P
L A T Ó N
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1.
MOTIVACIÓN: Sócrates y la cuestión de la polis Como el mismo Platón
nos explica en la Carta VII, ya desde su juventud se interesó
por las cuestiones políticas, pero la política tal como
se ejercía en su época le decepcionó profundamente.
Si a esto sumamos la conmoción que le produjo la condena de Sócrates,
podemos entender los motivos que alejaron a Platón de la carrera
política y lo condujeron al campo de la teoría. Esto no
significa que la cuestión política dejara de preocuparle,
por el contrario, la búsqueda de la ciudad-estado (polis)
ideal impulsó desde sus comienzos su reflexión;
y es esta reflexión la que le condujo a su famosa teoría
de las Ideas. Para mantener la idea
de la ciudad-estado es necesario reformar los fundamentos del pensamiento
político, pero ello requiere también reformar las ideas
acerca de la naturaleza de la realidad y del hombre. La exigencia de buscar
un orden justo para la ciudad implica una nueva fundamentación
del hombre. Sin que el hombre se convierta en virtuoso, no cabe pensar
en la areté (virtud) de la ciudad. Y la virtud, como había
enseñado Sócrates, se funda en el conocimiento: el conocimiento
de la verdad posibilita la implantación de un orden justo en el
hombre y en la ciudad. Sólo el que conoce la verdad está
capacitado para el gobierno (teoría de los filósofos
reyes). En cuanto a si es posible la verdad, será la teoría
de las Ideas o Formas la que responda a ello. Además el orden
de la ciudad es una parte del gran orden del mundo. El conocimiento de
este orden implica su realización a nivel humano y social (tesis
presente en los pitagóricos). Sólo volviéndonos hacia
la verdad podrá la justicia triunfar. La realización del
Bien es una cuestión de conocimiento racional. La reflexión
que nace de estos intereses está inspirada desde sus inicios por
la enseñanza de Sócrates.
Platón trata de consolidar las doctrinas de su maestro, desarrollándolas
y defendiéndolas. Los sofistas
serán, como para Sócrates, sus adversarios más directos.
Para él el error fundamental de la sofística reside en el
relativismo de Protágoras (el hombre es la medida de
todas las cosas) que niega la existencia de criterios universales
y, por tanto, destruye los fundamentos del saber y la moralidad. La retórica
de los sofistas, como arte de vencer con las palabras, resulta por completo
inservible como método de la filosofía. La auténtica
tarea de ésta comienza por mostrar que sí existe un baremo
universal y obligatorio para el pensar y el actuar. En este punto, Platón
continúa la obra de Sócrates. Pero Platón va más
allá que su maestro: en el lugar del «sólo sé
que no sé nada» socrático, plantea él la
doctrina de que en la Ideas eternas está puesta para nosotros una
medida del pensar y el actuar. Esta doctrina de la Ideas eternas y permanentes
supone, asimismo, un rechazo de la afirmación heracliteana
-recogida también por la sofística- de que todo fluye y
nada permanece. Esa inestabilidad de lo real, del objeto de nuestro conocimiento,
imposibilitaría la verdad. -SÓCRATES:
Pero es razonable sostener que ni siquiera existe el conocimiento, Cratilo,
si todas las cosas cambian y nada permanece.(...) En cambio, si hay siempre
sujeto, si hay objeto de conocimiento; si existe lo bello, lo bueno y
cada uno de los seres, es evidente, para mí, que lo que ahora decimos
nosotros no se parece en absoluto al flujo ni al movimiento. (Platón,
Cratilo, 440a-b) Si
para cada uno es verdadero lo que opine por medio de la percepción
y una persona no puede juzgar lo experimentado por otra, ni puede tener
más autoridad para examinar la corrección o la falsedad
de la opinión ajena, y, según se ha dicho muchas veces,
sólo puede juzgar uno mismo sus propias opiniones, que son todas
correctas y verdaderas, ¿en qué consistirá, entonces,
la sabiduría de Protágoras? (...) Pues dedicarnos a examinar
e intentar refutar los pareceres y las opiniones de unos y otros, teniendo
en cuenta que son siempre correctas las de cada uno, ¿no es una
tontería de las más grandes y sonadas que puede haber (...)?
(Teeteto, 161d-162a) Ahora
se pone de manifiesto, según parece, que, si todo se mueve, cualquier
respuesta, sobre lo que quiera que sea, será igualmente correcta.
Da igual decir que las cosas son así o que no son así (...). No es necesario volver
a insistir en la influencia de su maestro Sócrates,
baste recordar que de él proviene su confianza en la existencia
de principios morales absolutos y en la posibilidad del conocimiento de
lo real. De los pitagóricos
hereda su profundo interés por las matemáticas y su concepción
del alma (metempsicosis: transmigración) y del conocimiento
como purificación (catarsis). A la hora de plantearse
la cuestión metafísica central relativa a lo que es real
y a lo que no lo es, Platón se ve influido por dos doctrinas diferentes:
la de Parménides y la de Heráclito. Los heracliteanos
sostenían que en el mundo todo está en continuo fluir (panta
rei), de modo que nada era la misma cosa en dos instantes consecutivos.
La consecuencia de esta doctrina era que no podía haber conocimiento
de este mundo, pues nadie puede decir que ha conocido algo que en este
instante es diferente de lo que era en el instante anterior y de lo que
será en el posterior. El conocimiento requiere un objeto permanente
que pueda ser conocido. Por otro lado, los eleatas afirman esa
realidad permanente que sólo puede ser objeto de la razón,
no de los sentidos. El objeto del conocimiento tiene que ser inmutable
y eterno, libre del tiempo y del cambio, mientras que los sentidos sólo
nos ponen en contacto con lo mudable y perecedero. A partir de estos
planteamientos únicamente cabían dos posibilidades: la solución
escéptica y aquella por la cual optará Platón. Éste
sostendrá que los objetos del conocimiento auténtico existen,
pero, al no poder ser identificados con nada del mundo perceptible, existen
en un mundo ideal, fuera del espacio y el tiempo. 3.
RESPUESTA: TEORÍA DE LAS IDEAS 3.1.
Noción de Idea o Forma Como se ha visto,
contra cualquier forma de relativismo y de escepticismo, Platón
afirma la existencia de criterios absolutos que permiten al hombre conocer
la realidad y conducirse en ella, es decir, se trata de criterios que
posibilitan el conocimiento y la virtud -del alma y de la ciudad-. A estos
criterios, que se hallan más allá de nuestra experiencia
sensible, los llama Ideas o Formas. El término «idea»
es una traducción no del todo apropiada, pues a nosotros nos sugiere
algo que no tiene existencia fuera de nuestras mentes, mientras que para
Platón únicamente las «ideai» tenían
existencia plena, completa e independiente. Todo lo que es,
es siempre algo determinado (un hombre, un árbol, una virtud, una
cualidad, etc.). Ser significa mostrarse, tener un aspecto,
un «eidos». El ser de algo es su eidos,
su determinación (aquello en lo que consiste). Pero la realidad
que se nos muestra en la experiencia sensible no tiene verdadero eidos,
su determinación no es completa ni estable, ya que está
sujeta al devenir, al cambio, a la generación y a la corrupción.
