Friedrich Nietzsche

 

1. Datos biográficos

2. Evolución y síntesis de su pensamiento

3. La obra de Nietzsche

4. Grecia y la renovación cultural

5. La crítica como desenmascaramiento de ideales

6. La enseñanza de Zaratustra

6.1. El anuncio de la muerte de Dios
6.2. El «superhombre»
6.3. La voluntad de poder
6.4. El eterno retorno
6.5. La superación del espíritu de venganza


7. La destrucción de la tradición occidental

Textos-cuestiones

 

1.- Friedrich Wilhelm Nietzsche

Nace el 15 de octubre de 1844 en Röcken (Sajonia -por entonces ya anexionada a Prusia-). Es el primogénito del pastor Karl Ludwig Nietzsche y de Franziska Oehler, ambos descendientes de familias de pastores de la Iglesia protestante. Interesado por el mundo de la Grecia clásica, decide dedicarse a los estudios de filología y abandonar la teología. Con el respaldo de su maestro Ritschl consigue, en 1869, la cátedra de lengua y literatura griegas en la Universidad de Basilea (Suiza). Renuncia a su nacionalidad prusiana, convirtiéndose en un apátrida, o, como él se califica, en un europeo. Su interés se va desplazando cada vez más hacia la filosofía. La lectura de Schopenhauer le influirá notablemente, al igual que la amistad que traba con el músico Wagner (la música fue siempre un elemento indispensable de su vida, incluso en su juventud compuso algunas obras). La influencia de ambos se dejará sentir en sus primeras obras, pero con el tiempo se distanciará de ellos, pasando de ser un ferviente wagneriano a uno de sus críticos más radicales. En 1870 participa como enfermero en la guerra franco-prusiana, pero pronto se contagia de difteria y disentería. Después de su convalecencia en la casa familiar de Naumburg, se reincorpora a la Universidad.

A partir de 1876 abandona progresivamente la docencia por problemas de salud -que ya no le abandonarán nunca-. En adelante se dedicará exclusivamente a su obra de reforma y crítica de la cultura, y a la búsqueda de un clima adecuado para su salud. Sus continuos viajes por el sur le llevan a establecerse, entre otros lugares, en Sils-Maria, Génova, Venecia, Niza y, por fin, en Turín, donde en los primeros días de enero de 1889 se produce su derrumbe psíquico. La leyenda cuenta que al ver a un viejo caballo maltratado por su cochero, Nietzsche, entre sollozos y lágrimas, se agarra al cuello del animal abrazándolo y sin querer soltarlo. La aparición de su patrono le libra de ser ingresado en un manicomio italiano. Su amigo Overbeck lo lleva a Basilea a una clínica para enfermedades nerviosas; allí le diagnostican «parálisis progresiva» (la causa de la enfermedad no está clara, unos afirman que es fruto de una sífilis mal curada, otros que se trata de una enfermedad congénita ligada a su miopía). La aventura intelectual de este filósofo solitario y nómada acaba aquí. Su madre y su hermana se encargarán de él hasta su muerte, once años después de su derrumbe, el 25 de agosto de 1900.

De la publicación de su obra se ocupará su hermana Elisabeth Föster-Nietzsche, casada con un activista antisemita (lo que le distanció de su hermano). El control de Elisabeth sobre las obras de Nietzsche no siempre fue positivo, ya que, en algunos casos, las adulteró y manejo a su voluntad. Por ejemplo, publicó como obra póstuma "La voluntad de poder", en la que Nietzsche había trabajado en sus últimos años y que pretendía ser una visión más sistemática de su pensamiento, pero que él mismo había abandonado (lo correspondiente a esta fallida obra se encuentra en los Fragmentos póstumos). También ella es en gran medida responsable del posterior acercamiento y utilización del pensamiento del filósofo por el nazismo. Hitler presidirá en 1934 la solemne celebración del 90 aniversario del nacimiento de Nietzsche.

Poco ante de su colapso en Turín, en los meses de octubre y noviembre de 1888, escribe Ecce Homo, obra en la que se presenta a sí mismo y a sus escritos:

Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo gigantesco, —de una crisis como jamás la había habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita. —Y a pesar de todo esto, nada hay en mí de fundador de una religión (...). Pero mi verdad es terrible: pues hasta ahora a la mentira se le ha venido llamando verdad. —Transvaloración de todos los valores: ésta es mi fórmula para designar un acto de suprema autognosis de la humanidad, acto que en mí se ha hecho carne y genio. Mi suerte quiere que yo tenga que ser el primer hombre decente, que yo me sepa en contradicción a la mendacidad de milenios... Yo soy el primero que ha descubierto la verdad, debido a que he sido el primero en sentir -en oler- la mentira como mentira... Yo contradigo como jamás se ha contradicho, y, a pesar de ello, soy la antítesis de un espíritu que dice no. Yo soy un alegre mensajero como no ha habido ningún otro, conozco tareas tan elevadas que hasta ahora faltaba el concepto para comprenderlas; sólo a partir de mí existen de nuevo esperanzas. A pesar de todo esto, yo soy también, necesariamente, el hombre de la fatalidad. Pues cuando la verdad entable lucha con la mentira de milenios, tendremos conmociones, un espasmo de terremotos, un desplazamiento de montañas y valles como nunca se había soñado. El concepto de política queda entonces totalmente absorbido en una guerra de los espíritus, todas las formaciones de poder de la vieja sociedad saltan por el aire — todas ellas se basan en la mentira: habrá guerras como jamás las ha habido en la tierra. Sólo a partir de mí existe en la tierra la gran política.— (Ecce Homo, Por qué soy un destino)


2.- EVOLUCIÓN Y SÍNTESIS DE SU PENSAMIENTO

«Decir sí a la vida, afirmarla en toda circunstancia», éste es el motivo básico que está en el origen de toda la filosofía de Nietzsche. Frente a esta afirmación, denuncia que todos los intentos del hombre por justificar la existencia, han supuesto una desvalorización de la vida. El hombre ha buscado siempre protegerse de la vida, de su devenir, de su naturaleza irracional. Esta búsqueda de seguridad le ha llevado a afirmar la existencia de un orden verdadero del mundo, orden que se establece en los principios de la metafísica (a partir de Platón), en la moral y en el cristianismo. Según Nietzsche este gigantesco edificio construido por la cultura y la civilización occidental para proteger al hombre del devenir, del caos y la irracionalidad de la vida -edificio que culmina y se resume en la idea de Dios- ha hecho de la existencia del hombre algo más insoportable que la misma amenaza de la que busca protegerse. Por ello su afirmación radical de la vida incluye una crítica de toda verdad definitiva, de toda estructura permanente e inmutable de la realidad. La vida ha sido falseada por unos ideales que han proclamado la superioridad de los valores racionales. Es necesario, por tanto, una crítica de tales valores, con el objeto de sustituirlos por nuevos valores: «transvaloración», es decir, cambio de la óptica desde la que valorar. Este proceso de transvaloración está presente, de una forma u otra, a lo largo de toda la obra de Nietzsche.

