se convierte en vacío estéril
si no se ha empleado en la reforma de nuestra propia naturaleza.

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El gran pecado (hybris) del hombre moderno:
intentar construir con sus propias manos el reino de Dios.
El resultado, imprevisto, fue Auschwitz.

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Leído: dignidad es saber que algo peor
le ha sucedido a hombres mejores que tú.

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De entre los rasgos del "iniciado", uno:
estimar en mayor medida el silencio.
De Heráclito a Wittgenstein.

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El desprecio es el arma más hiriente,
pues la búsqueda de reconocimiento horizontal
se halla en el núcleo de las sociedades modernas.

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Sueño barroco:
En algún momento me he visto sobrecogido
por la idea de que todos mis actos son fruto de una puesta en escena;
y de que sólo podré liberarme de semejante artificio
desvelando a su oculto director.

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El "amor" y la "necesidad"
imponen hoy a la humanidad medidas impopulares;
mañana, demasiado tarde, serán inhumanas.

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Lo importante no es nunca "mi" perspectiva,
sino lo que en ella se da.
La Psicología como síntoma.