Lo único que tiene verdadero ser, verdadera realidad, es el eidos
mismo, la determinación en sí misma, y es a esto a lo que
Platón llama Idea o Forma. Lo inmediato, lo cotidiano
es apariencia, la verdad es el eidos, la Idea. Ésta hay
que entenderla en el sentido de forma, figura, arquetipo, modelo o patrón.
Un ejemplo simple
nos permitirá ver con más claridad esta cuestión:
Veo un caballo. ¿Qué es lo que realmente percibimos con
los sentidos cuando vemos un caballo? Vemos colores, formas, dimensiones
y tal vez escuchamos un relincho. Todo eso que percibimos por los sentidos
lo llama Platón manifestación, fenómeno (phainomenon,
del verbo griego phaino: alumbrar, hacer visible, revelar, manifestar).
Esas manifestaciones sensibles cambian de continuo; se mueven,
los colores se difuminan, la figura altera su perspectiva, el relincho
se pierde. Sin embargo existe algo, que en medio de ese cambio constante
de las manifestaciones, se mantiene y no cambia: «este caballo»
determinado. Las manifestaciones
sensibles, que cambian y mudan de continuo, son manifestaciones de algo
que se muestra en ellas y persiste: son manifestaciones de un caballo.
Decimos «veo un caballo», porque sabemos que bajo tales manifestaciones
fluctuantes hay algo que no cambia cuando cambian las manifestaciones.
Eso es lo que podemos designar como «forma -esencia-
del caballo». Incluso el caballo individual, "este caballo
determinado", fluye: con el tiempo se hará viejo, enfermará
y morirá. Lo que no cambiará, lo que es eterno e inmutable,
lo que siempre permanece igual a sí mismo es la «forma»
caballo (a la forma -eidos- la denomina también «idea»).
Pero, esa forma ¿la percibimos sensiblemente? Es evidente que no.
No es una manifestación sensible, sino que subyace a las manifestaciones
y mediante ellas se expresa, se revela. La intuición sensible
(aisthesis) tiene por objeto las cualidades cambiantes de las cosas,
y sólo da lugar a opiniones. La intuición racional
(noein) de las Ideas o Formas, del eidos, constituye el conocimiento
superior. La decisión por una u otra (verdad-apariencia) es
una cuestión que se da en el hombre y consiste en una dirección
correcta de la mirada. Podemos ver claramente
que en cada experiencia se da esa distinción: cada experiencia
contiene, por una parte, la manifestación que cambia de continuo
y que percibimos por los sentidos. Por otra parte, contiene también
esa esencia, esa forma inmutable, que persiste bajo las manifestaciones
cambiantes, que nosotros conocemos, pero que no percibimos sensiblemente. Que
hay muchas cosas bellas, muchas buenas, y así, con cada multiplicidad,
decimos que existe y la distinguimos con el lenguaje. (...) También
afirmamos que hay algo Bello en sí y Bueno en sí y, análogamente,
respecto de todas aquellas cosas que postulábamos como múltiples;
a la inversa, a su vez postulábamos cada multiplicidad como siendo
una unidad, de acuerdo con una Idea única, y denominamos a cada
una `lo que es'. (...) Y de aquellas cosas decimos que son vistas pero
no pensadas, mientras que, por su parte, las Ideas son pensadas, mas no
vistas. (República,
507b)
Estas Ideas
o Formas, al ser plenamente, poseen las cualidades que Parménides
atribuía a lo real: cada una de ellas es una unidad y son
eternas e inmutables. La diferencia frente a los eleatas
es que Platón admite una forma de no-ser: cada ser es el que es
-identidad- y al mismo tiempo no es lo que difiere de él
-alteridad- (p. ej., el movimiento es movimiento y no es reposo).
La nueva tesis justifica que pueda haber múltiples Ideas y cosas,
y que en el mundo pueda darse la vida y el movimiento. En definitiva,
la existencia de lo múltiple implica el reconocimiento de la alteridad,
de la diferencia y, por lo tanto, se hace necesario admitir esa forma
de no-ser que no es lo contrario del ser (el no-ser absoluto, la nada),
sino lo diferente al ser (el no-ser relativo: A no es B).
Con ello aparece en la filosofía un nuevo sentido del ser (que
recogerá Aristóteles): todo ser es la síntesis de
algo y ser, es decir, es un ente. Vayamos,
pues, ahora dijo hacia lo que tratábamos en nuestro
coloquio de antes. La realidad en sí, de cuyo ser dábamos
razón al preguntar y responder, ¿acaso es siempre de igual
modo en idéntica condición, o unas veces de una manera y
otras de otras? Lo igual en sí, lo bello en sí, lo que cada
cosa es en realidad, lo ente, ¿admite alguna vez un cambio y de
cualquier tipo? ¿O lo que es siempre cada uno de los mismos entes,
que es de aspecto único en sí mismo, se mantiene idéntico
y en las mismas condiciones, y nunca en ninguna parte y de ningún
modo acepta variación alguna?
Vemos, pues, como
Platón postula la existencia de un mundo ideal o inteligible
que contiene los prototipos eternos y perfectos del mundo que se nos manifiesta
en la experiencia sensible (en un principio, siguiendo los intereses socráticos,
lo aplica a las ideas morales, pero pronto lo amplia también a
las especies naturales), logrando así una nueva conciliación
entre la inmutabilidad y el devenir del ser. La distinción
entre estos dos ámbitos de la realidad y sus correspondientes formas
de conocimiento, la filosofía como tránsito de uno a otro,
el tipo de educación necesario para facilitar este camino, las
consecuencias antropológicas, éticas y políticas
de este planteamiento, todo ello está sugerido por Platón
en su famoso mito de la caverna, con el que se inicia el libro
VII de la República (para ser exactos no se trata
propiamente de un mito, sino de una alegoría o, mejor, de una parábola):
Después de eso -proseguí- compara nuestra naturaleza respecto
de su educación y de su falta de educación con una experiencia
como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea
en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión
a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el
cuello encadenados, de modo que deben de permanecer allí y mirar
sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en
derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz
de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los
prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate
un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros
levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo,
los muñecos.
