Karl
Marx |
Karl Henrich Marx
nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, en la provincia
alemana de Renania. Su familia es de origen judío, pero su padre,
distinguido abogado, se convirtió al protestantismo y sus hijos,
incluido Karl -el segundo de siete hijos-, recibieron el bautismo. A causa
de su espesa cabellera negra y de su tez morena recibió el apodo,
que le acompañaría toda su vida, de "el Moro".
La crítica de Feuerbach a Hegel es fundamental en la formación del pensamiento de Marx, especialmente su crítica al idealismo hegeliano, su defensa del materialismo y el uso que hace de la noción de alienación en su crítica de la religión. Sin embargo, Marx le criticará el carácter meramente teórico de su crítica, su concepción abstracta del hombre y su desprecio por la dialéctica. Marx, como Feuerbach, invierte el sistema hegeliano convirtiendo su idealismo en materialismo, pero, a diferencia de él, conserva la dialéctica. Hegel había hecho de las categorías lógicas el sujeto de la historia y de los hombres y sus acciones el predicado. Los intereses del individuo son predicados, el interés de la razón es el sujeto. Según Marx hay que invertir esta situación (materialismo histórico): el verdadero sujeto son los hombres y sus acciones, es decir, son los hombres que se crean en sus relaciones sociales, que son, ante todo, relaciones de trabajo. Asimismo Marx introduce el progreso dialéctico en el seno de la sociedad civil y destruye el conservadurismo hegeliano afirmando que todo Estado es Estado de clase. En el campo de la economía Marx se centró en el estudio de los economistas clásicos ingleses: Adam Smith, Quesnay, Malthus y, especialmente, Ricardo y sus análisis sobre el trabajo y el valor. En cierto modo se puede decir que el marxismo es el resultado del encuentro entre la filosofía hegeliana, reconvertida en materialismo, las análisis de los economistas ingleses y el socialismo francés. En el ámbito del pensamiento social hay que destacar las doctrinas de los socialistas utópicos: los franceses Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Pierre-Joseph Proudhon y el inglés Robert Owen. Éstos, inspirados en diferente medida por Rousseau, proponen una serie de reformas sociales que acaben con las consecuencias negativas de la revolución industrial. Marx admira en ellos el haber comprendido que la propiedad privada corrompe radicalmente toda la organización social y política, pero critica su carácter ingenuo, la precariedad de sus análisis económicos y su pretensión de abolir el Estado "de la noche a la mañana" (en este sentido él defiende un socialismo científico). Este ultimo reproche es el que también dirigirá a Bakunin y los anarquistas. A sus ojos el anarquismo es un puro voluntarismo no científico, que no comprende ni el proceso dialéctico de la Historia ni que la revolución no es una teoría sobre la revolución, sino una acción, una praxis. Para Marx fue Feuerbach el hombre que destruyó el sistema idealista hegeliano, pero era necesario ir más allá de que él. Era necesario todavía abolir el dualismo entre pensamiento y acción, contemplación y praxis. La filosofía tal como ha sido entendida debe ser superada a través de la actividad práctica. El pensamiento debe subordinarse a la acción: Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; lo que ahora importa es trnsformarlo. (Tesis sobre Feuerbach, XI) Esta supremacía de la praxis sobre la teoría conlleva una "pragmatización" del conocimiento. Si bien la actividad práctica es iluminada por el conocimiento científico, la verdad de estos conocimientos se decide en la acción, no es una cuestión meramente teórica. No hay especulación válida separada de la acción. La cuestión de saber si el pensamiento humano puede tener acceso a una verdad objetiva, no es una cuestión teórica, sino que es una cuestión práctica. En la praxis es donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad, la potencia, la precisión de su pensamiento. La controversia sobre la realidad o no realidad del pensamiento -aislado de la praxis- es una cuestión puramente escolástica. (Tesis sobre Feuerbach, II) Mediante la praxis el hombre actúa sobre el mundo, transforma la naturaleza y se transforma a sí mismo por el trabajo (la acción es