Descartes

 

1. El siglo XVII: la época del barroco

2. Datos biográficos

3. El replanteamiento de la filosofía

4. El método

5. La duda metódica, la certeza y el «cogito»

6. Del «yo pensante» a Dios

7. De Dios al mundo: la «res extensa»

8. El hombre

Textos-cuestiones


1.- LA ÉPOCA DEL BARROCO. EL SIGLO XVII

La economía de esta época continúa siendo esencialmente agrícola. Incluso en Inglaterra, donde ya se ha dado la primera revolución industrial, la mayor parte de la población vive de la agricultura. Sin embargo el hambre constituye una amenaza constante: la población disminuye y el promedio de edad de vida gira en torno a los 25 o 30 años. La inestabilidad económica, fruto principalmente de las necesidades de guerra de los Estados, provoca numerosas revueltas. En la mayor parte de Europa continúan las guerras de religión, salvo en Italia y España donde la Contrarreforma mantiene la unidad de la fe católica. Una crisis generalizada rompe la unidad de Europa y aparecen numerosos conflictos y divisiones, que la mantienen constantemente en guerra.

La crisis también afecta a la vida intelectual. La nueva ciencia provoca el hundimiento de los sistemas escolásticos y de la imagen aristotélica del mundo. Los filósofos buscan nuevos horizontes intelectuales. El cartesianismo -doctrina de Descartes- intenta dar una solución a esta crisis. Si hasta ahora poco importaba de donde procedía un filósofo o científico, ahora la cultura se nacionaliza. Racionalismo y empirismo, que serán las dos grandes corrientes de este siglo, se dividen geográficamente: el primero, iniciado por Descartes en Francia, domina en el continente europeo; el empirismo en las Islas Británicas.

En el terreno de la cultura y el arte a este periodo se le denomina Barroco. Su visión del mundo y de la vida es pesimista. Para el Barroco la realidad a perdido consistencia, todo es fugacidad, el tiempo se convierte en una obsesión (el reloj mecánico será uno de los símbolos de esta época), todo es contingente, pura apariencia sin sustancia. La comparación de la vida con el sueño constituye un tópico del Barroco (Calderón, La vida es sueño). También la afirmación de que el mundo es un gran teatro, una gran representación. En estas condiciones no resulta extraña la búsqueda de certeza, frente a las dudas y los engaños, que caracteriza a la filosofía de Descartes.

2.- RENÉ DESCARTES

Nace el 31 de Marzo de 1596 en la pequeña ciudad de La Haya en la Turena (Francia). Su madre muere un año después. Su padre, consejero del Rey en el Parlamento de la Bretaña, le envía en 1604 al colegio de La Flèche, dirigido por los jesuitas. Allí permanece durante ocho o nueve años, destacándose en matemáticas y latín. Ya en 1616 obtiene la licenciatura en derecho en Poitiers. Dos años más tarde se alista en Holanda en el ejercito del príncipe Mauricio de Nassau, que dirige la rebelión contra las tropas españolas. Con el comienzo de la guerra de los Treinta Años en 1619, se alista en las tropas católicas del duque de Baviera, que combaten contra el rey de Bohemia. En 1621 abandona el ejército y durante unos cuatro años se dedica a viajar por Polonia, Holanda, Italia y Francia. Toma la costumbre de meditar en la cama, levantándose para escribir y acostándose de nuevo. Así logra progresar en sus investigaciones de matemática y dióptrica. A esta época pertenece su obra inacabada Reglas para la dirección del espíritu. Sin embargo la vida social parisina le agobia con excesivas distracciones y decide retirarse a Holanda, donde permanece desde 1628 a 1649. Prosigue sus investigaciones en mecánica y fisiología e inventa la geometría analítica (Geometría se publicará en 1637). En 1633, a raíz de la condena de Galileo por el Santo Oficio, suspende por precaución la publicación de su obra Tratado del mundo. En 1637 publica como prefacio a su Dióptrica el Discurso del método para conducir la razón y buscar la verdad en las ciencias. Este pequeño tratado, conocido como Discurso del Método, se convertirá en su obra más célebre. En 1640 acaba de redactar sus Meditationes de prima philosophia (Meditaciones Metafísicas, traducidas al francés en 1647), pero antes de publicarlo decide solicitar la opinión de diferentes personas. De aquí que la obra aparezca en las ediciones críticas acompañada de unas extensas "objeciones y respuestas". La importancia de esta obra queda patente en la afirmación del propio Descartes de que las Meditaciones contienen la base sobre la que reposa todo el edificio científico. En 1647 se publica los Principios de Filosofía, y en 1649 el Tratado de las pasiones. Mientras tanto Holanda ha dejado de ser un refugio ideal. El senado de Utrech condena al cartesiano Regius y, en consecuencia, la doctrina cartesiana. La Universidad de Leyde acusa a Descartes de blasfemo. En estas condiciones, Descartes acepta la invitación de la reina Cristina de Suecia, que deseaba ser instruída en su filosofía. En octubre de 1649 llega a Estocolmo, pero pronto el frío invierno y la intempestiva hora de las clases debilitan su salud (Descartes tenía que acudir a las cinco de la mañana a la biblioteca de la reina; además estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo en la cama entregado a sus reflexiones). Un ataque de fiebre acaba con su vida el 11 de febrero de 1650.

