La
oposición al idealismo alemán
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Los avances de la revolución industrial producen en Europa unas transformaciones sociales y económicas que determinan el clima de inestabilidad del siglo XIX. La burguesía, capitalista e industrial, es la gran beneficiada de esta situación. Junto a ella aparece una nueva clase que poco a poco va tomando conciencia de sí misma: el proletariado. En medio, unas clases medias surgidas con el desarrollo del sector terciario. Los antiguos estamentos son sustituidos por las clases sociales. Con la llegada de las nuevas industrias a las ciudades y la mano de obra que requiere, se produce un deterioro en las condiciones de vida de los barrios obreros. Las doctrinas anarquistas y socialistas crecen rápidamente. Las revoluciones, alimentadas por el liberalismo, los movimientos democráticos, el socialismo y el anarquismo, se extienden por toda Europa. Los tradicionalistas y la burguesía conservadora intentan contenerlos. Otro foco de conflicto es el creciente auge del nacionalismo, que a finales del siglo conduce al imperialismo colonialista. En el terreno de la filosofía el primer tercio del s. XIX está dominado por el idealismo alemán. Pero a partir de la muerte de Hegel, en 1831, la filosofía atraviesa una honda crisis. El abuso especulativo de la metafísica idealista conduce a una reacción que trata de acercar el pensamiento a la vida y a lo concreto. A la muerte de Hegel sus seguidores se separan en la llamada derecha e izquierda hegeliana. Los primeros (Bauer, Erdmann) tratan de hacer una lectura teológica y cristiana. Los segundos (Strauss, Feuerbach, Marx, Stirner) cuestionan el idealismo criticando tanto sus elementos políticos, como religiosos. Otros pensadores rechazan el sistema hegeliano en bloque. Así Schopenhauer y Nietzsche, que reivindican los aspectos no-racionales de la realidad; o Kierkegaard, que defiende una visión no especulativa del cristianismo centrada en la noción de individuo y de existencia; o Comte, fundador del positivismo, que pretende atenerse a los hechos y presenta a las ciencias particulares como modelos para la filosofía. Una de las características comunes a estos pensadores de finales del siglo XIX, como reacción al sistema hegeliano, es lo que podemos llamar "el descubrimiento de la realidad profunda". Se descubrió la economía por debajo del espíritu (Marx), la existencia concreta y mortal por debajo de la especulación (Kierkegaard), la voluntad en el fondo de la razón (Schopenhauer), el instinto bajo la cultura (Nietzsche, Freud), y la biología en el subsuelo de la historia (Darwin).
En su tesis doctoral
-"La cuádruple raíz del principio de razón
suficiente"- Schopenhauer (Danzig, 1788-1860) reduce las
categorías kantianas a cuatro modalidades del principio de razón
suficiente, pero acepta de Kant que el mundo fenoménico es sólo
el mundo tal como nos lo representamos en la mente («un sueño
de nuestro cerebro»). La distinción kantiana entre fenómeno
y nóumeno es recogida por él como queda patente en el título
de su obra principal: "El mundo como voluntad y como representación".
La esencia de la realidad, el mundo como cosa en sí, que era incognoscible
para Kant, se le revela al hombre a través de su experiencia interior.
Toda la realidad, no sólo la humana, aparece entonces como Voluntad
(en oposición al carácter racional de la realidad postulado
por Hegel). Esta fuerza ciega e irracional, que está latente en
toda realidad, se manifiesta objetivándose en el fenómeno.
La realidad en su esencia es impulso, energía, fuerza inconsciente.