así siempre revolucionaria, ya que supone la superación de lo que existe). La relación entre hombre y naturaleza es aquí fundamental: la naturaleza produce al hombre y éste con su actividad transformadora la humaniza; a su vez el hombre es un sistema de necesidades que se satisfacen, en primer lugar, por la naturaleza. Cuando el hombre aprende a construir herramientas, a elaborar planes y sistemas de producción, la relación primaria con la naturaleza se complementa con otra relación: la relación del hombre con el hombre. De este modo, a través de la búsqueda de satisfacción de sus necesidades, el hombre entre en contacto con la naturaleza y con los otros hombres, se reconoce a sí mismo en la naturaleza y en los otros. El peligro aparece cuando la alienación se introduce en este proceso de satisfacción de las necesidades. Por lo tanto, es en la acción, concretamente en la acción productiva, en el trabajo, donde el hombre se construye a sí mismo. Por ello el marxismo es una crítica de las alienaciones humanas que impiden su realización. La fuente de todas ellas se encuentra en la alienación que el hombre sufre en su actividad productiva. El marxismo es también un análisis de las condiciones que posibilitan tal alienación en la sociedad capitalista. Marx propiamente no elaboró ningún sistema metafísico que pudiera denominarse materialismo dialéctico. Esta denominación es de Engels y los marxistas posteriores. Pero sí que podemos afirmar que frente al idealismo hegeliano, defiende el materialismo y que frente al materialismo mecanicista clásico defiende un materialismo dialéctico. Contra el primero afirma la prioridad del ser sobre el pensar; contra el carácter abstracto del segundo el carácter dialéctico e histórico de su materialismo. El materialismo de Feuerbach es puramente especulativo, separa lo que no puede ser separado: el hombre y la naturaleza. Concibe al hombre como simple espectador de la naturaleza, cuando el hombre es un ser activo. Además la naturaleza real es la naturaleza transformada por el hombre y, por tanto, no independiente del devenir histórico. El que el materialismo sea dialéctico implica que la realidad no es estática, sino dinámica. En palabras de Engels: «el mundo no debe de ser considerado como un complejo de cosas acabadas, sino como un complejo de procesos en el que las cosas, estables en apariencia, así como su reflejo intelectual en nuestro cerebro, las ideas, pasan por un cambio ininterrumpido de devenir y de caducidad, en el que finalmente (...) acaba por imponerse un desarrollo progresivo». Engels intentará mostrar como la materia, que es lo originario, en su proceso evolutivo engendra formas nuevas con características propias y diferentes de las que tenía en su origen. Así la conciencia, el pensamiento, lo espiritual es fruto de la evolución de la naturaleza material, pero contiene características cualitativamente diferentes a las de la pura materia (la evolución es un proceso cuantitativo que da lugar a saltos cualitativos: por ejemplo, la elevación de la temperatura del agua es un proceso cuantitativo que da lugar a una transformación cualitativa: el agua pasa a ser vapor, y éste tiene características propias). Que el dinamismo de la realidad sea de tipo dialéctico supone que progresa por oposición de fuerzas y superación de esa oposición (tesis, antítesis, síntesis). La dialéctica describe el movimiento de la realidad en su evolución y, en consecuencia, es también el método para conocer esa realidad. Si en el primer caso significa que la realidad no es algo ya acabado, sino en proceso constante de evolución, en el caso del conocimiento significa la renuncia a alcanzar una verdad absoluta, definitiva. El método dialéctico conduce a la supresión y superación de toda verdad adquirida. No conocemos más que una ciencia única, la ciencia de la historia. La historia puede considerarse desde dos puntos de vista y dividirse en historia de la naturaleza e historia del hombre. Mas estos dos puntos de vista no son separables: mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionarán mutuamente. (La ideología alemana) Estas palabras de Marx nos permiten comprender la razón por la que en sus obras se hable de un solo materialismo, el histórico, y no de dos, uno