3.- EL REPLANTEAMIENTO DE LA FILOSOFÍA

[Extractos de M. García Morente: "Lecciones preliminares de Filosofía"]

Comienza en este momento la segunda navegación de la filosofía. La primera la inicia Parménides; esta segunda la inicia Descartes. Pero aquellos navegantes -Parménides, Platón, Aristóteles- eran navegantes inocentes. No había sufrido la filosofía desengaño ninguno todavía. En cambio el navegante nuevo, el navegante Descartes, ha perdido la virginidad, ha perdido la inocencia. Ya no está en las mismas condiciones. Tiene detrás de sí un pasado filosófico aleccionador, una experiencia previa que ha fracasado. Y entonces él tiene que comenzar a filosofar, no con la alegría virginal de los inocentes griegos, sino con la cautela y la prudencia del que ha presenciado un gran fracaso de siglos. ¡Cuidado! -piensa Descartes- ¡No vayáis a equivocaros! ¡Mucho cuidado! Esta actitud de prudencia y de cautela que el lugar y el momento histórico imponen inevitablemente a Descartes, es lo que imprime un sello indeleble en el pensamiento moderno.

Pero cuando Descartes, y el pensamiento moderno simbolizado por Descartes, acometen esa pregunta: ¿quién existe?, ya no son vírgenes, ya no son inocentes, dicen: ¡Cuidado! Y antes de acometer la pregunta de quién existe quieren asegurarse de que no se van a equivocar. Resuelven, pues, primero buscar la manera de no equivocarse; resuelven hacer una investigación previa, preliminar, de propedéutica, que va a consistir en pensar minuciosamente un método que permita evitar el error.

De manera que la característica del pensamiento moderno es que antes de plantearse el problema metafísico se plantea otro problema previo: el problema de cómo evitar el error; el problema del método, que hay que descubrir para aplicarlo de suerte que no se cometan errores; el problema de la capacidad que tenga el pensamiento humano para descubrir la verdad; el problema de si el pensamiento humano puede o no puede descubrir la verdad; el problema de los caracteres que haya de tener un pensamiento para ser verdadero. En suma, toda una serie de problemas que los filósofos hoy comprendemos bajo la denominación de "teoría del conocimiento".

La característica del pensamiento moderno es que en vez de debutar por la propia ontología, debuta por una epistemología, por una teoría del conocimiento. Lo que le interesa al pensamiento moderno ahora es la indubitabilidad; es que aquello que se afirma tenga una solidez tan grande, que no pueda ser puesto en duda, como ha sucedido con el sistema de Aristóteles.

Pero colocados ya en este plan, en el plan de no interesarse por la cantidad de conocimiento, sino por obtener aunque sea uno solo, pero indudable; colocados ya en ese plan, la marcha del pensamiento cartesiano no puede tener más que uno de estos dos resultados: o bien encallaba en la infructuosidad completa, naufragando en el escepticismo; o bien forzosamente tenía que llegar ha descubrir por primera vez en la historia del pensamiento humano algo completamente nuevo: lo inmediato.

Nuestro conocimiento de las cosas, en la filosofía de Aristóteles, consiste en poseer conceptos, en llenar nuestra mente de conceptos, los cuales se ajustan a las cosas. Un concepto es verdadero cuando lo que el concepto dice y lo que la cosa es coinciden. Así, en el sistema aristotélico, nuestra relación con las cosas es una relación mediata. ¿Por qué? Porque está fundada en un intermediario. Este intermediario es el concepto. El concepto nos sirve de intermediario entre nuestra mente y las cosas. "Mediante" el concepto conocemos las cosas. Nuestro conocimiento es mediato. Por eso el conocimiento aristotélico era siempre discutible; porque siempre cabía discutir si el concepto se ajustaba o no se ajustaba a la cosa. Puesto que la verdad del concepto consistía en ajustarse a la cosa, siendo el concepto la mediación o intermediario entre nosotros y la cosa, siempre cabía discutir la verdad del concepto. Es decir, que en este sistema aristotélico el conocimiento ofrece sin remedio el flanco a la duda.

Pero Descartes lo que busca es un conocimiento que no ofrezca el flanco a la duda. No tendrá pues otro recurso que: o fracasar y caer en el escepticismo absoluto, o llegar a un conocimiento que no sea mediato, que no se haga "por medio" del concepto, sino que consista en una posición tal, que entre el sujeto que conoce y lo conocido no se interponga nada. Ahora bien: ¿qué hay, que cosa hay tal que no necesite yo un concepto entre mí y la cosa? ¿Qué cosa hay capaz de ser conocida por mí con un conocimiento inmediato, con un conocimiento que no consista en interponer un concepto entre mí y la cosa? Pues bien: lo único capaz de llenar estas condiciones de inmediatez es el pensamiento mismo.