Su manifestación fundamental es la voluntad de vivir (la sexualidad
como perpetuación de la vida), de modo que todo organismo es una
concreción de esta voluntad de vivir. En los organismos más
simples este impulso ciego actúa bajo la forma de leyes de atracción
y repulsión, en los más complejos (reino animal superior)
aparecen ya los motivos y la representación (vida mental). 1) Camino estético: En la contemplación estética el actor se convierte en espectador. Al ingresar en el ámbito de lo bello, caracterizado por el desinterés, la voluntad se anula, escapando así el sujeto a su tiranía. 2) Camino ético: Schopenhauer defiende una moral de la piedad, de la compasión universal. Dejando de lado el propio dolor, puede uno concentrarse en el sufrimiento de los otros. Atendiendo a lo universal se logra olvidar los estragos que la voluntad provoca en la propia individualidad. 3) Camino metafísico: La moral de la compasión desemboca en una forma de ascetismo, próximo a las enseñanzas de los Upanishad hindúes, que conduce a la liberación total del deseo. Por medio de la ascesis, de la renuncia al mundo, a los deseos y placeres, a la sexualidad, a la riqueza material, el individuo logra despojarse de su individualidad, escapando a la tiranía de la voluntad. Completamente despojado de su yo, el hombre se acerca al nirvana (que para el budismo es el estado de bienaventuranza consistente en la aniquilación completa del individuo por su incorporación a la esencia divina impersonal): «para aquellos en quienes la voluntad se ha suprimido, este mundo tan real, con todos sus soles y sus vías lácteas, es verdaderamente la Nada». «La voluntad es lo primero y originario; el conocimiento hace mero acto de presencia y pertenece a la manifestación de la voluntad. Todo hombre es cuanto es merced a su voluntad y su carácter, y el querer constituye la base de su esencia; el conocimiento se añade a ello y sólo sirve para mostrarle lo que ya es. Se conoce a consecuencia de y en conformidad con su voluntad. Para todos los demás pensadores, el hombre quiere a consecuencia de y en conformidad con su conocimiento; le bastaría con reflexionar sobre cómo le gustaría ser, para serlo. Tal sería su libertad: el hombre sería su propia obra bajo la luz del conocimiento. Por el contrario, yo mantengo que ya es su propia obra antes de todo conocimiento y que el conocimiento sólo viene a iluminar esto; por eso no puede decidir ser de tal o cual manera, pues no puede ser de otro modo, sino que lo es de una vez para siempre y luego va conociendo cuanto es. Según ellos, quiere lo que conoce; en mi opinión, conoce lo que quiere». (Manuscritos berlineses, 39)
SÖREN KIERKEGAARD Kierkegaard
(Copenhague, 1813-1855) se opone al sistema hegeliano rechazando su concepción
racional del cristianismo, su concepto de "superación"
dialéctica y la inmersión del individuo en lo abstracto. 1) Estético: La vida entregada a la búsqueda de placeres. Se valora el instante. Su figura simbólica sería el seductor Don Juan. Este tipo de vida conduce al hastío y la desesperación. 2) Ético: Se caracteriza por la vida de compromiso, por la asunción del deber. Su figura ejemplar sería Sócrates y como institución el matrimonio. La imposibilidad de realizar la ley moral conduce este modo de existencia a la conciencia del pecado. 3) Religioso: La religión es aquí entendida no como sistema de dogmas sino como experiencia interior. El hombre sólo puede realizar de modo auténtico su yo delante de Dios. Este estadio supone un salto al absurdo, a la fe. Abraham es la figura que ejemplifica este salto. El sentimiento de angustia (sentimiento de atracción y repulsión ante la posibilidad de la nada) acompaña y posibilita cada salto, pues no es posible situarse en medio, o intentar conciliar estos tres modos de enfrentarse a la vida: o se vive en uno o en otro. «Hay
una visión de la vida que cree que donde se halla la multitud,
allí está la verdad, y que la misma verdad necesita tener
la multitud a su lado. Hay otra visión de la vida que piensa que
allí donde está la plebe, allí está la mentira
[no se refiere a los asuntos temporales, terrenales
o mundanos, donde la multitud sí que tiene competencia decisiva,
sino a lo ético y religioso](...).