referido a la naturaleza y otro a la historia humana. El hombre se crea en su actividad productiva. Esta actividad transformadora de la naturaleza la lleva a cabo el hombre en relación con otros hombres. Como este materialismo posee un carácter dialéctico, el devenir histórico vendrá, entonces, determinado por las contradicciones que aparecen en el seno de las relaciones del hombre con la naturaleza y con los otros hombres (lucha de clases). No son las ideas, como afirmaba Hegel, quienes dirigen el mundo, al contrario ellas dependen de las condiciones materiales. A estas condiciones materiales las podemos llamar condiciones económicas, pues la economía engloba el conjunto de los esfuerzos del hombre para apropiarse y explotar la naturaleza con el fin de satisfacer sus necesidades. Estos esfuerzos los realiza el hombre en asociación con otros hombres, por lo que la economía constituye también la estructura básica de las relaciones humanas. Si esto es así, no son las ideas quienes crean al hombre, sino las relaciones económicas; es decir, el hombre se construye en el trabajo (al producir el hombre también se produce a sí mismo). Todos los acontecimientos históricos están determinados por el modo de producción de los medios de existencia. Las ideas, "superestructuras" o "ideologías", no es que carezcan de influencia en la vida, pero están determinadas por las fuerzas económicas. La realidad es, por lo tanto, ésta: unos individuos determinados (en unas relaciones de producción determinadas) que producen de una manera determinada, contraen determinadas relaciones sociales y políticas. La observación empírica (que se atiene principalmente a los hechos reales) debe mostrar en cada caso, sin «mistificación» y sin especulación, el nexo de la estructura social y política con la producción. La organización social y el Estado se derivan siempre de la actividad vital de determinados individuos [...]. (La ideología alemana) La estructura económica constituye la base material o real que determina las distintas formas de la superestructura. En esa base hallamos, por un lado, las relaciones de producción, que fundamentalmente son relaciones de propiedad. Estas relaciones dependen de quien detente la propiedad de los medios de producción y dan lugar a la dominación de unos hombres sobre otros. Por otro lado se encuentran las fuerzas productivas, que abarcan el trabajo o fuerza de trabajo y los medios de producción, es decir, la técnica y los sistemas de producción. Toda la estructura social, incluidas la estructura política y jurídica, dependen de esta estructura económica. Lo mismo ocurre con las distintas formas de conciencia o ideologías (religiosas, filosóficas, políticas, morales, etc.). Así, por ejemplo, la ideología (filosófica o religiosa o...) dominante en una determinada época histórica viene determinada por su estructura económica y, por lo tanto, es la manifestación de una determinada situación de dominación. La ideología es, entonces, ideología de la clase dominante y con ella se trata de preservar esa dominación. Estos elementos superestructurales pueden "influir" en el devenir histórico introduciendo cambios o reformas en las condiciones económicas, pero su formación viene determinada por dichas condiciones económicas. Ya que toda ideología es fruto de la clase dominante y responde a sus intereses, cualquier análisis histórico o ideológico debe mostrar la raíz económica de su objeto de estudio. En este sentido Marx, junto a Nietzsche y Freud, son calificados de filósofos de la sospecha, pues sus análisis no aceptan ingenuamente lo que se manifiesta en primer plano, sino que indagan que fuerzas o intereses ocultos se esconden tras ello. Así para Marx el análisis filosófico debe sacar a la luz los intereses que se ocultan detrás de toda religión, filosofía, moral o cualquier otro elemento superestructural. El filósofo debe poner de manifiesto los intereses de clase que oculta toda ideología. Por este mismo camino la verdadera crítica no debe quedarse en el plano teórico, sino que ha de actuar sobre su base determinante, es decir, sobre la estructura económica; modificando ésta modificaremos la ideología o estructura social que la justificaba. Toda la filosofía crítica anterior se ejercía en el plano meramente teórico, la verdadera crítica debe desembocar en la acción, en la praxis. [...] todas las formas, todos los productos de la Consciencia no deben de ser disueltos por una crítica espiritual, por un resolverse en la «conciencia de sí» o una transformación en «espectro», en «fantasma», etc., sino por la inversión práctica de las relaciones sociales reales, de las que se derivan esas ilusiones idealistas; no es la crítica, sino la revolución la fuerza motriz de la historia [...]