Las Ideas o Formas
son las únicas verdaderas causas de todo lo que es. La causa de
que algo sea bello es la Idea de Belleza; de que algo sea justo, la Idea
de Justicia; de que algo sea grande, la Idea de Grandeza; de que algo
sea un caballo, la Idea de Caballo; y así con todo lo que es. Me
parece, pues, que si hay algo bello al margen de lo bello en sí,
no será bello por ningún otro motivo, sino porque participa
de aquella belleza. Y por el estilo, eso lo digo de todo. (...) Ahora bien, ¿en
qué sentido las Ideas o Formas son causas? Como afirma en este
texto del Fedón, Platón no lo precisa con seguridad.
Habla de que las cosas son y son como son porque participan de
las Formas correspondientes o porque las imitan. Unas veces presenta
al mundo ideal como patrón o modelo que es imitado, en la medida
en que pueden hacerlo, por las cosas materiales; otras dice que las cosas
participan, de modo imperfecto, de la plenitud y perfección de
las Ideas. En el Timeo desarrolla un mito cosmogónico
según el cual el Demiurgo (Dios ordenador) configura el
mundo sensible a partir del modelo eterno ideal y del receptáculo
que lo acoge. El Dios de que habla no crea el mundo de la nada (este concepto
de creación es propio de la tradición judeo-cristiana),
sino que parte de algo ya dado, eterno: el mundo de la Formas y el receptáculo
(que limita, constriñe e impide la perfección del mundo
natural). Al
ser esto así, hay que admitir que existe una primera realidad:
lo que tiene una forma inmutable, lo que de ninguna manera nace ni perece,
lo que jamás admite en sí ningún elemento venido
de otra parte, lo que jamás se transforma en otra cosa , lo que
no es perceptible por la vista ni por otro sentido alguno, lo que sólo
el entendimiento puede contemplar. Hay una segunda realidad que lleva
el mismo nombre: es semejante a la primera, pero cae bajo la experiencia
de los sentidos, es engendrada, siempre está en movimiento, nace
en un lugar determinado para en seguida desaparecer, es accesible a la
opinión unida a la sensación. Finalmente existe un tercer
género, el del lugar: no puede morir y brinda un sitio a todos
los objetos que nacen. El mismo no es perceptible más que gracias
a una especie de razonamiento híbrido, que no va de ninguna manera
acompañado de la sensación; apenas se puede creer en ello.
(...) En cualquier caso,
aunque imitación y participación sean, como
decía Aristóteles, simples metáforas para referirse
a esa acción causal de las Ideas, una cosa está clara: el
mundo sensible es sólo un pálido reflejo de la plenitud
y perfección del mundo ideal. La realidad sensible es una realidad
degradada, en la que difícilmente podemos vislumbrar sus arquetipos
eternos (es verdad, sin embargo, que la ambigüedad del tema ha provocado
que algunos intérpretes acentúen la relación, la
semejanza entre ambos mundos, mientras que otros insistan en el abismo
existente entre ellos).
4.1.
Opinión y ciencia Platón deduce
su teoría epistemológica de su metafísica, ambos
aspectos no pueden ser separados. De la dualidad de mundos se deducen
dos modos distintos de conocer, según tengan por objeto uno u otro
ámbito de la realidad. Si la mirada se dirige a las sombras, a
lo sensible, a lo mudable, a la apariencia, el tipo de saber que obtendremos
será también un saber aparente, diverso, ilusorio, carente
de verdad. A este conocimiento lo denomina opinión (doxa).
El conocimiento verdadero, la ciencia (episteme) sólo
es posible cuando la mirada del alma se dirige a las realidades eternas
y perfectas, las Ideas. Bien
sabes que los ojos cuando se los vuelve sobre objetos cuyos colores no
están ya iluminados por la luz del día sino por el resplandor
de la luna, ven débilmente, como si no tuvieran claridad en la
vista. (...) Pero cuando el sol brilla sobre ellos, ven nítidamente,
y parece como si estos mismos ojos tuvieran claridad. (...) Del mismo
modo piensa así lo que corresponde al alma: cuando fija su mirada
en objetos sobre los cuales brilla la verdad y lo que es, intelige, conoce
y parece tener inteligencia; pero cuando se vuelve hacia lo sumergido
en la oscuridad, que nace y perece, entonces opina y percibe débilmente
con opiniones que la hacen ir de aquí para allá, y da la
impresión de no tener inteligencia. Si nos atenemos a
los diferentes niveles de realidad que se establecen en la alegoría
de la caverna, podemos establecer los diferentes niveles de conocimiento
correspondientes: Entonces
estaremos satisfechos, como antes, con llamar a la primera parte «ciencia»,
a la segunda «pensamiento discursivo», a la tercera
«creencia» y a la cuarta «conjetura»,
y estas dos últimas en conjunto «opinión»,
mientras que a las dos primeras en conjunto «inteligencia»,
la opinión referida la devenir y la inteligencia a la esencia.
(República, 533e-534a) Cambiando algunos
términos, tal como Platón hace en otros textos, el cuadro
siguiente recoge los distintos modos de saber de acuerdo con sus correspondientes
objetos:
Platón describe
estos tipos de conocimiento mediante una línea dividida en segmentos
desiguales, lo cual parece indicar una cierta continuidad entre las formas
de conocimiento, pero con un valor y contenido desiguales. En primer lugar
es necesario distinguir las cosas visibles de las inteligibles. En el
ámbito de las primeras, la imaginación -grado inferior-
se alimenta de las sombras, de las imágenes de los objetos sensibles,
que, a su vez, son percibidos por la creencia y estudiados por
la Física (que para Platón no tiene categoría
de episteme, ya que versa sobre objetos móviles). En lo inteligible
debemos distinguir, por un lado, la Matemática, cuyas
investigaciones parten de hipótesis sin llegar al principio mismo
no hipotético; el pensamiento discursivo es la operación
intelectual que le corresponde. El conocimiento geométrico-matemático,
aunque se sirva de imágenes sensibles, tiene por objeto las ideas.
Es una forma de conocimiento conceptual, pero a diferencia de la dialéctica
-ciencia suprema- parte de hipótesis no justificadas, por lo que
su papel es fundamentalmente preparatorio, propedéutico. En el
nivel más alto de lo inteligible tenemos la inteligencia pura
o conocimiento intuitivo, que se eleva hasta el principio absoluto (el
Bien) sólo por medio de Ideas, sin servirse de imágenes.
La ciencia correspondiente es la Dialéctica. 4.2.
