KARL
POPPER: el método crítico
|
1.- La teoría del ensayo y el error en la ciencia y la política En 1963 Popper (Viena, 1902-1994) publica "Conjeturas y refutaciones": el título de esta obra revela la clave del planteamiento del autor. Los dos grandes temas de su interés, el conocimiento y la política, deben ser vistos a la luz de lo dicho en el título. El conocimiento, como búsqueda de la verdad, y la política, como búsqueda de la justicia, deben responder al mismo mecanismo que utilizan todos los organismos en su resolución de problemas: el ensayo y el error. Conocer es elaborar hipótesis e intentar falsarlas; ninguna autoridad es aceptable en esta labor crítica. Al no existir certeza posible sobre la verdad (salvo en las tautologías), el método crítico pasa a ser el pilar de la investigación científica. Sólo detectando y eliminando el error podemos ir avanzando -sin dogmatismos- en la búsqueda de la verdad. El mismo método
es el que hay que llevar a cabo en la política. No se trata
de preguntarse por quién o quiénes son los más adecuados
para gobernar. Tampoco aquí debe plantearse la cuestión
de cuál es la autoridad legítima. El planteamiento correcto
sigue siendo: ¿cómo detectar y evitar el error? Una
teoría del Estado es aceptable cuando permite la crítica:
la detectación y eliminación del error. Sólo las
instituciones democráticas permiten -ése es su objeto- destituir
sin violencia a los gobernantes malos o incompetentes. Y sólo ellos
permiten una continua reforma de los errores en los que se pueda caer.
Evitar el despotismo y posibilitar la crítica, he ahí el
fundamento teórico de la democracia. Esencialmente éste es el ideal defendido por la Ilustración. Sólo a partir de él podemos dotar de sentido ético a la historia, ya que no es cierto que exista un sentido oculto de la historia que debamos descubrir. Las teorías historicistas -ya sean las teorías del progreso (Comte, Hegel, Marx), las de la decadencia (Spengler) o las de los ciclos (Vico, Nietzsche)- son pseudocientíficas. Estas teorías quedan refutadas, primero, por el hecho de que podamos avanzar y retroceder a la vez y, segundo, porque tenemos la posibilidad de imponer nosotros mismos un fin ético a la historia. No hay leyes históricas de progreso o de ciclo; el avance social en los ámbitos de la justicia, la libertad y el progreso económico depende de nosotros. Este avance no se logra, por otro lado, imponiendo fanáticamente a la sociedad un ideal ético, una utopía. Por el contrario, evitando siempre los peligros del fanatismo, se trata de favorecer una crítica social de inspiración ética que permita eliminar los errores de la vida social y política. Para ello es necesario una sociedad libre, pluralista y tolerante, donde se respeten las diferentes ideas y se adopten fines políticos sobrios y realistas. Es en este sentido como hay que entender el ideal ilustrado de la emancipación o autoliberación por el conocimiento. En nuestras manos está el dotar de sentido a la historia y sólo lo podemos lograr mediante una crítica inspirada en ideales éticos, que permita eliminar los errores de nuestros proyectos políticos y sociales (sólo mediante nuestros errores podemos aprender). En ningún caso, pues, es posible la certeza en la posesión de la verdad. En este sentido la enseñanza socrática no ha perdido vigencia: el reconocimiento de la limitación humana, de su ignorancia, de su falibilidad es la base de todo nuestro progreso. Progreso que sólo es logrado mediante el ejercicio de la crítica: mediante la búsqueda y eliminación de los errores que albergan nuestros ensayos o conjeturas, ya sean hipótesis científicas, ya sean proyectos políticos.
K. Popper considera que es el análisis crítico de las ciencias, de sus hallazgos y métodos, lo más característico de la indagación filosófica (a pesar de la separación de las ciencias -un "hecho" a partir de Newton- del tronco común de la filosofía). Y esto es así por dos motivos: primero, porque son los problemas de teoría del conocimiento los que constituyen el corazón de la filosofía; segundo, porque el conocimiento científico, aunque no es el único, si es el tipo de conocimiento mejor y más importante que poseemos. En su concepción del conocimiento Popper abandona la visión que clásicamente se tenía sobre él -su superación acontece con Einstein-. Según el concepto clásico de conocimiento, éste implica la verdad y la certeza de lo que se conoce, junto a la existencia de razones suficientes para considerarlo verdadero. Con este abandono se distancia tanto del cientifismo positivista y neopositivista como del escepticismo que se mantiene en la duda. No hay autoridad que nos permita estar ciertos de la verdad, pero si hay criterios racionales de progreso en la aproximación a la verdad. El conocimiento seguro,
la certeza, es imposible; todo conocimiento lo es por conjetura.