." (La ideología alemana) De acuerdo con estos planteamientos la crítica a la religión, por ejemplo, no debe quedarse en el plano teórico. El ateísmo debe iluminar la acción. La religión, desde el punto de vista sociológico, desempeña un papel conservador y reaccionario (el opio del pueblo), trata de preservar el status quo. Filosóficamente su origen se encuentra en el sentimiento de impotencia ante las fuerzas de la naturaleza y ante la opresión social. Por ello para suprimirla no basta la crítica teórica, hemos de dominar la naturaleza y eliminar la opresión social; sólo entonces desaparecerá la idea de Dios y la necesidad de religión. El resultado final será positivo: la instauración de un nuevo humanismo. Y será positivo porque el ateísmo, en sentido dialéctico, es una negación de la negación: al ser la religión una negación del hombre, es decir, una alienación por la que el hombre se vacía de sí mismo, su supresión (negación de la negación) permite que el hombre se apropie de sí mismo, se realice. El materialismo histórico afirma que el factor determinante de la historia está constituido por relación entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Y ya que este materialismo es dialéctico, el motor de la historia será la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, o lo que es lo mismo, la lucha de clases. A lo largo de la historia de la humanidad el progreso en las fuerzas productivas se ve frenado por las relaciones de producción. La creación de nuevas técnicas y sistemas de producción exigen nuevas formas de relaciones de producción, es decir, de propiedad. Evidentemente las clases dominantes, cuyo dominio se asienta en poseer la propiedad de los medios de producción (de subsistencia), no están por alterar esas relaciones de propiedad. De aquí nace una contradicción que da lugar a la lucha de clases y que hace avanzar a la historia. Desde el colectivismo prehistórico, pasando por el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, la historia está atravesada por esos antagonismos de clase. Sólo la sociedad comunista puede poner fin a estos antagonismos, a esta dominación de unos hombres sobre otros. He aquí el sentido de la historia: la instauración de una sociedad comunista donde quedan suprimidas todas las oposiciones (hombre-naturaleza, individuo-sociedad, lucha de clases). Esta tesis [la tesis fundamental del "Manifiesto"] afirma que en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente forman la base sobre la cual se levanta y la única que explica la historia política e intelectual de dicha época; que [...] toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas; que la historia de esas luchas de clases es una serie de evoluciones, que ha alcanzado en el presente un grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse del yugo de la clase explotadora y dominante -la burguesía- sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a toda la sociedad de toda explotación, opresión, división en clases y lucha de clases. (Marx, Engels: Manifiesto del Partido Comunista. Prefacio a la edición inglesa de 1888)
Toda alienación supone un obstáculo para la realización del hombre. Son muchas las alienaciones en las que, en cada época, se encuentra el hombre, pero todas ellas son secundarias en relación a la alienación económica, ya que el hombre se construye a sí mismo en el trabajo. Sin embargo el trabajo en la sociedad capitalista es alienante. En ella el trabajador no puede realizarse en cuanto hombre, pues su trabajo le aliena, le enajena en tres sentidos diferentes: Hemos
considerado el acto de la enajenación de la actividad humana práctica,
del trabajo, en dos aspectos: 1) la relación del trabajador con
el producto del trabajo como un objeto ajeno y que lo domina.