La dialéctica La dialéctica,
que es la práctica de separar las cosas en sus tipos, tiene por
objetivo alcanzar una visión clara de las realidades tal como son
en sí mismas, sin confundirlas entre sí. Del
mismo modo cuando se intenta por la dialéctica llegar a lo que
es en sí cada cosa, sin sensación alguna y por medio de
la razón, y sin detenerse antes de captar por la inteligencia misma
lo que es el Bien mismo, llega al término de lo inteligible, igual
que el que ve el sol ha llegado al término de lo visible. La dialéctica
es la ciencia de las ideas que, por un lado, sabe ver el orden según
el cual las múltiples ideas se van unificando en ideas cada
vez más amplias, hasta la idea de Bien (todas las ideas participan
de ella); y, por otro lado, ve el orden según el cual la unidad
suprema se divide en ideas cada vez más restringidas hasta
aquellas que no son ulteriormente divisibles. La dialéctica
se eleva así, mediante hipótesis, hasta alcanzar el principio
que es idéntico a sí mismo y causa de todas las cosas. Una
vez que ha captado esto, puede volver la vista hacia atrás (bajar
de nuevo) y ver como ella (la Idea de Bien) da sentido y contenido a las
otras Ideas y muestra que el mundo inteligible es un todo ordenado y orgánico.
Al igual que el individuo y el Estado, la realidad como un todo es orgánica,
unificada por el principio del orden y la armonía. Esta
idea, infundida por los pitagóricos, está siempre presente
en Platón. Que la totalidad de las Ideas perfectas y eternas y,
mediante ellas, el mundo mudable en el que vivimos debería mantenerse,
iluminarse y armonizarse por el Bien es más bien una religión
que una verdad explicable racionalmente, y no hay que extrañarse
de que su intento de describir los caminos ascendente y descendente carezca
de detalle. Él mismo nos advierte que una descripción adecuada
de estas verdades últimas excedería su propia capacidad.
No lo volvió a intentar jamás, y, en los diálogos
posteriores a la República, sus pensamientos cobran un giro diferente.
La fuerza que impulsa
al filósofo hacia lo inteligible, hacia la salida de la caverna,
es Eros, el Amor. En el Banquete (201d-212b)
Platón narra los conocimientos que Diotima transmitió a
Sócrates sobre el amor. Recurriendo al mito, presenta a Eros, engendrado
en la fiesta del nacimiento de Afrodita, como hijo Poros (la abundancia
de recursos) y de Penía (la pobreza). Debido a la naturaleza de
sus padres, Eros «es siempre pobre, y lejos
de ser delicado y bello como cree la mayoría, es, más bien,
duro y seco, descalzo y sin casa, (...) compañero siempre inseparable
de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte,
de acuerdo con la naturaleza de su padre, está siempre al acecho
de todo lo bello y bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador,
siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico
en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un
formidable mago, hechicero y sofista». El amor no es, pues,
posesión de lo amado, sino búsqueda insaciable. El filósofo
es el poseído por Eros, su avidez de sabiduría es insaciable.
Pero como lo único que se busca es lo que se reconoce no poseer,
el reconocimiento de la ignorancia es requisito imprescindible
del filósofo (Sócrates). Ni el sabio, porque ya la posee,
ni el ignorante, que cree poseerla, buscan la sabiduría; sólo
el filósofo, situado en medio, esta poseído por el deseo
de saber. Según este
mito, el Amor no es un dios, sino un demonio, un intermediario entre lo
mortal y lo inmortal. De aquí que el Amor sea ese poder mediante
el cual el hombre se esfuerza por eliminar aquella separación que
lo aleja de lo divino. El Amor reconcilia al hombre consigo mismo y lo
enlaza con lo divino. En cuanto que el Amor es deseo de lo bello, el enamorado
se ve arrastrado en un proceso ascendente desde la belleza de los cuerpos
hasta la Idea de Belleza, desde lo sensible a lo inteligible. En el mismo sentido
Platón en el Fedro (249d), después de sostener
que el alma caída olvida todo y pierde sus alas, presenta al enamorado
como aquel que entusiasmado por la belleza de este mundo, recuerda la
verdad y le "brotan alas", de modo que ya puede emprender
el ascenso.
El tránsito
a lo inteligible y el aproximación a lo divino que caracteriza
a la filosofía es, en realidad, un reencuentro del alma con su
origen divino. Ya en los mitos órficos, presentes también
en el pitagorismo, aparece esta idea del origen divino del alma
y de su posterior caída en la realidad material que la aprisiona.
Esta caída supone un olvido de ese origen divino, de modo que la
humanidad se inaugura con el olvido. Sobre la base de este esquema
nada tiene de extraño que para Platón la finalidad del filósofo
sea recordar su origen divino y que, por tanto, el conocimiento no sea
otra cosa que recuerdo, reminiscencia (anámnesis).
El camino que lleva a cabo el filósofo es un rescatar del olvido,
un recordar, la verdadera realidad a la que pertenece el alma por su propia
naturaleza. Porque
nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana. Conviene
que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas,
yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento.
Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra
alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo
que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad.
(Fedro, 249b-c) Desde su planteamiento
está claro que el conocimiento no puede explicarse simplemente
mediante la sensibilidad. En la sensibilidad nuestro cuerpo se muestra
ligado a las cosas sensibles (manifestaciones), es similar a las mismas
y está "emparentado" con ellas. Sin embargo, de
esa sensibilidad se distingue nuestro espíritu conocedor (nous),
al que Platón también denomina «alma» (que en
relación al cuerpo constituye la verdadera naturaleza del hombre).
El problema que ahora se le plantea es el siguiente: ¿Cómo
puede nuestro espíritu conocer el verdadero ser?, ¿cómo
es posible un verdadero conocimiento? La pregunta puede
aclararse con algunas imágenes platónicas: nuestra alma
está de algún modo encerrada en nuestro cuerpo y, con ello,
separada del verdadero ser. Entre el espíritu y el ser verdadero
se interpone el mundo aparente y material de lo sensible. Pero la sensibilidad
no puede constituir un puente entre el espíritu y el ser verdadero.
Pese a ello nosotros no simplemente percibimos de una manera sensible
(como los animales), sino que también conocemos. ¿Cómo
es ello posible? Un ejemplo del Fedón
(74a-76c) puede ayudar a centrar la cuestión: cuando observamos
dos cosas semejantes, dos piedras o dos maderas, decimos que son iguales,
pero no pueden constituir la igualdad en sí, pues a unos
les parecen iguales y a otros no (se distingue de la igualdad en sí);
sin embargo a partir de esas cosas iguales, pero distintas a la igualdad
en sí, se intuye esta última. ¿Cómo es
eso posible? No puede ser que obtengamos la idea de lo igual a
partir de la observación de cosas que, por muy semejantes que sean,
no constituyen la igualdad. Más bien ocurre al revés,
se ha tenido que ver antes aquello a lo que las cosas (iguales) se asemejan
(la igualdad); es decir, por poseer ya la idea de la igualdad
somos capaces de reconocerla en las cosas. La obsevación despierta
en nosotros el recuerdo de la idea, en este caso, de la igualdad.