EL POSITIVISMO: AUGUSTE COMTE Comte (Montpellier, 1798-1856) es ante todo un reformador social, pero piensa que previamente se requiere una reforma teórica: el positivismo. La base de su filosofía positiva se asienta en su interpretación de la historia, de la que extrae la ley de los tres estadios. De modo semejante al individuo, la humanidad atraviesa tres edades: 1) Teológica: El hombre se encuentra dominado por fuerzas trascendentes. Las religiones (primero fetichista, luego politeísta y, por último, monoteísta) le aportan las explicaciones de los fenómenos naturales y dan sentido a su existencia. La organización social se estructura en torno a un poder absoluto. 2) Metafísica: El hombre critica sus antiguas creencias teológicas, sustituyéndolas por principios abstractos de la razón. Se destruye el orden social antiguo, sin implantar uno nuevo (revolución). 3) Positiva: Se renuncia a todo tipo de explicación que trate de indagar en el "porqué" de las cosas. Se inaugura un nuevo método científico que se atiene a los hechos que pueden ser captados por la observación y la experiencia. Este nuevo tipo de conocimiento no busca la esencia de las cosas, sino sus leyes de comportamiento, es decir, las relaciones que se dan entre los fenómenos observados: «saber para prever». El orden social debe construirse según los principios de la nueva ciencia creada por Comte: la Física Social o Sociología. La filosofía positiva es, pues, marcadamente antimetafísica, se atiene a la experiencia sensible externa como única fuente de conocimiento. Ya que todo lo que es necesario saber sobre los fenómenos, nos lo dicen las ciencias particulares, la única función de la filosofía es sintetizar las verdades adquiridas por estas ciencias. La finalidad del saber es, entonces, práctica: «saber para prever con el fin de proveer». La ciencia permite la previsión y la previsión permite la acción. Comte establece una clasificación de las ciencias, de modo que se subordinan las una a las otras según la simplicidad de su objeto. Se trata de una clasificación lógica, por la simplicidad o complejidad de su objeto, e histórica, por el orden de su aparición. La primera que aparece en la historia dada la simplicidad de su objeto es la Matemática. Le siguen la Astronomía, la Física, la Química y la Fisiología. En la cima de todas las ciencias se encuentra la más compleja (que debe su nacimiento al propio Comte): la Sociología. Igual que las ciencias naturales, la Sociología debe aportarnos las leyes del comportamiento humano que deben servir de base teórica para la constitución de un nuevo orden social. La obsesión de Comte por instaurar este nuevo orden social, le llevó a presentar su filosofía positiva como una nueva religión: la Religión de la Humanidad. La religión es indispensable para la vida social, pues otorga unidad al cuerpo social y da respuesta a la necesidad natural de adoración que experimenta el hombre. Toda religión ha de tener una fe en un poder exterior, un culto hacia ese poder y un régimen impuesto por respeto a ese poder que se expresa en una moral, una liturgia y una política. El nuevo dios al que los hombres han de rendir culto es la Humanidad o Gran Ser, de forma que el culto debe dirigirse esencialmente a conmemorar a los grandes hombres bienhechores de la Humanidad. Así, por ejemplo, en los domingos del mes de Descartes se conmemoran Tomás de Aquino, Bacon, Leibniz y Hume. Esta religión no admite la existencia de un dios trascendente y creador, ni una vida eterna más allá de la muerte. La única forma de inmortalidad que admite es la supervivencia de los muertos en la memoria de los vivos. Comte, tomando como modelo el orden cristiano medieval, dotó a esta nueva religión de iglesias, sacerdotes, dogmas y sacramentos. Evidentemente muchos de sus discípulos no siguieron al maestro en este delirio religioso. «Considerada
en primer término en su acepción más antigua y más
corriente, la palabra «positivo» designa lo real, en
oposición a lo quimérico. En este sentido conviene plenamente
al nuevo espíritu filosófico, así caracterizado por
su constante consagración a las investigaciones verdaderamente
accesibles a nuestra inteligencia, con exclusión permanente de
los impenetrables misterios de los que se ocupaba, sobre todo en su infancia.