Esta relación es, al mismo tiempo, la relación con el mundo
exterior sensible, con los objetos naturales, como un mundo extraño
para él y que se le enfrenta con hostilidad; 2) la relación
del trabajo con el acto de la producción dentro del
trabajo. Esta relación es la relación del trabajador con
su propia actividad, como una actividad extraña, que no le pertenece,
la acción como pasión, la fuerza como impotencia, la generación
como castración, la propia energía física y espiritual
del trabajador, su vida personal (pues que es la vida sino actividad)
como una actividad que no le pertenece, independiente de él, dirigida
contra él ["el trabajador sólo se siente en sí
fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí"]. En las condiciones laborales del capitalismo el trabajador se encuentra separado de su producto, de su actividad y del resto de los hombres. Incapaz de reconocerse a sí mismo en su propia actividad, en sus productos (es decir, en la naturaleza), o en los otros hombres, su vida espiritual naufraga. Mediante la crítica de la economía política Marx intenta demostrar el mecanismo de esta alienación y señalar el camino por el cual será suprimida. El punto de partida de este análisis económico es la teoría del valor. Una cosa es el valor de uso, que reside en la utilidad de una cosa para satisfacer una necesidad del hombre, y otra el valor de cambio, que se asienta en la posibilidad de cambiar una cosa por otra. El valor de cambio de una cosa reside en la fuerza, en la cantidad de trabajo incorporado en ella. Para
que un objeto se transforme en mercancía, debe ser, en primer término,
una cosa útil que ayude a satisfacer necesidades humanas de cualquier
especie. La utilidad de una cosa, que depende de sus cualidades naturales
y aparece en su uso o consumo, hace de ella un valor de uso. Con la aparición de la moneda este valor de cambio se simboliza por el dinero. Ahora bien, el dinero puede servir también para comprar el mismo trabajo que es fuente de valor, entonces se convierte en capital. El aumento del valor que convierte al dinero en capital debe provenir de una mercancía especial que al comprarla y usarla cree valor. Esa mercancía especial es la fuerza de trabajo: «en esta denominación se comprende el conjunto de facultades musculares e intelectuales que existen en el cuerpo de un hombre y que debe poner en actividad para producir cosas útiles». Además es necesario que, para que el capitalista encuentre fuerza de trabajo que comprar, existan hombres que, por no poseer otro medio de subsistencia, se vean obligados a vender su fuerza de trabajo como una mercancía. Su existencia y, por lo tanto, el trabajo asalariado es lo que caracteriza a la sociedad capitalista. La existencia de estos trabajadores "libres" no se ha dado en todos los períodos de la historia, sino que es el resultado de una evolución histórica. Aparecen por primera vez, en masa, hacia fines del siglo XV, como consecuencia de la disolución del régimen feudal de producción. La creación contemporánea del comercio y el mercado mundiales ha aumentado el imperio del capital y ha asentado de forma exclusiva el modo de producción tendente a la creación de plusvalía. El capitalismo es, entonces, un sistema económico asentado en la plusvalía: el capital aumenta por efecto del trabajo. El capitalista compra el trabajo del obrero como una mercancía; lo utiliza a su arbitrio y sólo deja para el obrero el salario necesario para sobrevivir. La plusvalía es la cantidad de trabajo que no se restituye en forma de salario al obrero y que constituye el beneficio del capital. F. Engels en su obra "Anti-Düring" ofrece la siguiente explicación: La fuerza de trabajo, al hacerse mercancía (pues el trabajador no tiene otra cosa que vender sino su trabajo), tiene un valor (como cualquier otra mercancía) que se determina por el tiempo de trabajo necesario para la producción y reproducción de este artículo, es decir, por el tiempo de trabajo necesario para crear los medios de existencia que el trabajador necesita para mantenerse en condiciones de trabajar y de perpetuar su especie. Supongamos que esos medios de existencia representan por día un tiempo de trabajo de seis horas. El capitalista, para hacer su negocio, compra fuerza de trabajo, es decir, logra un trabajador. Le paga una suma de dinero que representan esas seis horas de trabajo. Cuando el obrero ha trabajado seis horas, ha reembolsado al capitalista su desembolso (el valor diario de la fuerza de trabajo que el capitalista ha