¿Cómo explica Platón este conocimiento latente
(innato) que no obtenemos de nuestra experiencia sensible? En el Fedro
(246a-277b) expone Platón un mito que pone de relieve la íntima
relación de nuestra alma con el mundo verdadero, con las Ideas:
se trata del mito del auriga. En este mito alegórico la
naturaleza compuesta del alma humana se simboliza representándola
por un carro alado en que un auriga humano, que representa a la razón,
guía un par de caballos, el uno noble e inclinado a obedecer y
el otro malo y desobediente. Éstos representan el aspecto heroico
y valiente de la naturaleza humana (voluntad), y los apetitos corporales
(deseo), respectivamente. En su travesía el carro llega
hasta el borde mismo del universo, donde puede contemplar las verdades
eternas; pero la ingobernable inquietud del mal caballo lo derriba de
allí y vuelve a sumergirlo en el mundo de la materia y el cambio.
De esta narración
podemos deducir que por esencia el alma es semejante a las Ideas y está
"emparentada" con ellas. Antes de su ingreso en el cuerpo
caduco el alma ha contemplado las Ideas. Pero esa contemplación
intelectual (espiritual) ha quedado obnubilada (olvidada) por la sensibilidad
al penetrar el alma en el cuerpo. Mediante la purificación (katharsis)
de las trabas sensibles (ascensión de la caverna) es posible el
recuerdo (anámnesis). El conocimiento verdadero se
realiza, entonces, gracias al recuerdo. Esta respuesta a la cuestión
planteada se complementa con la idea de que, al ser las cosas naturales
imágenes de las Ideas y participar de ellas, el conocimiento
sensible puede despertar el recuerdo de la auténtica realidad,
de la verdad (presente, aunque en olvido, en el alma humana). Sin embargo
la percepción sensible no es más que el pretexto externo
para el recuerdo. Una vez despertado éste, el alma debe concentrarse
en sí misma y prescindir de lo sensible, pues el conocimiento
no es más que el diálogo del alma consigo misma. Así
que, como se ha dicho, toda alma de hombre por su propia naturaleza, ha
visto a los seres verdaderos, o no habría llegado a ser el viviente
que es. Pero el acordarse de ellos, por los de aquí, no es asunto
fácil para todo el mundo (...). De la justicia, pues, y de la sensatez
y de cuanto hay de valioso para las almas no queda resplandor alguno en
las imitaciones de aquí abajo, y sólo con esfuerzo y a través
de órganos poco claros les es dado a unos pocos, apoyándose
en las imágenes, intuir el género de lo representado.
(Fedro, 249e-250b)
La exposición
mítica que hace Platón de muchas de sus doctrinas plantea
el problema de hasta qué punto él se las tomaba en serio.
La respuesta se puede encontrar en el Fedón, donde, por
boca de Sócrates, nos dice que sostener que estas cosas son tal
como las ha dicho no sería sensato, pero que eso o algo parecido
es verdad sí que es adecuado. Como ejemplo de mito
escatológico puede servir la historia de Er (República,
614,b), un mito sobre la elección de los géneros de vida.
Er fue muerto en el campo de batalla, sin embargo, cuando estaba a punto
de ser sepultado, retorna a la vida y relata a sus camaradas lo que pudo
ver en los dominios del más allá. Después de la muerte,
los jueces dirigen las almas de los justos por un camino que conduce al
cielo y las de los criminales por una ruta que desciende; cada crimen
es expiado diez veces y cada expiación dura cien años. Luego
refiere cómo se realiza la elección de los tipos de vida
que cada alma va a llevar. Entre la gran cantidad de vidas que se les
propone (vidas de animales, de tiranos, de hombres célebres, discretos,
atletas, etc.), eligen una. Desgraciadamente la mayor parte se guían
en su elección por los hábitos de su existencia anterior.
Finalmente las almas son llevadas a la llanura del Leteo (Olvido) donde,
forzadas a beber el agua del río, olvidan su pasado (la intensidad
de este olvido depende de su moderación en el beber) y vuelven
a la superficie terrestre, donde renacen a una nueva existencia. A lo
largo del mito Platón insiste en la idea de que elegimos libremente
la vida que llevamos, por lo que cada uno es responsable de su destino,
no pudiendo acusar a los dioses de las desgracias que se derivan de nuestra
elección.
La mayor parte de
las teorías que se refieren a la naturaleza del hombre y de sus
existencia ya han sido tratadas en los apartados anteriores o serán
tratadas en la cuestión ética-política, por lo que
aquí sólo destacaremos algunos aspectos. El alma inmortal,
como queda recogido en el mito del auriga, sufre una caída
debido a su falta de virtud, de armonía, a su incapacidad de gobernar
sus tendencias irracionales. Esta caída la arrastra hasta aprisionarla
en un cuerpo material, de modo que éste actúa como
una prisión para el alma. El hombre permanece, entonces,
encadenado en el interior de la caverna. Tanto desde el punto de
vista epistemológico como ético el cuerpo supone una perturbación,
un obstáculo para el alma. Sólo cuando ésta se refugia
en sí misma y se libera de la información falaz de los sentidos
y de la perturbación de los deseos, puede alcanzar la verdad. Así
el alma, que por naturaleza esta emparentada con el mundo verdadero, anhela
retornar a su origen, pero sus tendencias apetitivas irracionales, le
sujetan a esta realidad inferior. El filósofo debe aprender a dominar
estos aspectos irracionales, apetitivos, distanciándose, en lo
posible, del cuerpo y sus deseos. Por ello la filosofía
es, al mismo tiempo, un camino de conocimiento y de virtud
y, también, de preparación para la muerte. Como Sócrates
puso de manifiesto en su propia vida, el filósofo no debe temer
a la muerte, pues ésta le proporciona lo que él se ha estado
esforzando por conseguir: la liberación de la prisión corporal.
Conocen,
pues, los amantes del saber -dijo- que cuando la filosofía se hace
cargo de su alma, está sencillamente encadenada y apresada dentro
del cuerpo, y obligada a examinar la realidad a través de éste
como a través de una prisión, y no ella por sí misma,
sino dando vueltas en una total ignorancia, y advirtiendo que lo terrible
del aprisionamiento es a causa del deseo, de tal modo que el propio encadenado
puede ser colaborador de su estar aprisionado. Lo que digo es que entonces
reconocen los amantes del saber que, al hacerse cargo la filosofía
de su alma, que está en esa condición, la exhorta suavemente
e intenta liberarla, mostrándole que el examen a través
de los ojos está lleno de engaño, y de engaño también
el de los oídos y el de todos los sentidos, persuadiéndola
a prescindir de ellos en cuanto no le sean de uso forzoso, aconsejándole
que se concentre consigo misma y se recoja, y que no confíe en
ninguna otra cosa, sino tan sólo en sí misma, en lo que
ella por sí misma capte de lo real como algo que es en sí.