La primera etapa del pensamiento de Nietzsche está representada por La filosofía en la época de la tragedia griega, a la que siguen Consideraciones intempestivas y El nacimiento de la tragedia, primera de sus grandes obras. Frente a la decadencia de la moderna civilización burguesa, busca en la Grecia presocrática las bases para una renovación de la cultura. Con Sócrates se inicia la decadencia, él es el heraldo de la ciencia que privilegia las fuerzas racionales que niegan la vida. La critica a esta racionalidad socrática va ligada a una defensa del arte y, en concreto, de la tragedia griega: «el mundo sólo se justifica en tanto que fenómeno estético». Esta «metafísica del arte» la verá Nietzsche personificada en dos figuras: el filósofo Schopenhauer, con su teoría de la Voluntad como fuerza ciega que configura la realidad (de aquí que el intelecto esté subordinado a la voluntad, y no a la inversa), y el compositor Wagner, con su proyecto de renovar la tragedia griega a través de la música.
Apoyándose en ellos y en su lectura de la tragedia griega (Nietzsche era profesor de griego), expondrá su concepción de la existencia. La vida es esencialmente injusta, o mejor extramoral, su dominio pertenece a los instintos, y como tal la hemos de afirmar. El dios Dioniso representa esta aceptación de la vida tal como es. Esta figura mítica apunta a lo trágico, a la fusión del individuo en la naturaleza, a la desmesura y a la embriaguez. Nietzsche elabora entonces los conceptos antitéticos de lo apolíneo y lo dionisiaco como componentes fundamentales de la cultura occidental. Frente al dominio de lo apolíneo (que representa la individualización, el límite, la forma) instaurado por Sócrates, la grandeza de la tragedia griega reside en la integración de ambos.

En una segunda etapa, Nietzsche se distancia de sus ídolos. Adopta una postura crítica como premisa necesaria para el nacimiento del «espíritu libre», que representa la liberación de las ilusiones y convicciones del pasado. "Humano, demasiado humano" está dedicado a la memoria de Voltaire: ilustrado y lúdico, antirromántico y antirreligioso, «libre» en una palabra. Ahora valora la ciencia como instrumento para la crítica. En "Aurora" domina la «pasión del conocimiento» al servicio de una crítica radical, dirigida especialmente a la moral. Rastreando la génesis de los prejuicios morales, muestra como éstos tienen un origen irracional. En "La gaya ciencia", además de continuar con esta labor crítica, anuncia algunos de los temas que caracterizarán a su filosofía de afirmación de la vida: la muerte de Dios, la teoría del eterno retorno y la figura de Zaratustra.

En la última etapa Nietzsche alcanza la plenitud de su pensamiento en obras como Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, La genealogía de la moral, El crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo, Nietzsche contra Wagner, El Anticristo y Ecce homo (singular y enigmática autobiografía intelectual, escrita dos meses antes de que el filósofo perdiera por completo sus facultades mentales). Además se han de tener en cuenta los numerosos escritos póstumos, que Nietzsche no publicó, pero que son de gran importancia para la comprensión de su pensamiento.

A lo largo de estas tres fases se van articulando los grandes temas de una filosofía que busca afirmar la vida con todo lo que ella conlleva, incluido el dolor y el sufrimiento. De aquí se deriva una crítica de los fundamentos de la cultura occidental (presentes ya en la filosofía platónica) en tanto que se oponen a esta afirmación. Crítica que se dirige contra cualquier forma de orden inmutable y contra su fundamento último: Dios. La muerte de Dios supone la desaparición de todo orden inmutable, ya sea metafísico, moral o religioso. No hay que olvidar que el siglo XIX se caracteriza por la aparición de numerosas doctrinas ateas: Schopenhauer, Feuerbach, Marx, Comte, etc. Para Nietzsche el ateísmo de éstos es insuficiente, poco radical: no eliminan a Dios, lo reemplazan. La negación de Dios en estos autores no va acompañada de una crítica de los valores morales y, en general, de toda voluntad de verdad. En este sentido la obra de Nietzsche es un análisis radical del compromiso ateo.

En un mundo sin Dios no hay lugar para verdades inmutables. Todas las grandes construcciones del saber tradicional son meros instrumentos que han permitido al hombre sobrevivir, aunque se hayan presentado como verdad. Mentiras e ilusiones útiles para la supervivencia, errores vitales enmascarados de verdad. Efectos de una voluntad de poder que se esconde de sí misma bajo una voluntad de verdad. Es necesario, pues, desenmascarar todo ideal metafísico, moral o religioso como fruto de algo "humano, demasiado humano". La caída de estos grandes ideales, que en definitiva son ideales de renuncia a la vida, impone al hombre la tarea de aprender a vivir sin verdades inmutables. Esta tarea está obstaculizada por la emergencia, en toda su intensidad, del nihilismo (acontecimiento que marcará, según Nietzsche, la historia futura de Europa).
El hombre, acostumbrado a la seguridad de un orden y una verdad inmutable, se despierta, con la muerte de Dios, de este sueño y se encuentra ante la nada, ante la desvalorización de los "valores supremos", ante el nihilismo: «La gran angustia es ésta: el mundo ya no tiene sentido. ¿En qué medida la moral anterior se ha derrumbado con el mismo "Dios"? Se sostenían el uno al otro».

Nietzsche busca superar el nihilismo aprovechando su fuerza destructiva. El derribo de los viejos valores morales va acompañado de la formulación de nuevos valores que deben inaugurar un tiempo nuevo y superior. Estos nuevos valores se expresan en las figuras de la voluntad de poder, del eterno retorno y del superhombre.

La vida es voluntad de poder, donde hay vida hay voluntad de poder. Tal es el aforismo que encierra el núcleo de la filosofía nietzscheana. La voluntad de poder es esa fuerza ciega que impulsa a todo ser a conservarse y a aumentar su poder, haciendo de la vida un devenir y una lucha constante. Es esa fuerza que nos arrastra a querer y a querer más, en un continuo ejercicio de superación sin meta ni fin. Desde el punto de vista humano, la voluntad de poder es creadora de valores: los valores son las condiciones de conservación y aumento de un tipo de vida. Es por ello que Nietzsche busca desenmascarar toda teoría filosófica, religiosa o moral para ver qué valores ocultan y a qué tipo de vida o de hombre favorecen esos valores.

Con la teoría del eterno retorno busca Nietzsche una afirmación radical de la vida entendida como voluntad de poder. A través de él la voluntad afirma la eternidad de su propio querer. La voluntad debe afirmar la vida hasta el punto de que quiera el eterno retorno de cada uno de sus instantes, incluso de los más dolorosos («así lo quise»: amor fati). De esta manera, la eternidad se libera del "más allá" y se identifica con el tiempo y el devenir; no hay más vida que ésta y, sin embargo, no es un mero "pasar", sino un eterno retornar. Al transformar todo "fue" en un "así lo quise" liberamos al pasado de su peso irremediable, de forma que no escape al querer de la voluntad: ahora podemos querer que el pasado retorne eternamente.
Esta teoría, de la que Nietzsche no da muchas explicaciones y que se planteó como una hipótesis científica en su época, le interesaba, aunque sea meramente como probabilidad, por su fuerza transfiguradora, por su capacidad de transformar a la humanidad y dar lugar al "superhombre": «vivir de modo que sea deseable volver a vivir esta misma vida en una repetición eterna».