Y así, la filosofía moderna cambia por completo su centro de gravedad y da al problema de la metafísica una respuesta inesperada. ¿Quién existe? Yo y mis pensamientos. Entonces ¿es que el mundo no existe? Es dudoso. Como ustedes ven la cosa es grave, muy grave, porque ahora resulta que se nos exige una actitud mental completamente distinta de la natural y espontánea. Espontánea y naturalmente ustedes creen, como yo, que las cosas existen. Ustedes y yo y todos los hombres somos espontánea y naturalmente aristotélicos: creemos que esta lámpara existe y que es lámpara, porque yo tengo el concepto de lámpara en general y encuentro a esta cosa el concepto de lámpara. Creemos todos que el mundo existe, aunque yo no exista. Pero ahora se nos propone una actitud vertiginosa; se nos propone algo desusado y extraordinario, como una especie de ejercicio de circo. Se nos propone nada menos que esto: que lo único de que estamos seguros que existe soy yo y mis pensamientos; y que es dudoso que más allá de mis pensamientos existan las cosas. De manera que el problema, para la filosofía moderna, es tremebundo, porque ahora la filosofía no tiene más remedio que sacar del "yo" las cosas.

Y vamos a suponer que consigue sacarlas, que consigue salir de la prisión del yo y llegar a la realidad de las cosas. Ésta será siempre una realidad derivada; nunca será una realidad primaria. De modo que he aquí una serie de condiciones que el idealismo nos impone y que son extraordinariamente difíciles.

A partir de Descartes, la filosofía moderna no ha hecho sino pensar sobre ese problema: ¿cómo sacaremos el mundo exterior del pensamiento y del yo?, ¿cómo extraeremos el mundo exterior del pensamiento? A ese problema fundamental del idealismo moderno, las soluciones que se han dado son muchas. Pueden agruparse en dos grande grupos: primero, el grupo de las soluciones psicológicas, que consiste en investigar el alma humana, sus leyes internas, por introspección, y ver cómo el alma humana agencia sus pensamientos para de ellos extraer la creencia en el mundo exterior. Principalmente han sido los ingleses los que han desarrollado esta solución psicologista. Frente a ella hay otro grupo de soluciones que llamaremos lógicas. Estas soluciones intentan fundar la objetividad de la realidad y de las cosas sobre leyes del pensar mismo, del pensar racional, lógico. Esta solución logicista o epistemologista -teoría del conocimiento- la encontramos desarrollada especialmente en Alemania. Podemos simbolizar en dos nombres los dos puntos de vista contrarios: Hume, en Inglaterra, explicará el mundo de las cosas exteriores como producto de las leyes psicológicas de nuestra alma; Kant, en Alemania, explicará el mundo de la realidad sensible como resultado o producto de las leyes de síntesis lógica de nuestro pensamiento. Pero en uno y otro advierten ustedes ya que las palabras «ser» y «pensamiento» tienen ahora una significación completamente distinta de la que tuvieron para Parménides, Platón y Aristóteles.


4.- EL MÉTODO

Si toda la casa se derrumba, si se hunde la vieja metafísica y la vieja ciencia, entonces aparece la necesidad de un nuevo método como principio del saber nuevo. Este nuevo método debe estar en condiciones de impedir que nos dispersemos en una serie inarticulada de observaciones o de que caigamos en nuevas formas de escepticismo. Todos los hombres disponen por igual de razón, lo que les diferencia es la manera de conducirla, es decir, el método que utilizan. Descartes coloca, pues, a la cabeza de su especulación este tema y le otorga una nueva función (este método va traer consigo un nuevo modo de ver lo real que va a ser característico del pensamiento moderno).

El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de ella que incluso aquellos que son los más difíciles de contentar en cualquier otra cosa no tienen en esto costumbre de desear más del que tienen. (...) la facultad de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se nombra buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y así, que la diversidad de nuestras opiniones no viene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestro pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Porque no es bastante tener buena la mente, sino que lo principal es aplicarla bien. (Discurso del método, 1ª parte)

Todas las ciencias en su conjunto son una: «Toda la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física, y las ramas que salen de este tronco son todas las demás ciencias, que se reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral». El entendimiento, la sabiduría humana es única e invariable, aunque se proyecte sobre diversos objeto. Descartes disiente de la teoría aristotélica según la cual cada ciencia tiene un método propio según sea el objeto que investiga.

El método, por él propuesto, está fundamentalmente extraído de la matemática y será el método de la ciencia humana, de la ciencia universal: la "mathesis universalis".

Pero no temo decir que creo haber tenido mucha suerte por haberme encontrado desde mi juventud en ciertos caminos que me han conducido a consideraciones y máximas con las que he formado un método por el que me parece que tengo el medio de aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco al punto más alto que la mediocridad de mí espíritu y la corta duración de mi vida le permitan alcanzar. (Op. cit., 1ª parte)

El método que nos presenta en su "Discurso del método" toma como modelo a una parte de la filosofía, la lógica, y al álgebra y la geometría. De la lógica toma su construcción rigurosamente deductiva y el partir de unos primeros fundamentos evidentes. Para hallar el contenido de esta nueva ciencia hay que tomar como patrón el álgebra y la geometría. Ambas descansan sobre el concepto de orden y medida, de relación y proporción. De esta forma toda investigación científica versa sobre un más y un menos, es decir, sobre magnitudes. No debemos dar entrada en la investigación científica a ningún elemento cuyo contenido no pueda expresarse puramente por medio de un "más" y un "menos", es decir, mediante la relación exacta de magnitudes (el espacio, la extensión, como magnitud fundamental -sistema de coordenadas-). Esta manera de acercarse a las cosas es lo que le permitirá hablar de unidad de la ciencia. Todos los conocimientos se obtienen a partir de este método.