Sin embargo el conocimiento es búsqueda de la verdad (no vale la
pena buscar la certeza, pero sí la verdad). Aunque no podamos saber
con certeza la verdad de nuestros conocimientos, sí que podemos
disponer de un criterio racional de progreso en la búsqueda
de la verdad (se trata de un criterio de aproximación a
la verdad). Este criterio es, en general, la resistencia de una teoría
a la crítica que llevamos a cabo a fin de encontrar posibles errores.
La crítica dirige el progreso científico, posibilitándonos
aceptar una nueva hipótesis cuando: Esta concepción permite dar respuesta a uno de los grandes problemas que ya ocupo la atención de KANT: el problema de la demarcación, de la diferenciación entre lo que es ciencia y lo que no lo es (entre ciencia y metafísica, por ejemplo). No se trata de un criterio de sentido como en el caso del Círculo de Viena; ni recurre Popper, como ellos, a la verificación o a la confirmación (es decir, a la inducción: observaciones repetidas que inductivamente dan lugar a enunciados universales). El criterio de demarcación inherente a la lógica inductiva equivale a exigir que todos los enunciados de la ciencia empírica (o, todos los enunciados «con sentido») sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a su verdad y a su falsedad; podemos decir que tienen que ser «decidibles de modo concluyente». Esto quiere decir que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible tanto verificarlos como falsarlos. (...) Ahora bien, en mi opinión no existe nada que pueda llamarse inducción. Por tanto será lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados singulares que estén «verificados por la experiencia». Así, pues, las teorías no son nunca verificables empíricamente. (Popper, La lógica de la investigación científica, Ed. Tecnos, I, 6, pág. 39) Él propone como criterio de demarcación la falsabilidad: una teoría es científica si puede ser falsada o refutada por medio de la experiencia (en el caso de las teorías empíricas) o por medio de su contradictoriedad interna (en el caso de las teorías lógicas y matemáticas). Pero, ciertamente, sólo admitiré un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia. Estas consideraciones nos sugieren que el criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la verificabilidad, sino el de la falsabilidad de los sistemas. Dicho de otro modo: no exigiré que un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un sentido positivo; pero sí que sea susceptible de selección en un sentido negativo por medio de contrastes o pruebas empíricas: ha de ser posible refutar por la experiencia un sistema científico empírico. (Así el enunciado «lloverá o no lloverá mañana» no se considera empírico, por el simple hecho de que no puede ser refutado; mientras que este otro, «lloverá aquí mañana», debe considerársele empírico.) (I, 6, p. 40) En conexión con este problema se encuentra otro, ya tratado por HUME: el problema de la inducción. También aquí entra en liza contra los neopositivistas del Círculo de Viena. Una inferencia es inductiva cuando pasa de enunciados singulares o particulares a enunciados universales, tales como hipótesis, leyes o teorías. El problema es que la inducción no está lógicamente justificada. Ahora
bien, desde un punto de vista lógico dista mucho de ser obvio que
estemos justificados al inferir enunciados universales partiendo de enunciados
singulares, por elevado que sea su número; pues cualquier conclusión
que saquemos de este modo corre siempre el riesgo de ser un día
falsa: así, cualquiera que sea el número de ejemplares de
cisnes blancos que hayamos observado, no está justificada la conclusión
de que todos los cisnes sean blancos. Para justificar una inducción siempre tenemos que recurrir a la misma inducción, cayendo así en un círculo vicioso tal como había señalado Hume. Como tampoco es satisfactoria la respuesta de Kant (el principio de inducción es válido a priori), Popper concluye que la metodología científica es esencialmente deductiva, y no inductiva. Por mi parte, considero que las diversas dificultades que acabo de esbozar de la lógica inductiva son insuperables. Y me temo que lo mismo ocurre con la doctrina, tan corriente hoy, de que las inferencias inductivas, aun no siendo «estrictamente válidas», pueden alcanzar cierto grado de «seguridad» o de «probabilidad». Esta doctrina sostiene que las inferencias inductivas son «inferencias probables». (...) Con recurrir a la probabilidad