Así, el superhombre es aquél que esta en condiciones de decir sí a la vida tal como ésta es, en eterna repetición. Él representa ese ideal de plenitud de vida, rico en impulsos y fuerza para regirlos. La vida es de los que la aman, es decir, de los fuertes. Sólo los débiles desprecian la vida. A éstos se deben las filosofías del resentimiento, del espíritu de venganza surgido de la impotencia. De aquí, de la debilidad que niega la vida, nace la moral de los esclavos (introducida por el judaísmo y extendida por el cristianismo) y las distintas máscaras del ideal ascético (desde el platonismo hasta el positivismo, pasando por Kant). Ahora bien, sobre las ruinas de este hombre débil, decadente y resentido nacerá el superhombre, que, en posesión de la voluntad de poder, se liberará del espíritu de venganza afirmando la vida en su eterno retornar. Este ser "más-allá-del-hombre" (Übermensch) se manifestará activo, creador y espontáneo y forjará para ello su propia tabla de valores. El hombre sólo existe para ser superado: «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre -una cuerda sobre un abismo-». De ahí que su grandeza esté en el hecho de «ser un puente y no una meta» y que lo que en él cabe amar sea «que es una transición y un ocaso».

No se puede dejar de reconocer en Nietzsche su lucidez y su libertad de espíritu, que nace de la fuerza crítica y liberadora de su pensamiento, un pensamiento que nunca se cansa de cuestionarlo todo. Pero también hemos de reconocer que esta crítica desmitificadora, al desarmar la racionalidad, preparó el terreno a filosofías e ideologías irracionalistas "baratas" y debilitó la resistencia que la razón oponía a sistemas tan bárbaros como el nazismo. De aquí que el gran novelista Thomas Mann escribiera: «Quien toma a Nietzsche al pie de la letra está perdido».


3.- LA OBRA DE NIETZSCHE

Una de las interpretaciones de la obra de Nietzsche más penetrante es la efectuada por Martin Heidegger, para el que esta obra representa la culminación de la tradición metafísica occidental que se remonta hasta Platón. Esta metafísica, que en la época moderna está caracterizada por el primado de la subjetividad, es culminada por Nietzsche bajo la forma de una metafísica de la voluntad, que se corresponde en el plano de la existencia humana con el dominio técnico del mundo. La voluntad de poder expresa lo que es hoy la técnica: la total organización e instrumentalización de lo real por parte del sujeto moderno. Pero esta voluntad, al igual que la técnica, no tiene un equilibrio estable, es una constante creación y destrucción, un ir siempre más allá, un aumento constante en el poder, que niega cualquier orden o verdad inmutable que se interponga en su desarrollo. Así la voluntad nietzscheana, entendida como voluntad de imposición de una forma, es asimilada por Heidegger a la pura voluntad de dominio que la técnica realiza a nivel planetario.
Desde esta interpretación cabe afirmar que los escritos de Nietzsche constituyen un acertado diagnóstico de los síntomas de decadencia de la cultura europea y una predicción de la evolución futura de esa cultura -nihilismo-.

Cómo el "mundo verdadero" acabó convirtiéndose en una fábula. Historia de un error

1. El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, —él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple convincente. Transcripción de la tesis «yo, Platón, soy la verdad».)

2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso («al pecador que hace penitencia»).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, —se convierte en una mujer, se hace cristiana...)

3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsberguense.)

4. El mundo verdadero —¿inasequible? En todo caso inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido?...
(Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo)

5. El «mundo verdadero»-una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, —una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens (buen sentido) y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres)

6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿Qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA [comienza Zaratustra].)

(F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos)

4.- GRECIA Y LA RENOVACIÓN CULTURAL

A la hora de presentar un proyecto de renovación de la cultura europea, Nietzsche dirige su mirada al mundo de la Grecia trágica, anterior a Sócrates. Tanto "El nacimiento de la tragedia griega" como las cuatro "Consideraciones intempestivas" se sitúan en este marco de interés. Estas obras se encuentran todavía bajo el influjo del filósofo A. Schopenhauer y del músico alemán Wagner.

El primero de estos escritos constituye a su vez una interpretación del mundo a la luz del arte griego (lo que podríamos llamar una metafísica del artista). Apolo y Dionisos son los dioses a los que recurre para explicar esta concepción. Apolo es el dios del sueño, de la forma, del eidos, de la belleza, del equilibrio, de la claridad, de la medida, de la estabilidad; mientras que Dioniso lo es de la embriaguez, de lo caótico y desmesurado, de lo informe, del oleaje de la vida, del frenesí, del retorno a lo primordial, de la perdida de sí, de la creación y la destrucción, del devenir.

Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre. (...) Ahora, en el evangelio de la armonía universal, cada uno se siente no sólo reunido, reconciliado, fundido con su prójimo, sino uno con él, cual si el velo de Maya estuviese desgarrado y ahora sólo ondease de un lado para otro, en jirones, ante lo misterioso Uno primordial. (...) El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los estremecimientos de la embriaguez. (El nacimiento de la tragedia)

Originariamente sólo Apolo es el dios del arte en Grecia, pero la irrupción desde Asia de Dioniso hizo posible la cumbre del arte griego: la tragedia, que representa la alianza de las dos potencias. El instinto apolíneo y el dionisíaco se reconcilian a través de la tragedia, en donde la inclinación a la medida y al orden descansan sobre la base del reconocimiento de la desmesura de la vida. El instinto apolíneo tiende al establecimiento de un sentido y un orden a la realidad; la peculiaridad del pensamiento trágico consiste en que su mirada no se detiene en ese orden, sino que penetra hasta lo absurdo y espantoso de la existencia, sin juzgarla, es decir, reconociendo su inocencia, la inocencia del devenir.

La muerte de la tragedia, la decadencia de la cultura griega se produce con el racionalismo socrático (en esta obra no toma al cristianismo como objeto de su crítica; asimismo Kant, Schopenhauer y Wagner son vistos como la renovación del pensamiento trágico, aunque más tarde los sitúe en el ámbito de la negación del pensamiento trágico: el cristianismo). Sócrates representa la entronización de la conciencia, de la razón. La inocencia de la existencia es puesta en cuestión: la vida requiere redimirse, justificarse por la idea. Se afirma la existencia de un "mundo verdadero", sólo accesible a la razón, que otorga sentido y estabilidad a la vida humana.

Frente a ello Nietzsche afirma en "Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral" que el intelecto está al servicio de la vida y de su conservación. El intelecto es así visto como un instrumento de los instintos; la verdad como un error, una mentira o una ilusión que garantiza la vida.

Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas. (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral)


5.- LA CRÍTICA COMO DESENMASCARAMIENTO DE IDEALES

Con "Humano, demasiado humano" Nietzsche rompe con sus antiguas veneraciones; se distancia de la filosofía de Schopenhauer y de la influencia de Wagner, iniciando un proceso de autocrítica. Si en sus anteriores obras el arte aparecía como el instrumento metafísico del hombre, ahora es la ciencia la que es realzada por su capacidad desmitificadora. No es que Nietzsche se haya convertido ahora en un positivista, en un creyente del progreso humano a través de la ciencia; lo que reivindica son espíritus libres, y la ciencia es el instrumento de crítica. Se trata de examinar las pretensiones de la religión, la metafísica, el arte, la moral, la cultura ante el tribunal de la ciencia. Este examen tiene un carácter de desenmascaramiento. El hombre es visto como un animal de ideales, y los ideales son tratados no como "verdaderos" o "falsos", sino como síntomas de la vida, como signos que delatan una existencia. Es decir, los ideales son desenmascarados como instintos disimulados, como meras ilusiones interesadas.

En esta nueva forma de interpretar, que será característica del siglo XX, Nietzsche coincide con Marx y Freud. La novedad que estos autores introducen reside en advertir que el sentido de las palabras y enunciados no aparece en la inmediatez de una lectura franca y confiada. Es necesario descifrar las formas aparentes, las valoraciones cotidianas, las racionalizaciones, internándose en un «sistema subyacente» en el que mora el sentido. Si queremos saber el sentido de aquellas palabras-clave que aparecen en la economía vulgar (así la palabra «mercancía») o en el discurso de la cultura y la moral occidentales (así las palabras «bueno», «malo») o en el discurso manifiesto del delirio, deberemos rebasar el nivel del mero enunciado e internarnos en profundidad hacia una zona escondida y recóndita. Deberemos trascender las «apariencias» -como señala Marx- y llegar hasta la «esencia» del sistema (así, por ejemplo, Marx atacará la buena conciencia de la burguesía para mostrar lo que hay en el fondo de ella). O, como señala Nietzsche, deberemos llegar hasta los fondos, transfondos y «bajos fondos» en el que se esconde el sentido de nuestras valoraciones (examinar los ideales religiosos, metafísicos o morales para ver lo que esconden). O, siguiendo a Freud, deberemos restituir bajo las «ideas manifiestas» que expresen los sueños o los lapsus, las «ideas latentes» que a la vez revelan y esconden (la función del psicoanálisis es desvelar lo que es el contenido latente -lo que conlleva también una crítica de los "buenos sentimientos"-). En definitiva, esta nueva forma de exégesis, de interpretación se caracteriza por un sistema conceptual que nos permite trascender el "corpus" visible, las racionalizaciones e ideologías correspondientes, y acceder a las estructuras profundas que permitan esclarecer el sentido de los diferentes sistemas (económico, ético, psíquico). En este sentido estos autores han sido etiquetados bajo el nombre de «filósofos de la sospecha».

Esta labor de desenmascaramiento continúa en "Aurora" en donde la moral es objeto de crítica. Se pone en cuestión la procedencia de los valores morales y el valor incondicional que se ha otorgado a lo no-egoísta -a la moral desinteresada-. En la "Gaya Ciencia" la figura del «espíritu libre» se aparta cada vez más del desenmascaramiento crítico llevado a cabo en las obras anteriores, y empiezan a surgir los temas característicos de Zaratustra.


6.- LA ENSEÑANZA DE ZARATUSTRA

A diferencia de los escritos anteriores "Así habló Zaratustra" se desarrolla en un lenguaje poético lleno de simbolismos que dificulta la tarea interpretativa, pero que en cierto modo viene exigido por los temas tratados en él y, sobre todo, por el tema central de la tercera y cuarta parte: la doctrina del eterno retorno. El personaje literario de Zaratustra remite a un personaje histórico, a un profeta iraní del siglo VII a.C.. Según el mismo Nietzsche escogió este personaje para hacerle decir lo contrario de lo que dijo el personaje histórico. Zaratustra o Zoroastro está considerado como el iniciador de un dualismo de inspiración moral; dualismo que explica todas las cosas por la acción de dos principios en lucha, el principio del Bien y el principio del Mal. La creación de este dualismo se debe a la extrapolación de nuestra experiencia moral del bien y del mal, que le otorga una dimensión teológica y cosmológica. Por el contrario el Zaratustra de Nietzsche parte, como punto esencial de su enseñanza, del rechazo del dualismo y del moralismo.

Con Zaratustra Nietzsche se presenta como el anunciador de una completa renovación cultural, como el profeta de una nueva civilización. En torno a la idea del superhombre van apareciendo otros temas centrales: la muerte de Dios, la destrucción de las viejas tablas de valores y su transvaloración, la voluntad de poder, el eterno retorno.


6.1.- El anuncio de la muerte de Dios

El enunciado «Dios ha muerto» no hay que tomarlo como una mera expresión de la postura personal de Nietzsche sobre el tema. La frase hay que entenderla en el marco de la historia de Occidente y del nihilismo presente en esa historia. Su lectura debe ser además metafísica, pues Nietzsche emplea el nombre de Dios para designar el mundo sobrenatural, el dominio de las ideas y de los ideales; este dominio se considera desde Platón como el verdadero mundo, el mundo real propiamente dicho. La frase significa, entonces, que el mundo suprasensible carece de fuerza operante -no es eficaz, no dispensa vida-; la metafísica -la filosofía occidental entendida como platonismo- se ha acabado; las valoraciones que en ella tenían su fundamento se han derrumbado.

El loco [insensato].— ¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!? Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron a risa. ¿Se te ha extraviado? -decía uno. ¿Se ha perdido como un niño? -preguntaba otro-. ¿Se ha escondido? ¿tiene miedo de nosotros? ¿se ha embarcado? ¿ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. El loco se encaró con ellos, y cavándoles la mirada, exclamó: «¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?... Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses o al menos parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna.» Al llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna, de modo que se apagó y se hizo pedazos. «Vine demasiado pronto -dijo él entonces-; mi tiempo no es aún llegado. Ese acontecimiento inmenso está todavía en camino, viene andando; mas aún no ha llegado a los oídos de los hombres. Han menester tiempo el relámpago y el trueno, la luz de los astros ha menester tiempo; lo han menester los actos, hasta después de realizados, para ser vistos y entendidos. Ese acto está todavía más lejos de los hombres que la estrella más lejana. ¡Y sin embargo, ellos lo han ejecutado!» Se añade que el loco penetró el mismo día en muchas iglesias y entonó su Requiem æternam Deo. Expulsado y preguntado por qué lo hacía, contestaba siempre lo mismo: «¿De qué sirven estas iglesias, si no son los sepulcros y los monumentos de Dios?» (La Gaya Ciencia, parágrafo 125)

En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla! (Así habló Zaratustra)

El anuncio de la muerte de Dios, supone también el anuncio de la llegada del nihilismo: los valores supremos pierden su validez, todo aquellos que en el cristianismo, en la moral, en la filosofía se encontraba establecido con el carácter de leyes o verdades absolutas, pierde su fuerza imperativa. El tema del nihilismo aparece con frecuencia en los fragmentos póstumos de su última época:

El nihilismo hace ahora su aparición no porque el displacer ante la existencia sea mayor que antes, sino porque se ha llegado en general a ser desconfiado con respecto a un «sentido» en el mal e incluso en la existencia. Una sola interpretación sucumbió; pero, por el hecho de haber pasado por ser la interpretación, parece como si no hubiese ningún sentido en la existencia, como si todo fuese en vano.