(Fedón, 82e-83b)
Como lo demuestra
la narración de la caverna, el planteamiento platónico no
se interesa exclusivamente por una cuestión puramente teórica.
Más bien se destaca una exigencia práctica, ética
y política. Platón no quiere explicar simplemente «cómo
es posible el conocimiento», sino que al mismo tiempo pretende mostrar
«lo que se ha de hacer». Más aún, como
quedó dicho en el primer apartado, es esta cuestión práctica
la que le motiva desde sus inicios.
Sobre la base de su
metafísica y de acuerdo con la enseñanza socrática,
la búsqueda de la virtud (areté) se identifica
con la búsqueda de la verdad. Es el conocimiento de las Ideas y,
especialmente, el de la Idea de Bien, el que posibilita el ejercicio
de la virtud, de tal modo que la virtud se identifica con la sabiduría.
Frente al relativismo de los sofistas, el conocimiento de la verdad, de
las Formas eternas, dota al hombre de criterios absolutos acerca del bien.
Así mismo, como el conocimiento implica un distanciamiento de lo
sensible, la virtud se define también como purificación.
La influencia pitagórica es clara: el hombre virtuoso es el que
purifica su alma de las pasiones derivadas de lo corporal. El esfuerzo
por salir de la caverna no es una actividad meramente teórica,
repercute también en la práctica, en el modo de vivir. Aquel
que vive dominado por sus deseos no es capaz de alcanzar lo inteligible,
ni, por tanto, la virtud. El
cuerpo nos procura mil preocupaciones por la alimentación necesaria;
y, además si nos afligen algunas enfermedades, nos impide la caza
de la verdad. Nos colma de amores y deseos y de fantasmas de todo tipo,
y de una enorme trivialidad, de modo que ¡cuán verdadero
es el dicho de que en realidad con él no nos es posible meditar
nunca nada! Porque, en efecto, guerras, revueltas y batallas ningún
otro las origina sino el cuerpo y los deseos de éste. (...) Por
eso no tenemos tiempo libre para la filosofía, con todas esas cosas
suyas. En la República,
cuyo tema principal es el de la justicia, desarrolla Platón estos
mismos temas, pero presentando ahora la virtud como armonia. De
acuerdo con la visión tripartita del alma presentada en el mito
del carro alado (Fedón), en el alma se distinguen la parte
racional, la parte irascible (voluntad) y la parte
apetitiva (deseos). Este carácter tripartito del
alma lo deduce de la observación según la cual dos impulsos
contradictorios, que se dan simultáneamente en el alma, no pueden
proceder de la misma fuente. Por ejemplo, un hombre siente una sed desesperada,
pero sospecha que el agua disponible está infectada. Hay algo dentro
de él que le impulsa a beber (deseo), y algo que le impulsa
a contenerse (razón). Al enfrentarse con un conflicto entre
la razón y el deseo, unos caen y otros resisten. De ahí
que haya que postular un tercer elemento (thymos: fogosidad, ánimo,
corazón, voluntad), que es el brazo ejecutivo de la razón.
A cada una de estas
partes le corresponde una virtud propia: a la racional la sabiduría
o prudencia (sophía, phrónesis), a
la irascible la fortaleza o valentía
(andréia), a la apetitiva la templanza o moderación
(sophrosyne). La virtud surge de la armonía entre las tres
partes, que se logra cuando cada parte realiza la función que le
es propia (como en un organismo). A la razón le corresponde guiar
con sabiduría, a la parte irascible defender con valentía
la guía de la razón, y a la apetitiva moderarse y someterse
a los dictados de la razón. Cuando se alcanza
esta armonía se logra la virtud por excelencia: la justicia
(dikaiosyne). El hombre justo es aquel que no se abandona al juego
caprichoso de las inclinaciones sensibles (apetitos, instintos),
sino que actúa conforme a los dictados de la razón. La justicia
es, entonces, un estado de armonía interior, de equilibrio y organización
de los diferentes elementos del carácter. Por tanto la justicia
es el estado saludable del espíritu, y la injusticia una especie
de enfermedad. Y si la justicia es la saludable organización del
alma, la cuestión -planteada por los sofistas- relativa a cuál
de las dos, justicia o injusticia, le proporciona más beneficios
al hombre ya no tiene sentido, pues sería como preguntarse, en
relación al cuerpo, qué es mejor la salud o la enfermedad. En conclusión,
Platón propone el esfuerzo por lograr la virtud como liberación:
el hombre debe escapar de la cueva de los bienes aparentes, de los deseos
desordenados, de las pasiones e inclinaciones ciegas, para llegar a la
humanidad, es decir, a una vida guiada por una visión racional.
No puede dejarse definir irracionalmente por unos motivos sensibles, sino
que ha de alcanzar la libertad de espíritu y definirse a sí
mismo por la razón. Sólo bajo el dominio de la razón
puede desarrollarse la sensibilidad en el sentido humano.
Al ser el hombre un
ser que nace y desarrolla su vida inmerso en una polis (ciudad-estado),
su liberación incluye el deber de colaborar a fin de que otros
y, en definitiva, todos los hombres encuentren la posibilidad de esa emancipación.
Este es el objetivo de la política. En la alegoría de la
caverna vuelve a bajar a la misma el que ya ha realizado la ascensión
e intenta librar de las cadenas a sus antiguos compañeros para
conducirlos fuera. La liberación del hombre, el paso de la opinión
a la verdad, es una aventura social. La filosofía debe ser quien
gobierne los Estados. El Estado Ideal,
el más adecuado para conducir a sus ciudadanos hacia esa liberación,
sería aquel que estuviera gobernado por la razón, es decir,
por los filósofos. Se trata del gobierno de los más capacitados,
de los más excelentes, es decir, de un tipo de gobierno aristocrático
(monárquico si entre los gobernantes destaca uno), pero donde la
aristocracia lo es de la virtud y el saber, no de la sangre. Como en unos hombres
predomina una de las partes del alma sobre las otras, es natural que en
el Estado ideal se den tres clases correspondientes a ese predominio (analogía
alma-polis). La clase forjada en oro: la de los filósofos
gobernante, a los que les corresponde la virtud de la sabiduría.
La forjada en plata: la de los guardianes o guerreros, cuya virtud
es la valentía. Y la forjada en bronce: la de los productores
de bienes (artesanos, campesinos, comerciantes), que deben ser moderados.