ni siquiera se rozan las dificultades mencionadas: pues si ha de asignarse cierto grado de probabilidad a los enunciados que se basan en inferencias inductivas, tal proceder tendrá que justificarse invocando un nuevo principio de inducción, modificado convenientemente; el cual habrá de justificarse a su vez, etc. Aún más: no se gana nada si el mismo principio de inducción no se toma como «verdadero», sino como meramente «probable». (I, 1, p. 29) Es la lógica deductiva la base del método científico (método hipotético-deductivo). Según esta lógica si las premisas de una inferencia válida son verdaderas, la conclusión debe ser también verdadera. En consecuencia, si en una inferencia válida la conclusión es falsa, no es posible que las premisas sean verdaderas (el modus tollens constituye la justificación lógica del método crítico, de la falsabilidad como criterio científico). Mi propuesta está basada en una asimetría entre la verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que se deriva de la forma lógica de los enunciados universales. Pues éstos no son jamás deducibles de enunciados singulares, pero sí pueden estar en contradicción con estos últimos. En consecuencia, por medio de inferencias puramente deductivas (valiéndose del modus tollens de la lógica clásica) es posible argüir de la verdad de enunciados singulares la falsedad de enunciados universales. Una argumentación de esta índole, que lleva a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de inferencia estrictamente deductiva que se mueve, como si dijéramos, en «dirección inductiva»: esto es, de enunciados singulares a universales. (I, 6, p. 41) Así la lógica
deductiva se convierte en la teoría de la crítica racional:
si de una determinada teoría alcanzamos a inferir consecuencias
inaceptables, la tesis en cuestión puede considerarse refutada.
Por el contrario nunca la teoría queda verificada, debe ser siempre
considerada como una solución provisional, sujeta a crítica
racional.
Según este método aumentamos nuestro conocimiento elaborando hipótesis y buscando hechos que las refuten. Cuanto más contenido empírico posea una hipótesis y, por lo tanto, su contrastación empírica sea más fácil, más científica será la hipótesis, con mayor rapidez podremos descubrir sus posibles errores. Así la ciencia no progresa por acumulación o adición de conocimientos, sino por eliminación y destrucción. Las teorías eliminadas mediante refutaciones son sustituidas por otras, siempre que dispongamos de otra teoría para sustituirla; y una vez sustituida, la primera teoría queda rechazada (por ejemplo, la aceptación de la teoría de Einstein invalida la física de Newton). De este modo, como ocurre en la evolución de las especies, se da una forma de selección natural: las teorías más fuertes, aquellas que resisten mejor la crítica, son las que prevalecen, las otras son eliminadas. Pero la evolución no se detiene, estas teorías que sobreviven siguen sujetas a la crítica y pueden ser un día sustituidas por otras si no logran resistir las contrastaciones. Este progreso evolutivo permite que nuestras teorías describan cada vez mejor la realidad, poco a poco se aproximan a la verdad, pero sin alcanzarla nunca. Popper dice que nuestras teorías son redes que lanzamos para apresar aquello que llamamos «el mundo», para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Cada vez tratamos de que la malla sea más fina, pero nunca dejará de ser malla, y por eso siempre dejará escapar algo. Preferimos una teoría a otra porque es más verosímil, porque se aproxima más a la verdad, pero nunca podremos demostrar la verdad de ninguna teoría. En definitiva, el conocimiento científico es siempre hipotético: es conocimiento por conjetura; y el método de la ciencia es el método crítico: el método de búsqueda y eliminación de errores al servicio de la verdad. En este sentido Popper denomina a su postura racionalismo crítico: el conocimiento es búsqueda racional de la verdad, sin que esa búsqueda llegue nunca a la certeza en la posesión de la verdad; por ello nuestro conocimiento está siempre sujeto a la crítica, a la búsqueda de contradicciones entre nuestras teorías y las observaciones. La
ciencia no es un sistema de enunciados seguros y bien asentados, ni uno
que avanzase firmemente hacia un estado final. Nuestra ciencia no es conocimiento
(episteme): nunca puede pretender que ha alcanzado la verdad, ni
siquiera el sustituto de ésta que es la probabilidad. |