¿Qué valor tiene la experiencia en este método? Todo saber auténtico reune intuición y deducción. La experiencia nos sirve para recoger los datos, no todos, que nos interesan y para asegurarnos la verdad de una hipótesis: documentación y comprobación. Los fenómenos son demostrados y comprendidos por medio de hipótesis matemáticas, pero su comprobación exige volver a la experiencia.

En general intuición y deducción son los pilares de este método matemático. Ya Euclides en sus "Elementos" lo había diseñado señalando estos dos pasos:
a) Búsqueda de una o varias verdades evidentes, indubitables, cuya negación implique contradicción (los axiomas).
b) Establecimiento de un conjunto de reglas de deducción seguras, ciertas y eficaces, que nos permitan, partiendo de los axiomas, demostrar rigurosamente otras verdades (los teoremas).

Esas largas cadenas de razones, enteramente simples y fáciles, de que los geómetras suelen servirse para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían permitido imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento humano están enlazadas de esta misma manera y que, únicamente con tal que nos abstengamos de recibir por verdadera la que no lo sea y que guardemos siempre el orden preciso para deducir unas de otras, no pueden haber ningunas tan alejadas que al fin no lleguemos a ellas, ni tan ocultas que no las podamos descubrir. (Op. cit., 2ª p.)

Mediante la intuición conocemos aquellas verdades de suyo evidentes e inmediatas; con la deducción alcanzamos aquellas verdades que, sin ser inmediatamente evidentes, alcanzan una evidencia mediata gracias a que llegamos a ellas partiendo de los axiomas y a través de una cadena de razones, es decir, de pasos sucesivos que son evidentes.

Armado de este método, el filósofo francés intentará edificar una filosofía a modo de «una ciencia universal que pueda elevar nuestra naturaleza a su más alto grado de perfección». Sintetizará el método a emplear en filosofía estableciendo, tal como lo señala en la segunda parte del "Discurso del método", cuatro preceptos o reglas (la evidencia, el análisis, la síntesis, la comprobación):

El primero era no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios nada más que aquello que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión de ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinara, en tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolverlas mejor.
La tercera, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer para subir poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, incluso suponiendo un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.
Y el último, hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que quedase seguro de no omitir nada.
(Op. cit., 2ª p.)

De igual modo que la verdad matemática, la verdad filosófica sólo será alcanzable si renunciamos al engaño de nuestros sentidos, si prescindimos de lo sensible y nos sumergimos en lo inteligible: sólo el entendimiento es capaz de alcanzar la verdad, por lo que nunca, si queremos evitar el error, debemos confiar ni en el testimonio fluctuante de los sentidos, ni en el juicio falaz de una imaginación incoherente. No es por lo tanto ilógico, por todo lo visto, calificar a Descartes de racionalista.

En fin, despiertos o dormidos no debemos dejarnos persuadir nunca si no es por la evidencia de la razón. Y adviértase que digo de la razón, no de la imaginación o de los sentidos. (Op. cit., 4ª p.)

El racionalista considera que la razón es autosuficiente como fuente de conocimiento. Sólo a ella le corresponde juzgar sobre la verdad. La razón produce el conocimiento de la naturaleza con sus propias fuerzas, del mismo modo que produce la matemática. La ciencia se construye sobre ciertas ideas y principios evidentes que son innatos al entendimiento; éste los posee en sí mismo, al margen de toda experiencia sensible. La experiencia no aporta más que la ocasión para corraborar lo hallado por pura reflexión racional.


5.- LA DUDA METÓDICA, LA CERTEZA Y EL "COGITO"

La idea que se encuentra en la base de la construcción cartesiana es que el saber tiene unos límites infranqueables (fundados en los de nuestra inteligencia), pero dentro de sus límites la certeza es completa. De aquí nace una doble exigencia:

a) Filosófica: determinar los límites de nuestra inteligencia.
b) Metodológica: dudar previamente de todo, pero no dudar de nuestra inteligencia.

La aplicación del primero de los preceptos de su método exige rechazar cualquier conocimiento que se vea teñido por la más mínima duda o por una posible perplejidad. Entre las dudas que plantea se encuentra la que afecta a todos nuestros conocimientos sensibles y la que afecta al conocimiento matemático; las más hiperbólicas son las fundadas sobre la ilusión del sueño (confusión entre realidad y sueño) y sobre la hipótesis del "Genio Maligno" o dios engañador (que me lleva a considerar como evidentes cosas que no lo son; no es una duda natural sino metafísica -contraria a la naturaleza de nuestro espíritu-; se basa en una "opinión" sobre la omnipotencia divina).

Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado una vez. (Meditaciones Metafísicas, 1ª)

...tengo en mi espíritu cierta opinión, según la cual hay un Dios que todo lo puede, por quien he sido creado tal como soy. Pues bien: ¿quién me asegura que tal Dios no haya procedido de tal manera que no exista tierra, ni cielo, ni cuerpos extensos, ni figura, ni magnitud, ni lugar, pero a la vez de modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe tal y como lo veo? (...) podría ocurrir que Dios haya querido que me engañe cuantas veces sumo dos más tres...
[Si preferimos negar la existencia de un Dios tan poderoso, el argumento no cambia, pues se hace más probable] que yo sea tan imperfecto que siempre me engañe.
(Op. cit., 1ª)

No existe en el saber ningún sector válido. Nada resiste a la fuerza corrosiva de la duda. Todo el edificio del saber se hunde, porque sus cimientos no eran completamente sólidos. Es obvio que aquí no nos encontramos ante la duda de los escépticos. Con la duda Descartes quiere llevarnos hasta la verdad. Por esto se llama «duda metódica», ya que constituye un paso obligado, pero provisional, para llegar hasta la verdad. Él quiere poner en crisis el dogmatismo de los filósofos tradicionales y, a la vez, combatir esa actitud escéptica que pone en duda todo sin ofrecer nada a cambio. Además de metódica y provisional, la duda es universal (afecta a todos nuestros conocimientos) y radical (se refiere a los principios o fuentes de todo nuestro saber).