pagado). Si sólo ocurriera esto, el dinero no se transformaría en capital y no engendraría plusvalía. Pero aunque seis horas bastarían para mantener al obrero veinticuatro, éste trabaja doce, cobrando sólo el valor de seis. El valor de la fuerza del trabajo y el precio que recibe son dos cosas distintas. El poseedor del dinero ha pagado el valor diario de la fuerza de trabajo; en consecuencia tiene derecho a utilizarla durante toda la jornada, y a él pertenece el trabajo de toda la jornada. Así el valor que crea durante un día la utilización de esta fuerza del trabajo es dos veces mayor que su propio valor diario. Esta diferencia (seis horas de supertrabajo no pagado) en beneficio del poseedor de dinero es la plusvalía. El dinero ya se ha transformado en capital. En la sociedad capitalistas los antagonismos de clase se concentran en el enfrentamiento entre dos únicas clases: la burguesía y el proletariado. La burguesía es la clase de los capitalistas modernos, que son los propietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Los proletarios forman la clase de los trabajadores asalariados modernos que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. Nuestra
época, la época de la burguesía, se distingue por
haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose,
cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases
que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. La explotación de los trabajadores en la sociedad burguesa no está destinada a ser eterna, pues la propia naturaleza del sistema capitalista provoca su autodestrucción. Por un lado el capitalismo crea a su propio verdugo, el proletariado, y por el otro genera unas contradicciones en su seno que conducen a su superación. El capitalismo transforma al trabajador en proletario, en una clase social alienada. El capital, por el contrario, crece y se concentra cada vez en menos manos. Esta proletarización y esta concentración de riquezas acentúan y polarizan la lucha de clases. Además de esta contradicción, se da también la contradicción entre fuerzas de producción y relaciones de producción (de propiedad). Mientras que la revolución industrial altera las formas de producción y la burguesía crea nuevas formas de trabajo, las relaciones de propiedad, en cambio, no se desarrollan del mismo modo. Hay en el orden capitalista, por ello, una necesidad objetiva por la que el desarrollo de las formas de producción trae consigo la miseria. Hemos
visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya
base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad
feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción
y de cambio, las condiciones en las que la sociedad feudal producía
y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron
de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la
producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas
trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron. Estas contradicciones de las que habla Marx llevan a la desaparición de la sociedad burguesa. La formación y extensión del proletariado y su unión como clase trae consigo la ruptura de todas las formas burguesas de existencia. La nación, la familia, la moral, las leyes sociales, la religión, todo ello, tal como es entendido en la sociedad burguesa, carece de sentido para el proletariado. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital (...) despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía. (Op. cit.) La destrucción de la sociedad burguesa y sus formas de existencia no la alcanza el proletariado mediante la crítica teórica, sino por medio de la acción revolucionaria que ponga fin al modo de producción en que se sustenta. Por eso el primer objetivo del movimiento comunista es abolir la propiedad privada de los medios de producción. La propiedad privada burguesa moderna es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros. En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada. (Op. cit., II) El comunismo defiende la supresión de la propiedad privada y la socialización de los medios de producción, como medio de instituir una sociedad sin oposiciones, sin clases. Para lograrlo los trabajadores han de tomar el poder e implantar un Estado proletario (dictadura del proletariado) que ponga las bases necesarias, mediante la abolición de la propiedad privada y la estatalización de la economía, para llegar a la sociedad comunista, en la que desaparecerán las diferencias de clase y el mismo Estado (ya que el Estado es siempre Estado de una clase determinada). El