En otro sentido, muy aproximado al anterior, pero distinto, sin embargo,
este término fundamental indica el contraste de lo útil
con lo ocioso; en este caso recuerda, en filosofía, el destino
necesario de todas nuestras sanas especulaciones, encaminadas al mejoramiento
continuo de nuestra verdadera condición individual y colectiva,
en lugar de la vana satisfacción de una estéril curiosidad.
Según un tercer significado usual, esta afortunada expresión
se emplea con frecuencia para designar la oposición entre la certidumbre
y la indecisión; indica así la aptitud característica
de tal filosofía para constituir espontáneamente la armonía
lógica en el individuo y la comunión espiritual en la especie
entera, en lugar de esas dudas indefinidas y de esos debates interminables
que debía suscitar el anterior régimen mental. Una cuarta
acepción corriente consiste en oponer lo preciso a lo vago;
este sentido recuerda la constante tendencia del verdadero espíritu
filosófico a llegar en todo al grado de precisión compatible
con la naturaleza de los fenómenos y conforme a la exigencia de
nuestras verdaderas necesidades; mientras que la antigua manera de filosofar
conducía necesariamente a opiniones vagas, que no implicaban una
indispensable disciplina sino en el sentido de una opresión permanente,
apoyada en una autoridad sobrenatural.
LUDWIG FEUERBACH El filósofo alemán Feuerbach (1804-1872) es la figura clave en el paso de Hegel a Marx. Perteneciente a la izquierda poshegeliana, su crítica se dirige especialmente al Cristianismo y a la filosofía especulativa que tiene su culminación en Hegel. Frente al idealismo hegeliano y a su dialéctica, Feuerbach defiende un materialismo de tipo mecanicista (a diferencia del materialismo dialéctico de Marx). Las ideas no son las rectoras de la realidad. La fuerza que impulsa la historia no es espiritual, sino la suma de las condiciones materiales de cada época. Es esta suma la que determina lo que piensan y hacen los hombres que viven en ella. Así, la miseria material en la que muchos hombres viven, los lleva a buscar consuelo en un mundo ideal inmaterial (de su propia invención, aunque sea inconscientemente), en el que obtendrán recompensa por la infelicidad de sus vidas. Esta crítica
de la religión la desarrolla en su obra "La esencia
del Cristianismo", donde sostiene que «el secreto de
la teología es la antropología». El hombre crea
sus dioses a su imagen y semejanza, de acuerdo con sus necesidades, deseos
y angustias. Lo que ha sido llamado Dios no es más que la esencia
humana divinizada: «Dios no es más que un mito en el que
se expresan las aspiraciones de la conciencia humana». Retomando
el concepto hegeliano de alienación -que consiste, para
él, en que el hombre se encuentra desposeído de alguna cosa
que le pertenece por esencia, en provecho de alguna realidad ilusoria-,
lo aplica al ámbito religioso. Dios no es más que la reunión
de los atributos que constituyen la grandeza del hombre. Sabiduría,
querer, justicia, amor..., infinitos atributos que constituyen el ser
propio del hombre y que los proyecta espontáneamente fuera de sí,
objetivándolos en un sujeto fantástico. El hombre se vacía
enriqueciendo a su Dios. De esta forma la «religión se
convierte en un vampiro de la humanidad que se alimenta de su sustancia,
de su carne y de su sangre». «Así como en la teología la verdad, la realidad de Dios, es el hombre -pues todos los predicados que realizan a dios en tanto Dios y convierten a Dios en un ser real, como poder, sabiduría, bondad, amor, incluso infinitud y personalidad, que tienen como condición la diferencia respecto de lo finito, sólo son puestos en y con el hombre-, así también en la filosofía especulativa lo finito es la verdad de lo infinito». ("Tesis provisionales para la reforma de la filosofía")
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