Con la duda Descartes ha dejado en suspenso toda certeza. Pero hay una certeza que resiste todos los ataques de la duda, algo de lo que es imposible dudar: es el hecho de la existencia de mi propio pensamiento. Mientras dudo, no puedo dudar de que estoy dudando, y ya que dudar es una forma de pensar, no puedo dudar de la realidad de mi propio pensar. La primera verdad que logra superar la duda es: "cogito, ergo sum" (pienso, luego existo). No se trata de una deducción, sino de una intuición en la que «mi pensamiento» y «mi existencia» son percibidos simultáneamente.

Pero, en el punto mismo, me di cuenta de que mientras quería pensar de esta suerte que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo pensaba fuese alguna cosa; y notando que esta verdad: Pienso, luego existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de quebrantarla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba. (Discurso del método, 4ª parte)

Una argumentación semejante, aunque realizada sobre bases y finalidades distintas, se encuentra en San Agustín:

Quid si falleris? Si enim fallor, sum [Pues, ¿qué si te engañas? Si me engaño soy] ("De civitate Dei", L. XI, cap. 26)
¿Quién puede dudar que vive, recuerda, comprende, quiere, piensa, sabe y juzga? Tanto más cuanto que si duda, vive; si duda porque duda recuerda; si duda, comprende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene dar temerariamente su consentimiento. Quienquiera, pues, dudar de todo lo demás, no puede dudar de lo antes dicho, pues si no fuese así, no podría dudar de nada. ("De Trinitate", L. X, cap. 10, n. 12)

La primera certeza, el cogito, no destruye la duda universal, sólo introduce una excepción. Puedo pensar que no existe Dios, que no existe el mundo, pero no puedo pensar que yo, que pienso estas cosas, no existo al mismo tiempo que las pienso. Es posible que las cosas sean falsas o que no existan, pero que yo las pienso, eso no lo puedo dudar. Por ahora la única verdad indubitable es "yo pienso". Lo único que puedo decir con certeza es que soy una cosa que piensa, es decir, duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y, también, siente. No sé si tengo cuerpo, sólo que soy pensamiento, espíritu, entendimiento o razón (distinción cuerpo-alma).

Al examinar después antentamente lo que yo era y ver que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno (...), conocí por ello que yo era una substancia cuya total esencia o naturaleza es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno ni depende de ninguna cosa material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo. (Discurso del método, 4ª parte)

Al conquistar esta primera verdad, Descartes ya puede establecer cuáles son las notas características de lo verdadero. El cogito es una idea evidente, es decir, clara y distinta. Es clara porque es una idea que se presenta y manifiesta sin oscuridad alguna a una mente atenta; y distinta porque, además de ser clara, es del todo precisa, está separada de cualquier otra idea y no contiene en sí otras ideas, sino que es simple, elemental. La claridad y distinción, como reglas del método de investigación, se encuentran ahora fundamentadas. A partir de ahora nuestro conocimiento en su avance sólo aceptará aquellas ideas que se presenten con estas dos notas obtenidas del examen de esta primera verdad. Queda establecido «como regla general que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente».

Después de esto consideré, en general, lo que se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues ya que acababa de encontrar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consistía esa certeza. Y habiendo notado que en la proposición "pienso, luego soy", no hay nada que me asegure que digo la verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas. (Op. cit., 4ª parte)

El cogito constituye el cimiento sobre el cual Descartes va a levantar todo el edificio del saber. El "yo pienso" es el punto de partida desde el cual hallar nuevas verdades. ¿Cómo salir de la conciencia y reafirmar el mundo exterior? Aunque la realidad de las cosas permanezca todavía bajo la duda, las ideas, consideradas en sí mismas, en cuanto contenidas en mi pensar, no son falsas (lo mismo ocurre con nuestras afecciones). Donde se puede dar el error es en los juicios, ya que en estos se establece que ciertas ideas que están en mí son semejantes o conformes a cosas que está fuera de mí. Las ideas como formas mentales resultan indudables (tengo de ellas una percepción inmediata), pero no en la medida en que representan una realidad distinta de mí. Lo que está en duda es la verdad de estas ideas, es decir, su correspondencia o adecuación a una realidad distinta de mi conciencia. Aceptando esta duda debemos, pues, analizar las ideas contenidas en el pensamiento con el fin de encontrar alguna que nos permita alcanzar una nueva verdad.

Las ideas se pueden clasificar en:
Adventicias: son las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (pero no nos consta la existencia de una realidad exterior) y son independientes de mi voluntad.
Facticias: son aquellas que producimos nosotros mismos; provienen de nuestra imaginación y voluntad.
Ninguna de estas dos clases de ideas pueden servir como punto de partida para la demostración de la existencia de una realidad fuera de la mente.
Innatas: estas ideas no provienen de la experiencia, ni tampoco de la propia construcción mental, sino que se encuentran en mí mismo; se trata de ideas que el entendimiento posee por sí mismo, las tiene por su propia naturaleza (la existencia de ideas innatas es una afirmación fundamental del Racionalismo).