Nihilismo: falta la finalidad; falta la respuesta al «¿para qué?» ¿Qué significa el nihilismo? —que los valores supremos se desvalorizan.
El nihilismo es AMBIGUO
A) Nihilismo como signo del poder incrementado del espíritu: en cuanto NIHILISMO ACTIVO.
El nihilismo puede ser un signo de fortaleza: la fuerza del espíritu puede haber crecido de tal manera que sus finalidades preexistentes («convicciones», artículos de fe) son inapropiadas. (...)
Su MAXIMUM de fuerza relativa lo alcanza como fuerza de DESTRUCCIÓN: como nihilismo activo. Su contrario sería el nihilismo cansado que ya no ataca: su forma más famosa, el budismo: en cuanto nihilismo pasivo.
B) Nihilismo como ocaso y regresión del poder del espíritu: el NIHILISMO PASIVO como un signo de debilidad: la fuerza del espíritu puede estar fatigada, agotada, de forma que las metas y los valores hasta ahora existentes resultan inadecuados y ya no encuentran ningún crédito — (...) que todo lo que reconforta, sana, calma, anestesia, aparece en primer plano bajo diversos disfraces religiosos, o morales, o políticos, o estéticos, etc.
(Fragmentos póstumos, otoño 1887-Marzo 1888)

El nihilismo es un movimiento histórico, es el movimiento fundamental de la historia de Occidente. El ateísmo no es su causa, sino su consecuencia. Aunque Nietzsche lo define como la devaluación de los valores supremos, eso no significa que sea un mero fenómeno de decadencia, sino más bien, según la interpretación de Heidegger, la "lógica intrínseca" de la historia de Occidente. Además es positivo en cuanto que es una fuerza para la transvaloración de todos los valores anteriores.

Existe un nihilismo incompleto que, aunque sustituye los antiguos valores con otros, los pone en el antiguo lugar ideal de lo suprasensible. El nihilismo completo tiene que anular aún el lugar mismo de los valores, lo suprasensible y, en consecuencia, colocar los valores en otra parte y "transvalorarlos". La transvaloración de todos los valores es propia del nihilismo completo, y se convierte en inversión de la clase y del modo de valorar. El criterio desde el cual valorar ha sido cambiado: es ahora la fidelidad a la tierra, a la vida, a la voluntad de poder.

Ningún pueblo podría vivir sin antes realizar valoraciones; mas si quiere conservarse no le es lícito valorar como valora el vecino.
(...) Una tabla de valores está suspendida sobre cada pueblo. Mira, es la tabla de sus superaciones; mira, es la voz de su voluntad de poder.
(Así habló Zaratustra)


6.2.- El «superhombre»

Para que de este espíritu nihilista, para que de esta transvaloración de todos los valores anteriores surga un espíritu capaz de crear nuevos valores no fundamentados en lo suprasensible, es necesario que el hombre se sobrepase a sí mismo, es necesario el «superhombre». Éste es el hombre que ha aprendido a vivir en la ausencia de verdades inmutables, y que a pesar de todo se mantiene en la fidelidad a la tierra, a la vida, al devenir.

El Superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
(Así habló Zaratustra)

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, —una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. (Así habló Zaratustra)

El superhombre no busca justificaciones para la existencia, no busca ideales que la rediman, no la culpabiliza, acepta su inocencia, y es de este reconocimiento de donde nace la fuerza para crear, para introducir el sentido en el mundo. Nietzsche describe, en el capítulo "De las tres transformaciones", los pasos por los que el espíritu humano atraviesa hasta conquistar su voluntad, su capacidad para crear de nuevo.

En otro tiempo el espíritu amo el «tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.
(Así habló Zaratustra)

El tema de la aspiración al superhombre esta ligado al reconocimiento de la voluntad de poder como fuerza motriz y creadora, y a la aceptación del eterno retorno de lo mismo.


6.3.- La voluntad de poder

El superhombre es el sujeto de una nueva moral animada por una voluntad de poder afirmativa, creativa, que consiste en una continua superación de sí mismo, en una voluntad de trascenderse. Esta fuerza presente en todos los seres (seres materiales, seres vivos, hechos históricos, comportamientos humanos, pensamientos o ideas) busca conservarse y -para- aumentar su poder. Todo lo viviente está dominado por esta voluntad de poder, de tal modo que voluntad de poder, vida, devenir y ser vienen a significar lo mismo en el lenguaje de Nietzsche. Así la noción de voluntad de poder puede ser considerada desde tres puntos de vista:

-Antropológico: ligada a la concepción del superhombre. La voluntad de poder es voluntad de superación, es amor al superhombre. Es donadora de sentido y de valor (no de forma reactiva, sino autoafirmadora). Es «la virtud que hace regalos». Dota de sentido la vida humana sin necesidad de recurrir a los "transmundos", sin necesidad de redimir y justificar la vida mediante la renuncia.

-Cosmológico: la vida es voluntad de poder. Allí donde hay vida hay fuerzas en lucha. La esencia de la vida es querer crecer, aumento. Toda vida busca conservarse y aumentar, de ahí que la vida sea cambio, devenir.

-Ontológico: el ser es voluntad de poder. Contra la tradición platónica (metafísica) el ser ya no es visto como lo inmutable, por el contrario, ser es devenir. La realidad en cuanto voluntad de poder no alcanza jamás un equilibrio inmutable; es inestable. Por otro lado, la voluntad de poder es la condición de posibilidad de lo real, es el principio configurador de lo real. Es por ello que el devenir caracteriza a lo real. El ser no está desligado del devenir, la eternidad no niega la temporalidad. La convergencia de ser y devenir, de eternidad y temporalidad acontece en el eterno retorno de lo mismo. Eternamente retorna lo mismo: el instante, el devenir, la voluntad de poder.

Por otro lado, la voluntad de poder esta ligada a la crítica del conocimiento que lleva a cabo Nietzsche. No hay hechos objetivos que conocer, tan sólo interpretaciones de hechos. No hay posibilidad de un conocimiento objetivo del mundo, sólo se dan interpretaciones -perspectivismo-. Toda valoración y toda afirmación sobre el mundo son expresión de una determinada perspectiva. No existe un mundo objetivo, verdadero, que el hombre aspire a conocer. Toda verdad es una ficción, un error que se impone. Ahora bien, estas ficciones o errores son necesarios para la vida (pragmatismo vital). En este sentido el arte, en cuanto forjador de ficciones, se sitúa por encima de la verdad y la ciencia.

La falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra el mismo; acaso sea en esto en lo que más extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio favorece la vida (..); y nosotros estamos inclinados por principio a afirmar que los juicios más falsos (de ellos forman parte los juicios sintéticos a priori) son los más imprescindibles para nosotros, que el hombre no podría vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la realidad con la medida del mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mismo, si no falsease permanentemente el mundo mediante el número, — que renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la no-verdad es condición de la vida: esto significa, desde luego, enfrentarse de modo peligroso a los sentimientos de valor habituales; y una filosofía que osa hacer esto se coloca, ya sólo con ello, más allá del bien y del mal. (Más allá del Bien y del Mal, I, 4)

Detrás de toda pretendida verdad se ocultan determinados intereses vitales. Y, puesto que la vida es voluntad de poder, todas nuestras "verdades", todas nuestras valoraciones no son más que interpretaciones nacidas de una concreta voluntad de poder. Tras las valoraciones morales, tras los ideales metafísicos o religiosos, hay una voluntad de poder que busca imponerse, conservarse y aumentar su poder.

¿«Voluntad de verdad» llamáis vosotros, sapientísimos, a lo que os impulsa y os pone ardorosos?
Voluntad de volver pensable todo lo que existe: ¡así llamo yo a vuestra voluntad! (...)
Esa es toda vuestra voluntad, sapientísimos, una voluntad de poder: y ello aunque habléis del bien y del mal y de las valoraciones. (...)
Vuestra voluntad y vuestros valores los habéis colocado sobre el río del devenir: lo que es creído por el pueblo como bueno y como malvado me revela a mí una vieja voluntad de poder. (...)
En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor. (...)
Y este misterio me ha confiado la vida misma. «Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo. (...)
Sólo donde hay vida hay también voluntad: pero no voluntad de vida, sino -así te lo enseño yo- ¡voluntad de poder!
Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero en el apreciar mismo habla —¡la voluntad de poder!»
(Así habló Zaratustra, "De la superación de sí mismo")


6.4.- El eterno retorno

El eterno retorno, junto a la voluntad de poder, son, según Heidegger, las doctrinas esenciales de la metafísica nietzscheana. Este tema aparece por primera vez en la obra anterior al Zaratustra, donde es propuesto como el modo en que debemos "querer" la vida (es decir, por las consecuencias éticas que se derivarían para la existencia humana); su aceptación implicaría la transformación del hombre -el superhombre-.

Peso formidable.- ¿Qué ocurriría si día y noche te persiguiese un demonio en la más solitaria de las soledades diciéndote: «Esta vida, tal como al presente la vives, tal como la has vivido, tendrás que vivirla otra vez y otras innumerables veces, y en ella no habrá nada de nuevo; al contrario, cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño de su vida, se reproducirán para ti, por el mismo orden y la misma sucesión; también aquella araña y aquel rayo de luna, también este instante, también yo. El eterno reloj de arena de la existencia será vuelto de nuevo y con él tú, polvo del polvo?» ¿No te arrojarías al suelo rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te hablaba? ¿O habrás vivido el prodigioso instante en que podrías contestarle:«¡Eres un dios! ¡Jamás oí lenguaje más divino!». Si este pensamiento arraigase en ti, tal como eres, tal vez te transformaría, pero acaso te aniquilara: la pregunta, «¿quieres que esto se repita una e innumerables veces?» ¡pesaría con formidable peso sobre tus actos, en todo y por todo! ¡Cuánto necesitarías entonces amar la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa que esta suprema y eterna confirmación! (La Gaya Ciencia, parágrafo 341)

Esta es la doctrina que Nietzsche lanza como sustitución del dualismo metafísico (Platón) y cristiano. Ella, según sus palabras, debe permear lentamente generaciones enteras hasta que se haga fértil.

Si bien la repetición circular es tan sólo una probabilidad o una posibilidad, también el pensamiento de una posibilidad nos puede sacudir y transformar (...). ¡Como ha obrado la posibilidad de la condenación eterna! (Fragmentos póstumos)

Con ella pretende rescatar la inocencia del devenir, al librarle de toda meta, de todo fin. No culpabiliza la existencia, no recurre a un "más allá" desde el cual se juzga y se dota de sentido a la vida.

¡Imprimamos la imagen de la eternidad sobre nuestra vida! Este pensamiento contiene más que todas las religiones que desprecian esta vida como fugaz y que enseñaron a mirar en busca de una vida distinta indeterminada.
Esta doctrina es indulgente para con los que no creen en ella, no tiene ni infiernos ni amenazas. Quien no cree tiene en su conciencia una vida fugaz.
(Fragmentos póstumos)

Desde esta teoría la eternidad no trasciende el tiempo, sino que designa el ser mismo del tiempo. En ella se afirma el ser como devenir, en su eterno retornar. Si hubiese algún estado final, alguna meta, algún equilibrio inmutable, ya se habría alcanzado y todo devenir hubiera finalizado (contra Hegel). Así el eterno retorno revela la esencia de la voluntad de poder: la ruptura constante del equilibrio, la realidad dionisíaca que se crea y destruye eternamente más allá del Bien y del Mal, más allá del fin y de toda meta. Por otro lado el afirmar la eternidad de cada instante, supone un decir sí a todas nuestras posibilidades, disolviendo nuestra identidad en una múltiple alteridad. La incesante metamorfosis, tansfiguración, que exige la fidelidad a la voluntad de poder se ve aquí afirmada. El pasado deja de ser inmutable: "así fue" es también "así quise que fuese"; el amor fati como forma extrema de fidelidad al devenir. El eterno retorno diviniza, pues, toda la existencia, hasta en sus aspectos más dolorosos, al proclamar su eterna inocencia.

Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno, —¡ése es tu destino! (Así habló Zaratustra)

Oh, cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, —¡el anillo del retorno!
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
(Así habló Zaratustra)


6.5.- La superación del espíritu de venganza

El hombre es un tránsito hacia el superhombre (Übermensch). Este tránsito está guiado por la redención del espíritu de venganza:

Pues que el hombre sea redimido de la venganza: ése es para mí el puente hacia la suprema esperanza. (Así habló Zaratustra, "De las tarántulas")

En la misma obra Nietzsche aclara lo que entiende por venganza:

Esto, sí, esto solo es la venganza misma: la aversión de la voluntad contra el tiempo y su "fue". (Así habló Zaratustra, "De la redención")

La venganza es la repugnancia de la voluntad contra el carácter pasajero del tiempo, es decir, contra el pasar y su ser ya pasado. El espíritu de venganza -característico del resentimiento- piensa el ser desde esta repugnancia. El rechazo del ser como pasar lleva a la metafísica occidental a fijar el "querer", la voluntad, en lo que no pasa, en lo siempre presente (substancia), en lo eterno. La venganza no afirma más que desde la negación de lo que le repugna: la negación del ser como pasar afirma el ser como permanente, como Ideal (Platón). La voluntad al querer el Ideal, lo permanente, lo inmutable, se liga a la nada (nihilismo). Al fijar así la voluntad a lo inmutable, la voluntad se niega a sí misma, pues ésta es voluntad de poder, voluntad de voluntad, un querer que quiere su propio querer, es aumento constante, superación, devenir.