Del mismo modo que en el alma, la comunidad social debe ser un organismo:
todas sus partes deben adaptarse a las realizaciones de sus funciones
propias y adecuadas, contribuyendo a la armonía, al orden y bienestar
del todo. La justicia o virtud general permitirá al Estado
realizar su función propia como un organismo sano. Consistirá,
por tanto, en la buena disposición de cada una de las clases para
llevar a cabo los deberes y placeres propios de su situación, sin
tratar de usurpar la situación ni las funciones de otra clase. Se trata de una organización
política jerarquizada, donde no todos los hombres son educados
de la misma forma, ni realizan las mismas funciones, ya que no todos los
hombres están igualmente dotados por naturaleza. De entre la clase
dirigente (la de oro y plata), se escogerán los mejores, mediante
un proceso educativo selectivo, para ser los futuros gobernantes. La finalidad
de éstos debe ser exclusivamente el bien de la colectividad,
por lo que Platón propone para la clase dirigente un comunismo
de mujeres y bienes, ya que con la abolición de la propiedad privada
y la familia para esta clase, se eliminan las fuentes de una posible corrupción.
La educación
es una cuestión central en el pensamiento platónico. El
Estado que propone es ante todo una institución educativa, pues
de ella depende que se pueda alcanzar el ideal y que pueda perdurar. Algunas
de las características que describe en la República
sobre la educación son:
Si la educación
falla el gobierno aristocrático puede degradarse y dar lugar
a otros sistemas menos justos. De hecho la realidad nos presenta toda
una serie de sistemas que se alejan de este modelo ideal. La aristocracia puede
degenerar en timocracia (dominio de la ambición),
cuando el alma pasional o irascible empieza a superar a la racional y
el amor a la sabiduría es sustituido por el deseo de honores. De
esta manera se abre el camino a la avidez de riquezas, que da lugar a
la oligarquía (dominio del patrimonio). La fortuna
amasada por la clase dirigente hace de sus jóvenes seres blandos
y perezosos; viendo los pobres que los ricos dirigentes no tienen valía
alguna, derrocan su régimen e instauran la democracia (eliminación
de los privilegios). La democracia es un sistema de libertad absoluta,
que lo hace parecer el más bello, dada la pluralidad que admite.
Su gran defecto es que «asigna igualdad similar a las cosas iguales
y a las desiguales». Gobernantes y gobernados, padres e hijos,
maestros y alumnos, todos ellos son tratados como iguales («el
maestro teme y adula a los alumnos y los alumnos hacen caso omiso de los
maestros»). El exceso de libertad e igualdad introduce la anarquía,
y, como suele ocurrir, se produce un cambio en sentido opuesto: la libertad
en exceso deriva en esclavitud en exceso, surge la tiranía
(sofocamiento de la verdad y la libertad). Éste es el peor
de los sistemas, pues se asienta en la arbitrariedad del tirano, que no
dudará en utilizar la violencia y arruinar al Estado y a los ciudadanos
para mantenerse en el poder.
El pensamiento de
Platón no permaneció estático (así se ha sostenido
que en sus últimos años su pitagorismo fue en aumento).
El platonismo que hemos presentado recoge sobre todo las ideas que poseyó
hasta la mitad de su vida, expresadas, entre otros, en el Menón,
el Fedro, el Fedón, el Banquete y la República.
Más tarde se le hizo evidente que la doctrina de las formas eternas
y trascendentes llevaba consigo serias dificultades intelectuales. Ni
las relaciones entre las formas y las cosas particulares, ni entre una
forma y otra, facilitaban una explicación racional de las mismas.
Platón abordo estos problemas en sus últimos diálogos.
El Parménides
plantea, sin llegar a una solución definitiva, una serie de dificultades
implícitas en la teoría de las ideas o formas: ¿hay
ideas de todo lo que vemos, incluso de cosas como el pelo, el fango o
la basura?; ¿cómo explicar la posibilidad del conocimiento
de las ideas?; ¿no se rompe la unidad de la idea al participar
de ella una multiplicidad?; ¿si la semejanza de las cosas se explica
por participar de una misma idea, no se requerirá una tercera idea
que explique la semejanza entre las cosas y su idea correspondiente -y
así indefinidamente-?, etc. En el Teeteto
replantea algunas cuestiones sobre la naturaleza del conocimiento. En
el Sofista somete a discusión las relaciones entre
las formas más globales y los diferentes sentidos del no-ser, poniendo
las bases de gran parte de los futuros trabajos sobre lógica. En
el Timeo propone una cosmogonía en la que se resalta
el papel de la inteligencia divina en la formación del mundo, lo
que da lugar a una concepción teleológica de la naturaleza.
En las Leyes
replantea algunos aspectos de su teoría política al tratar
de aproximarlo a la realidad: renuncia a la eliminación de la familia
y la propiedad privada para la clase dirigente y sustituye el absolutismo
de los sabios por el dominio de la ley. También en esta obra critica
la antítesis sofística entre naturaleza y ley: la ley es
natural, por lo que el ideal de vivir conforme a la naturaleza es sinónimo
de vivir de acuerdo con la ley. Algunos de estos planteamientos
y de estas críticas serán recogidos por su discípulo
Aristóteles, que al negar la trascendencia de las formas,
creará un nuevo sistema filosófico, pero sin renunciar completamente
a su educación platónica.
PLATÓN arranca
de una profunda crítica de la experiencia cotidiana.
Mientras los hombres se mantienen en la experiencia de cada día
sin un sentido crítico, viven en un mundo de apariencias y nada
saben del verdadero ser. La filosofía libera al hombre de
la caverna de las apariencias y le conduce hasta el sol de la verdad.
Se establece así una diferencia fundamental entre la mera apariencia
y el verdadero ser. Un ejemplo simple
nos permitirá ver con más claridad esta distinción:
Veo una vaca. ¿Qué es lo que realmente percibimos con los
sentidos cuando vemos una vaca? Vemos colores, formas, dimensiones y tal
vez escuchamos un mugido. Todo eso que percibimos por los sentidos lo
llama PLATÓN manifestación, fenómeno
(phainomenon, del verbo jainw: alumbrar, hacer visible,
revelar, manifestar). Esas manifestaciones sensibles cambian de
continuo; se mueven, los colores se difuminan, la figura altera su perspectiva,
el mugido se pierde. Sin embargo existe algo, que en medio de ese cambio
constante de las manifestaciones, se mantiene y no cambia: "esta
vaca" determinada. Las manifestaciones
sensibles, que cambian y mudan de continuo, son manifestaciones de
algo que se muestra en ellas y persiste: son manifestaciones de una vaca.
Decimos "veo una vaca", porque sabemos que bajo tales manifestaciones
fluctuantes hay algo que no cambia cuando cambian las manifestaciones.
Eso es lo que podemos designar como "forma -esencia- de la vaca".
Incluso la vaca individual, "esta vaca determinada", fluye:
con el tiempo se hará vieja, enfermará y morirá.
Lo que no cambiará, lo que es eterno e inmutable, lo que siempre
permanece igual a sí mismo es la "forma" vaca
(a la forma -eidos- la denomina también PLATÓN "idea").