...incluso los filósofos tienen por máxima en las escuelas que no hay nada en el entendimiento que primeramente no haya estado en el sentido, donde sin embargo es cierto que las ideas de Dios y del alma no han estado nunca. (Discurso del método, 4ª parte)


6.- DEL YO PENSANTE A DIOS: la segunda substancia

En la búsqueda de una nueva verdad distinta al cogito, hay que partir, como ha quedado dicho, del propio pensamiento: ¿hay entre las ideas que tengo alguna que exija la existencia de una realidad distinta de mí? Para responder a ello debemos tener en cuenta lo que el principio de causalidad establece: «debe de haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto» (lo más perfecto, lo que contiene más realidad no puede provenir de lo menos perfecto). A la luz de este principio hay que examinar las ideas contenidas en "mi pensamiento". Ni las ideas facticias o artificiales, ni las adventicias (ideas de las cosas corpóreas) pueden resolver el problema, pues «nada me parece haber en ellas tan excelente que no pueda proceder de mí mismo». Entre las ideas innatas está la de mí mismo, que tampoco requiere una causa diferente, y la de Dios. La idea de Dios es clara y distinta:

Por Dios entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omniscente, omnipotente, que me ha creado a mí y a todas las demás cosas que existen. (Meditaciones Metafísicas, 3ª)

Dios es concebido como ser infinito, perfecto. La idea de infinitud y perfección es, pues, innata. Precisamente porque dudo, me percibo como un ser finito e imperfecto. Pero esta percepción no sería posible si no tuviéramos ya en la mente la idea de infinitud y perfección (no es posible tener el concepto de lo finito o de lo imperfecto, sin la idea de lo infinito, de lo perfecto). El autor de esta idea no soy yo, finito e imperfecto, ni ningún otro ser igualmente limitado. Tal idea, que está en mí pero no procede de mí (ni tampoco puede proceder de la nada), sólo puede tener como causa adecuada, a la luz del principio anterior, a un ser infinito y perfecto, es decir, a Dios. Luego Dios existe.

Descartes elabora además otra demostración de la existencia de Dios, que es conocida como argumento ontológico (se trata de una reelaboración en clave moderna del famoso argumento de San Anselmo):

...porque, por ejemplo, veía muy bien que, suponiendo un triángulo, era necesario que sus tres ángulos fueran iguales a dos rectos, mas no por eso veía nada que me asegurase que en el mundo hubiera triángulo alguno. En cambio, si volvía a examinar la idea que tenía de un Ser perfecto, hallaba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo como en la idea de un triángulo se comprende que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o, en la de una esfera, el que todas sus partes sean equidistantes de su centro, y hasta con más evidencia aún. (Discurso del método, 4ª parte)

La idea de Dios no es sólo una idea innata, sino que también es lo primero conocido. La duda se plantea para salir de nuestra imperfección, como una búsqueda de perfeccionamiento. Pero esta conciencia de nuestra finitud sólo es posible, como se ha dicho, si previamente poseemos la noción de lo infinito y perfecto.

La presencia de Dios en nosotros garantiza además nuestra capacidad natural para conocer la verdad. Dada su perfección no está entre los atributos divinos el mentir, el ser engañador. Con ello queda superada la hipótesis del "genio maligno" o dios engañador. Si nuestras facultades cognoscitivas nos engañaran en lo que conciben con claridad y distinción, Dios, que es su creador, sería el responsable de este engaño. Dios es, entonces, garantía de la evidencia y de toda ciencia. Dios garantiza la verdad de todas aquellas ideas claras y distintas que podamos alcanzar. Estas verdades son eternas, pues aunque dependen de la voluntad divina, ésta es inmutable.

Porque, en primer lugar, la regla que antes he adoptado -de que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente- no es segura sino porque Dios es o existe y porque es un Ser perfecto, del cual proviene cuanto hay en nosotros. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo cosas reales y que proceden de Dios, en todo lo que tienen de claras y distintas, no pueden menos de ser verdaderas. (Op. cit., 4ª p.)

Y así veo muy claramente que la certeza y verdad de toda ciencia dependen sólo del conocimiento del verdadero Dios; de manera que, antes de conocerlo, yo no podía saber con perfección cosa alguna. Y ahora que lo conozco, tengo el medio de adquirir una ciencia perfecta acerca de infinidad de cosas: y no sólo acerca de Dios mismo, sino también de la naturaleza corpórea, en cuanto que ésta es objeto de la pura matemática, que no se ocupa de la existencia del cuerpo. (Meditaciones Metafísicas, 5ª)


7.- DE DIOS AL MUNDO: LA "RES EXTENSA": la tercera substancia

Descartes llega hasta la existencia del mundo corpóreo profundizando en las ideas adventicias. Éstas crean en nosotros una fuerte tendencia a creer en la existencia de sus causas, es decir, en cuerpos corpóreos independientes de mi conciencia. Y dada la bondad y veracidad divina, no podemos estar engañados en ello. Las cosas corpóreas existen.