primer paso de la la revolución obrera es la elevación del
proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado
se valdrá de su dominación política para ir arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos
los instrmentos de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor
rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. Según Marx la liberación del proletariado del yugo del capitalismo supone la liberación de todos los hombres, pues la lucha de clases se ha desarrollado de tal modo que la clase explotada, el proletariado, no puede ya emanciparse de la clase opresora, la burguesía, «sin emancipar al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clase». El comunismo es así la síntesis suprema en la que quedan resueltas todas las contradicciones y, por tanto, quedan eliminadas todas las alienaciones que obstaculizaban la realización de los hombres. Así, con el fin de la alienación del trabajador, se instaura un nuevo humanismo práctico y positivo. Pero para alcanzarlo primero es necesario que el proletariado se una y se erija en clase dominante; de aquí el llamamiento de Marx y Engels con el que acaba el Manifiesto Comunista:
La obra de Marx y
Engels ha marcado no sólo la historia del pensamiento del siglo
XX, sino también su historia política y social. A partir
de la Revolución de Octubre de 1917, el pensamiento marxista se
convierte en la base de la doctrina oficial del Estado Soviético
y de su estados "satélites". Concretamente es la interpretación
de Lenin (Vladimir Ilich Ulijanov, 1870-1924), conocida como «marxismo-leninismo»,
la ideología oficial en la Unión Soviética y en la
mayoría de los partidos comunistas. Trostki, que también
participó decisivamente en la Revolución de Octubre y que
luego fue expulsado de la Unión Soviética por Stalin, también
dará lugar a una línea de pensamiento marxista conocida
como «trostkismo». Otros partidos de ideología
comunista se dirán «maoístas» por su
inspiración en Mao Tse-Tung, líder de la revolución
comunista china. En busca de un marxismo menos oficialista y más abierto se sitúa la obra de autores como Lukács, Gramsci o Bloch. El húngaro György Lukács (1885-1971) se dedicó a estudios de historia de la filosofía y de estética. Entre otros aspectos criticó el reduccionismo en el que algunos marxistas habían caído a la hora de aplicar la relación entre estructura económica y superestructura. Al igual que él, el italiano Antonio Gramsci (1891-1937), que fue secretario general del PCI en 1924, reivindica, para librar al marxismo de sus deformaciones (por ejemplo, del materialismo mecanicista), recuperar lo que de positivo contenía el idealismo hegeliano. Gramsci también insistió en la importancia de una élite intelectual que llevara a cabo una reforma cultural que dotara al proletariado de una nueva concepción de la vida. Esta nueva filosofía debía acabar con la hegemonía de la cultura burguesa. Por su parte, el alemán Ernst Bloch (1885-1977) resalta los aspectos utópicos presentes en el pensamiento de Marx. En su obra "El principio de la esperanza" sostiene que la consciencia del futuro, la utopía, también es un motor de la historia. Ya que la realidad no es algo cerrado y fijo, sino un proceso siempre inacabado, el futuro, lo que puede ser, adquiere el carácter de fuerza transformadora de esa realidad. En resumen, estos tres autores proponen recuperar a Hegel para liberar al marxismo de sus reducionismos y deformaciones. Por ello destacaron la importancia de los elementos superestructurales (consciencia, voluntad, teoría, utopía) en el dinamismo de la historia, y negaron el determinismo mecánico de la base económica. Un marxismo más heterodoxo es el que se encuentra en la llamada Escuela de Frankfurt. Su origen se remonta a 1924 cuando se creó en la Universidad de Frankfurt el "Instituto para la investigación social". Sus miembros aceptan el marxismo, pero prescinden de muchos de sus conceptos básicos, y su compromiso político no es de partido. Sus investigaciones se centran en la sociedad industrializada moderna y, en especial, llevan a cabo una crítica de la cultura. Entre sus representantes destacan: Max Horkheimer (1895-1973), Theodor W. Adorno (1903-1969), Herbert Marcuse (1898-1979), Jürgen Habermas (1929). A Walter Benjamin (1892-1940) sólo se le puede adscribir a esta escuela con grandes reservas. Y en cuanto a Erich Fromm (1900-1980) se separó del grupo por divergencias con Adorno y Marcuse a la hora de interpretar la obra de Freud. |