El superhombre es la redención de la venganza. Una voluntad que quiere no desde la venganza, desde la negación, sino desde su propia afirmación. Redimirse de la venganza es liberar a la voluntad de su repugnancia contra el tiempo y su fue, contra su pasar y hacerse pasado irremediable. Ello no significa aceptar el carácter meramente pasajero del tiempo; si así fuera la voluntad se vería contrariada por el carácter irremediable de lo pasado:

"Fue": así se llama el rechinar de dientes y la más solitaria tribulación de la voluntad. Impotente contra lo que está hecho —es la voluntad un malvado espectador para todo lo pasado.
La voluntad no puede querer hacia atrás: el que no pueda quebrantar el tiempo ni la voracidad del tiempo —esa es la más solitaria tribulación de la voluntad.
(Así habló Zaratustra)

Desaparece este obstáculo para la voluntad cuando el pasado deja de petrificarse en un mero fue. La voluntad queda libre para querer el transcurrir y retornar de todas las cosas. La redención de la voluntad de venganza es la voluntad que quiere el eterno retorno de todo lo que fue, que quiere el constante retorno de lo mismo:

Redimir a los que han pasado, y transformar todo "fue" en un "así lo quise" —¡sólo eso sería para mí redención! (Así habló Zaratustra)

La voluntad quiere, entonces, la eternidad de lo querido, la eternidad de sí misma. En el eterno retorno la voluntad quiere eternamente su propio querer (así lo quise: amor fati). El pasado no escapa ya al querer de la voluntad. El ser es pensado aquí como eterno retorno y, por ello, como devenir. El ser es voluntad de poder, voluntad liberada de todo aquello que la niega, de todo freno, voluntad que se quiere a sí misma, que quiere la eternidad de su querer, que quiere el eterno retorno de su propio querer.

El superhombre es, en definitiva, el que se encamina por medio de la redención de la voluntad de venganza hacia la afirmación de una voluntad que quiere el eterno retorno de lo mismo.


7.- LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN OCCIDENTAL

En las tres obras que siguen a Zaratustra, Nietzsche explicita algunos de los temas ya tratados y continúa con su labor de crítica de la tradición cultural occidental.

En "Más allá del bien y del mal" (que no quiere decir sin moral, sino con una moral que no mide y sopesa exclusivamente en orden a bien y mal) ataca la base metafísica de la ética; esboza los rasgos del filósofo del futuro; analiza las consecuencias negativas del cristianismo para el hombre europeo; desarrolla la necesidad de una ciencia "natural" de la moral; critica la autonomía de la ciencia frente al filósofo; establece las bases de las virtudes del hombre superior -no asentadas sobre prejuicios morales como lo no-egoísta o la compasión-; investiga la fuerza espiritual de cuatro pueblos europeos: alemanes, franceses, ingleses y judíos; y, finalmente en la sección novena, trata del espacio cultural que debe presidir la Europa futura.

El "Anticristo" es una crítica tanto de aquellos que se dicen cristianos sin serlo, como de las iglesias cristianas. Su reproche se dirige contra los discípulos de Jesús -sobre todo contra San Pablo- que manipularon la enseñanza del maestro. Según él la vida de Jesús no fue doctrina sino praxis, no negó el mundo, ni lo minusvaloró como tránsito a un mundo «mejor» del más allá; simplemente no lo tomó en cuenta, ni lo afirma ni lo niega. Sólo la interpretación de su vida por los discípulos y apóstoles introdujo el «no» a este mundo.

Analizaremos con mayor detenimiento el escrito posterior a "Más allá del bien y del mal": "LA GENEALOGÍA DE LA MORAL"

Todos los escritos posteriores a "Así habló Zaratustra" están poseídos por la idea de la transvaloración de todos los valores. Para Nietzsche todos los problemas de la filosofía son esencialmente problemas de valores. La muerte de Dios, el fin de la "historia del error fundamental de la humanidad", trae consigo la devaluación de los anteriores valores supremos. Pero el hombre no puede vivir sin valores, se hace necesario la creación de nuevas tablas. No sólo deben cambiar los valores, sino también la óptica desde la que valorar estos valores. Este nuevo criterio de valoración es la vida, es decir, la voluntad de poder. Es desde esta óptica desde donde también hay que hacer una crítica de la moral anterior, una historia natural de la moral, una genealogía de la moral que indague no sólo en el origen de los valores, sino también en el valor de ese origen.

...necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores —y para esto se necesita tener conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni tampoco se lo ha siquiera deseado. (La genealogía de la moral)

El rango de la moral se define por la manera en como se ajusta a la voluntad de poder y hasta dónde reconoce a ésta como principio de la creación de valores. Todas las morales son productos de poder. Ahora bien, existen morales de la vida ascendente, poderosa, y morales de la vida descendente, impotente. En este sentido hay que entender la distinción entre moral de señores y moral de esclavos. Aunque con anterioridad esta distinción ha sido ciega, ahora el dominio del señor está basado en el conocimiento de la voluntad de poder y del eterno retorno. De igual manera la auténtica esclavitud del hombre es definida ahora no sólo como pobreza de instintos, anemia, falta de fuerzas, sino como la sujeción a Dios.

Lo que a mí me importaba era el valor de la moral (...). Se trataba en especial del valor de lo «no-egoísta», de los instintos de compasión, autonegación, autosacrificio (...). Justo en ellos veía yo el gran peligro de la humanidad, su más sublime tentación y seducción (...), la voluntad volviéndose contra la vida (...) yo entendía que esa moral de la compasión (...) era el síntoma más inquietante de nuestra cultura europea, la cual ha perdido su propio hogar, era su desvío ¿hacia un nuevo budismo?, ¿hacia un budismo de europeos?, ¿hacia —el nihilismo?... (Op. cit.)

La crítica que Nietzsche desarrolla en esta obra es más radical que la presente en "Humano, demasiado humano", "Aurora" y "La Gaya Ciencia". Su sospecha es que todo lo que hasta ahora se llamaba filosofía, religión, moral constituía un envenenamiento de la vida destinado a hacerla soportable a los débiles. Su crítica es ahora un desenmascaramiento psicológico: desenmascara a los filósofos como hombres dirigidos por prejuicios morales inconfesados, a los religiosos como neuróticos, a los hombres morales como vengativos.

1.- Primer tratado: Psicología del Cristianismo

Comienza con la distinción entre moral de esclavos y moral de señores. Divide a esta última en una moral de guerreros y una moral de sacerdotes. El guerrero tiene las virtudes del cuerpo; el sacerdote inventa el espíritu. De la rivalidad entre ambas castas deduce Nietzsche el salto de la moral de señores a la moral de esclavos. Los sacerdotes son los señores desposeídos que movilizan contra los guerreros a todos los débiles, enfermos, fracasados. En la historia universal ve a los judíos como los iniciadores de este movimiento.

Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, a saber, «¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios (...)»... con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos... (Op. cit.)

Aunque rechaza el antisemitismo, ve en ellos al pueblo sacerdotal que se rebeló contra todo lo señorial y noble. Con esta inversión de todos los valores comienza la rebelión de los esclavos, comienza el cristianismo. Esta rebelión se origina cuando el resentimiento se vuelve creador y engendra valores.

Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un «fuera», a un «otro», a un «no-yo»; y ese no es lo que constituye su acción creadora. (Op. cit.)

Se trata de la lucha entre Judea y Roma. El Renacimiento le parece un breve despertar de las valoraciones antiguas, pero con la Reforma protestante se volvió al resentimiento. Una victoria más decisiva de la moral de esclavos es la Revolución Francesa, el triunfo de todos los mediocres, el nacimiento de las ideas modernas. Sólo en Napoleón vuelve a aparecer el gran hombre. Así Nietzsche ve el cristianismo como la aparición más poderosa de algo más general: la moral de los esclavos.

2.- Tratado segundo: Psicología de la conciencia

La interioridad, la conciencia, es el resultado de una perversión de los instintos.

Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, —de aquella modificación ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz. (...) —de un golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y «en suspenso». (...) Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro —esto es lo que yo llamo interiorización del hombre: únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su «alma». (...) La enemistad, la crueldad el placer en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la destrucción —todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la mala conciencia. (Op. cit.)

...sólo la mala conciencia, sólo la voluntad de maltratarse a sí mismo proporciona el presupuesto para el valor de lo no-egoísta. (Op. cit.)

Para Nietzsche la crueldad forma parte de la esencia del hombre, de sus instintos básicos. La conciencia moral es ese instinto de crueldad refrenado en su desahogo hacia fuera y que, por ello, se ha vuelto hacia dentro. El hombre es siempre bestia: o hacia fuera, o hacia dentro en el automartirio de la conciencia moral.

El advenimiento del Dios cristiano, que es el Dios máximo a que hasta ahora se ha llegado, ha hecho, por esto, manifestarse también en la tierra el maximum del sentimiento de culpa. (...) no hay que rechazar la perspectiva de que la completa y definitiva victoria del ateísmo pudiera liberar a la humanidad de todo ese sentimiento de hallarse en deuda con su comienzo, con su causa prima. El ateísmo y una especie de segunda inocencia se hallan ligados entre sí. (Op. cit.)

Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer de él, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, (...) ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada —alguna vez tiene que llegar... (Op. cit.)

3.- Tratado tercero: Psicología del sacerdote

¿Qué significan los ideales ascéticos? En principio diferentes cosas: «...en el hecho de que el ideal ascético haya significado tantas cosas para el hombre se expresa la realidad fundamental de la voluntad humana, su horror vacui (horror al vacio): esa voluntad necesita una meta —y prefiere querer la nada a no querer» (Op. cit.). A veces, como para el filósofo, sólo significa una forma de autodisciplina, de economía de fuerzas.

Distinto y más discutible es el ideal ascético para el sacerdote. Aquí nace como una forma de protección: «el ideal ascético nace del instinto de protección y de salud de una vida que degenera, la cual procura conservarse con todos los medios, y lucha por conservarse» (Op. cit.). La ascética misma es un recurso de la vida débil y enferma para seguir viviendo: es preciso renunciar al estallido de las pasiones, de los grandes sentimientos; es preciso refrenar las pasiones. el sacerdote es quien mantiene en su sufrimiento a la vida baja, enferma; él cura y a la vez envenena. Convence al enfermo de que él mismo es culpable de su enfermedad, le da consuelo, le propone ideales ascéticos.

A éste [al sacerdote ascético] hemos de considerarlo como el predestinado salvador, pastor y defensor del rebaño enfermo: sólo así comprendemos su enorme misión histórica. El dominio sobre quienes sufren es su reino (...). El mismo tiene que estar enfermo (...) —para entenderse con ellos; pero también tiene que ser fuerte, ser más señor de sí que de los demás, es decir mantener intacta su voluntad de poder... (Op. cit.)

Hasta ahora el ideal ascético ha sido el único ideal. Siempre que el hombre se eleva por encima de la vinculación simple y animal a los instintos, siempre que es un hombre de voluntad, ha contrapuesto su voluntad al instinto. El hombre es voluntad, tiene que querer, no puede vegetar en el simple ir viviendo, tiene que colgar algunos ideales encima de sí. Estos ideales han pertenecido hasta ahora al más allá, eran contrarios a la naturaleza.

El hombre, el animal más valiente y más acostumbrado a sufrir, no niega en sí el sufrimiento: lo quiere, lo busca incluso, presuponiendo que se le muestre un sentido del mismo, un para-esto del sufrimiento. La falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, —¡Y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido; el ideal ascético ha sido en todos los aspectos, el faute de mieux (mal menor) par excellence habido hasta el momento. En él el sufrimiento aparecía interpretado; el inmenso vacío parecía colmado; la puerta se cerraba ante todo nihilismo suicida. La interpretación -no cabe dudarlo- traía consigo un nuevo sufrimiento, más profundo, más íntimo, más venenoso, más devorador de vida: situaba todo sufrimiento en la perspectiva de la culpa... Mas, a pesar de todo ello, —el hombre quedaba así salvado, tenía un sentido, en adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del «sin-sentido», ahora podía querer algo, por el momento era indiferente lo que quisiera, para qué lo quisiera y con qué lo quisiera: la voluntad misma estaba salvada. (Op. cit.)

¿Qué es lo que quería la voluntad cuando seguía los ideales ascéticos?

No podemos ocultarnos a fin de cuentas qué es lo que expresa propiamente todo aquel querer que recibió su orientación del ideal ascético: ese odio contra lo humano, más aún contra lo animal, más aún contra lo material, esa repugnancia ante los sentidos, ante la razón misma, el miedo a la felicidad y a la belleza, ese anhelo de apartarse de toda apariencia, cambio, devenir, muerte, deseo, anhelo mismo —¡todo eso significa, atrevámonos a comprenderlo, una voluntad de la nada, una aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero es, y no deja de ser, una voluntad !... Y repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre prefiere querer la nada a no querer... (Op. cit.)

Lo que quería la voluntad era la nada. La voluntad era la voluntad de la nada, una tendencia nihilista de la vida. La voluntad a través del ascetismo quiere la nada, la nada del «más allá», del transmundo, de las ideas morales, y niega el «más acá».

Lo que hay que temer, lo que produce efectos más fatales que ninguna otra fatalidad, no sería el gran miedo, sino la gran náusea frente al hombre; y también la gran compasión por el hombre. Suponiendo que un día ambas se maridasen, entraría inmediatamente en el mundo, de modo inevitable, algo del todo siniestro, la «última voluntad» del hombre, su voluntad de la nada, el nihilismo. (Op. cit.)

Pero el ideal ascético también posee una significación positiva. Crea por primera vez el abismo que la voluntad intenta salvar. El hombre se convierte en puente. Nietzsche no rechaza el ideal, sino que trata de darle un nuevo sentido, insertándolo en la vida. El hombre se convierte en el puente hacia el superhombre. La idealidad debe de ser concebida de un modo nuevo, desde la autosuperación de la vida, desde la voluntad de poder. Con "Así habló Zaratustra" Friedrich Nietzsche pretende dar un nuevo ideal, un anti-ideal, que exige la «transvaloración de todos los valores».