...no siendo Dios falaz, es del todo manifiesto que no me envía esas ideas inmediatamente por sí mismo, ni tampoco por la mediación de alguna criatura (...). Pues, no habiéndome dado ninguna facultad para conocer que eso es así (sino, por el contrario, una fortísima inclinación a creer que las ideas me son enviadas por las cosas corpóreas), mal se entendería como no puede ser falaz, si en efecto esas ideas fuesen producidas por otras causas diversas de las cosas corpóreas. Y, por lo tanto, debe reconocerse que existen cosas corpóreas. (Meditaciones Metafísicas)

Sin embargo esto no significa que hayamos de admitir todas las cosas que los sentidos nos enseñan. Dios sólo garantiza la verdad de aquellas ideas claras y distintas. ¿Qué idea clara y distinta poseo de la realidad corpórea? La extensión (materia que ocupa un espacio: longitud, anchura y profundidad). Sólo las cualidades primarias (las cosas en cuanto que son objeto de la geometría: movimiento, figura, situación, magnitud) son claras y distintas, mientras que las cualidades secundarias (color, olor, sabor, etc.) son oscuras y confusas.

La visión que Descartes ofrece del mundo corpóreo coincide con la de los científicos de la época: se trata de la concepción mecanicista de la naturaleza. De esta forma se fundamenta filosóficamente la ciencia galileana, es decir, se justifica la matematización de las ciencias físicas. Se eliminan sistemáticamente las cualidades sensibles (rechazo de los sentidos como fuentes de conocimiento) substituyéndolas por las propiedades estrictamente cuantificables (manejables matemáticamente). Descartes nos da un ejemplo: la cera recién salida de la colmena es dulce, olorosa, con una determinada figura y color, manejable, sonora al golpearla; todas estas propiedades desaparecen al acercarla al fuego, por lo que ninguna de estas cualidades sensibles son esenciales a la cera; lo esencial en ella es la extensión (longitud, anchura y profundidad), que es tratable matemáticamente.

El mundo es, entonces, concebido según el modelo de la máquina, todo se reduce a materia y movimiento. Al concebir el cuerpo como extensión, Descartes, reduce todo proceso del mundo corpóreo a transmisiones mecánicas de movimiento determinadas por leyes rigurosas. Incluso el ser orgánico debe explicarse de un modo puramente mecánico. Toda realidad exclusivamente material es inerte, carece de poder interno de actividad (rechaza la necesidad de un alma vegetativa o sensitiva). Todas las sustancias y fenómenos físicos surgen de la materia en movimiento; la acción por contacto entre porciones extensas de materia es la única forma de cambio en la naturaleza (contra aristotélicos y herméticos). En definitiva, todo proceso natural es reducido a un proceso físico y todo lo físico es reducido a algo mecánico: toda la naturaleza puede ser representada por medio de leyes mecánicas de la materia en movimiento.

El triunfo de la teoría mecanicista de la naturaleza, del universo-máquina, sobre la física y la cosmología aristotélica y sobre la tradición de la magia natural hermética, tuvo influencia decisiva en el clima intelectual del siglo XVII. En este nuevo universo, el experimento y las matemáticas son los medios para entender y controlar el mundo.

Newton criticará la explicación cartesiana del movimiento planetario y de la gravedad, que recurría simplemente a la materia en movimiento, al afirmar la existencia de una "fuerza de atracción" gravitatoria que actúa a través del vacío. Dicha fuerza de gravedad, basada en demostraciones matemáticas, sólo podía ser explicada, en última instancia, como manifestación de la acción divina en la naturaleza. Sin la intervención divina periódica, el sistema planetario llegaría a desordenarse.


Recapitulación: Las tres substancias y sus atributos

Como hemos visto, Descartes deduce toda la realidad a partir del cogito. Esta realidad esta compuesta por tres tipos de substancias o cosas (res). Por substancia entiende lo concreto existente:

Por substancia sólo cabe entender una cosa que existe de tal manera, que no necesita de ninguna otra para existir. (Principios de filosofía)

Cada substancia posee un atributo o propiedad principal y distintos modos o modificaciones de ese atributo.

Substancia pensante o res cogitans, cuyo atributo es el pensamiento y cuyos modos son la intelección, la imaginación, el recuerdo, la volición, etc.
Substancia corpórea o res extensa, su atributo es la extensión y sus modos la magnitud, la figura, el movimiento, la situación...
Dios o res infinita (sólo tiene atributos: la infinitud).

Así, hay una substancia infinita, que es la que cumple perfectamente la definición de substancia; y otras substancias finitas, que son las almas (constituyen una pluralidad de substancias pensantes: cada yo es una substancia) y los cuerpos (son modos de una única substancia, la corpórea), que no necesitan de nada para existir, salvo de la substancia infinita.

Y así podemos tener fácilmente dos nociones o ideas claras y distintas, una de la substancia pensante creada, y otra de la substancia corpórea, con tal que distingamos cuidadosamente todos los atributos del pensamiento de los de la extensión. Como también podemos tener una idea clara y distinta de la substancia pensante increada e independiente, es decir, de Dios, siempre que no supongamos que dicha idea presente adecuadamente todo lo que hay en Dios... (Principios de la Filosofía)


8.- EL HOMBRE

Cuando Descartes establece la realidad del cogito, sigue manteniendo en duda la del cuerpo. Como aquello de lo que se duda (mi cuerpo) no puede ser lo mismo que aquello de lo que no dudo, pensamiento y cuerpo deben ser concebidos como cosas distintas. El dualismo cartesiano tiene en la concepción del hombre su manifestación más problemática. El pensamiento no sólo es distinto del cuerpo, sino que existe aunque no exista el cuerpo; no necesita del cuerpo para existir. El alma es independiente del cuerpo. Puede darse un cuerpo sin alma y un alma sin cuerpo. Con ello se garantiza la libertad del hombre, pues su alma escapa al mecanicismo que afecta a la materia, situándose en una esfera autónoma e independiente de la realidad corporal. Pero esta independencia plantea a Descartes el problema de la comunicación de las substancias. Cuerpo y alma a pesar de ser substancias separadas, están unidas en un "yo": es el mismo yo que piensa el que habla, sufre, crece, muere (la unidad de cuerpo y alma sería aquí más de corte platónico que aristotélico).

¿Cómo explicar la unidad, la comunicación que se da entre ambos? Descartes habla de la glándula pineal, que está en el cerebro, que es la sede del alma: a través de esa glándula se establece una comunicación de doble circulación entre alma y cuerpo. El intento de ofrecer una solución más convincente será un reto para todos los racionalistas. Geulinx y Malebranche recurrirán al ocasionalismo; Spinoza a la afirmación de una única substancia; Leibniz a la armonía preestablecida por Dios.

Las causas del pecado y el error: la libertad moral y epistemológica

Si Dios garantiza que aquello que concibo clara y distintamente es verdad, ¿de dónde procede el error? Por el solo entendimiento (facultad de conocer) no afirmo ni niego cosa alguna; en este sentido no hay en él error. El entendimiento, aunque limitado y poco extenso, no es la causa. Tampoco la voluntad o libertad de arbitrio (facultad de elegir) lo es, ya que en sí misma es lo que más me aproxima a Dios, pues no está limitada. A la hora de elegir lo que el entendimiento nos propone, la voluntad no se siente constreñida por ninguna fuerza exterior. Si que se da fuerza interior, pues la libertad no implica indiferencia, por el contrario, cuanto más propendo a una de las posibilidades que me presenta el entendimiento, más libremente la escojo. El error aparece cuando mi voluntad se determina (a actuar, a afirmar o a negar) sin que el entendimiento lo conciba clara y distintamente.

Siendo la voluntad más amplia que el entendimiento no la contengo dentro de los mismos límites que éste, sino que extiendo también a las cosas que no entiendo, y, siendo indiferente a éstas, se extravía con facilidad, y escoge el mal en vez del bien, o lo falso en vez de lo verdadero. Y ello hace que me engañe y peque. (Meditaciones Metafísicas)


ÉTICA: moral provisional

Con la moral provisional, Descartes pretende resolver el conflicto entre la urgencia de la moral y las exigencias del método («el conocimiento perfecto de todas las otras ciencias es necesariamente anterior al conocimiento de la moral»). No es posible detener la vida, permanecer inactivo, en espera de que la razón encuentre la certeza que nos permita actuar adecuadamente. Por ello es necesario establecer unas normas básicas de comportamiento:

...con el fin de no permanecer irresoluto en todas mis acciones mientras la razón me obligase a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir desde luego lo más felizmente que pudiese, me formé una moral provisional que consistía solamente en tres o cuatro máximas que voy a exponer.
Consistía la primera en obedecer las leyes y costumbres de mi país(...).
Mi segunda máxima fue la de ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones y seguir con tanta constancia en las opiniones más dudosas, una vez resuelto a ello, como si fueran muy seguras. (...)
Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y alterar mis deseos antes que el orden del mundo (...).
En fin, como conclusión de esta moral, tuve la idea de pasar revista a las ocupaciones diversas que los hombres tienen en esta vida para tratar de elegir la mejor; y sin que por eso quiera decir nada de las demás, pensé que nada mejor podía hacer que continuar en la que tenía, es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y adelantar todo lo posible en el conocimiento de la verdad según el método que me había prescrito.
(Discurso del método, tercera parte)

La moral provisional es, entonces, el arte de vivir feliz, a pesar de las dudas que persisten en nuestro juicio sobre las cosas. El conformismo social, la constancia en la voluntad, la moderación en los deseos, la búsqueda de la verdad, son reglas de una sabiduría que, en definitiva, permanece independiente de los contrastes y conflictos de las opiniones especulativas.

Por otro lado si el error y el pecado provienen de la decisión de la voluntad sobre aquello que el entendimiento no concibe clara y distintamente, la labor moral del hombre consistirá en someter esta voluntad ilimitada a los límites de lo que el entendimiento concibe con certeza. Donde el conocimiento evidente le muestra el bien, la voluntad no puede aspirar a otra cosa que a ese bien presente. La voluntad sólo conserva la supremacía sobre las representaciones confusas, no frente a lo conocido de modo claro y distinto (la verdadera libertad tiene lugar allí donde la voluntad se deja determinar por el intelecto, por sus conocimientos claros y distintos). La teoría cartesiana de la acción moral es así una continuación de la ética socrática y estoica. El supremo imperativo es el dominio, mediante el conocimiento intelectual, de la razón y la voluntad sobre los impulsos y las pasiones sensibles. De esta forma, junto al voluntarismo de la teoría del juicio y el error, aparece en conclusión una ética intelectualista.