Pero, esa forma ¿la percibimos realmente, sensiblemente? Es evidente
que no. No es una manifestación sensible, sino que subyace a
las manifestaciones y mediante ellas se expresa, se revela. Podemos ver claramente
que en cada experiencia se da esa distinción: cada experiencia
contiene, por una parte, la manifestación que cambia de
continuo y que percibimos por los sentidos. Por otra parte, contiene también
esa esencia, esa forma inmutable, que persiste bajo las manifestaciones
cambiantes, que nosotros conocemos, pero que no percibimos sensiblemente.
La diferenciación entre estos dos ámbitos de la realidad
(entre cosa e Idea, entre manifestación cambiante y Forma inmutable)
constituye la base de la metafísica dualista platónica.
8.2.
El conocimiento Con esta distinción
se le plateaba a PLATÓN una problemática que iba a ser decisiva
para la filosofía. Desde su planteamiento está claro que
el conocimiento no puede explicarse simplemente mediante la
sensibilidad. En la sensibilidad nuestro cuerpo (nuestros órganos
sensibles) se muestra ligado a las cosas sensibles (manifestaciones).
Es similar a las mismas y está "emparentado" con ellas.
Sin embargo, de esa sensibilidad se distingue nuestro espíritu
conocedor (nous), al que PLATÓN también denomina
«alma» (que con relación al cuerpo constituye la verdadera
naturaleza del hombre). El problema que ahora se le plantea es el siguiente:
¿Cómo puede nuestro espíritu conocer el verdadero
ser?, ¿cómo es posible un verdadero conocimiento? La pregunta puede
aclararse con algunas imágenes platónicas: nuestra alma
está de algún modo encerrada en nuestro cuerpo y, con ello,
separada del verdadero ser. Entre el espíritu y el ser verdadero
se interpone el mundo aparente y material de lo sensible. Pero la sensibilidad
no puede constituir un puente entre el espíritu y el ser verdadero.
Pese a ello nosotros no simplemente percibimos de una manera sensible
(como los animales), sino que también conocemos. ¿Cómo
es ello posible? PLATÓN distingue
entre «cosa», «cualidad» y «forma».
Supongamos una cosa y que esa cosa tiene, entre otras, la cualidad de
ser una vaca. Esa cualidad es la realización individual de una
forma, la forma vaca. La cualidad "vaca" que esa cosa posee
es una participación, una copia de la forma inmutable y eterna
«vaca». A esta forma inmutable y eterna es a lo que también
llama «idea». Las formas o ideas (las hay, en principio,
de todas las cualidades existentes), que son el verdadero ser, constituyen
por sí mismas una realidad independiente, "separada"
del alma (espíritu) y de las cosas físicas. Esa verdadera
realidad trasciende el alma y las cosas. Las ideas son,
pues, los modelos o arquetipos eternos de las esencias de las cosas.
La pluralidad de las ideas culmina en la Idea de Bien (y Belleza).
Ésta es la idea de las ideas, es lo absoluto (lo
divino) en el sistema de PLATÓN. En la alegoría de la caverna
el sol es su símbolo, mientras que las cosas de la naturaleza que
están bajo la luz del sol representan la pluralidad de ideas o
formas. ¿Cómo
resuelve esta doctrina de las ideas el problema planteado? PLATÓN
recurre a dos mitos: 1. El mito de
la anámnesis: por esencia el alma es semejante a las ideas
y está "emparentada" con ellas. Antes de su ingreso en
el cuerpo caduco el alma ha contemplado las ideas. Pero esa contemplación
intelectual (espiritual) ha quedado obnubilada (olvidada) por la sensibilidad
al penetrar el alma en el cuerpo. Mediante la purificación (katharsis)
de las trabas sensibles (ascensión de la caverna) es posible el
recuerdo (anámnesis). El conocimiento verdadero se realiza
gracias al recuerdo; el conocimiento es reminiscencia. 2. El mito de
la methexis: el cosmos ha surgido por obra de un demiurgo (demiourgos).
Ha formado las cosas naturales de la materia originaria imitando
a las ideas. En tanto que imágenes de las ideas, las cosas naturales
participan de las mismas; están en una participación (methexis)
de las ideas. Por ello el conocimiento sensible de las cosas naturales
puede despertar el recuerdo de la auténtica realidad, de la verdad
(presente, aunque en olvido, en el alma humana). Así pues, un
verdadero conocimiento es posible, si el alma y el ser verdadero de las
cosas confluyen en la idea o en las ideas. En el sentido de la anámnesis
(recuerdo) el alma está vinculada a las ideas, y de éstas
participan las cosas de la naturaleza, en el sentido de la methexis
(participación). La percepción sensible no es más
que el pretexto externo para el recuerdo. 8.3.
Práctica Como lo demuestra
la narración de la caverna, el planteamiento platónico no
se interesa exclusivamente por una cuestión puramente teórica.
Más bien se destaca una exigencia ética y política.
PLATÓN no quiere explicar simplemente «cómo es posible
el conocimiento o cuáles son las condiciones de posibilidad de
la experiencia», sino que al mismo tiempo muestra también
«lo que se debe hacer». En la problemática aquí
presente, la práctica humana se convierte a su vez en problema Una vez establecida
la diferencia entre sensibilidad y espíritu, se toma conciencia
de que no se debe permanecer en la caverna, sino que cada uno está
obligado a hacer suyo el esfuerzo de la ascensión. Lo cual
supone no abandonarse al juego caprichoso de las inclinaciones sensibles
(apetitos, "instintos"), sino actuar conforme al deber que impone
la razón. Una existencia humana digna es aquella en que
el espíritu, la razón, domina sobre la sensibilidad. Tal
dominio significa una liberación, por la que el hombre se
sitúa bajo la dirección de la idea del Bien. En este sentido la
emancipación del hombre es ante todo una tarea que cumplir:
debe escapar de la cueva de los bienes aparentes, de los deseos desordenados,
de las pasiones e inclinaciones ciegas, para llegar a la humanidad, es
decir, a una praxis (acción) guiada por una visión
racional. No puede dejarse definir irracionalmente por unos motivos sensibles,
sino que ha de alcanzar la libertad de espíritu y definirse
a sí mismo por la razón. Sólo bajo el dominio
de la razón puede desarrollarse la sensibilidad en el sentido de
humanidad. Al ser el hombre un
ser que nace y desarrolla su vida inmerso en una polis (ciudad-estado),
su emancipación incluye el deber de colaborar a fin de que otros
y, en definitiva, todos los hombres encuentren la posibilidad de
esa emancipación. Este es el objetivo de la política. En
la alegoría de la caverna vuelve a bajar a la misma el que ya ha
realizado la ascensión e intenta librar de las cadenas a sus antiguos
compañeros para conducirlos fuera.
Contra el
relativismo sofista (en lo que sigue a Sócrates), Platón
afirma la existencia de criterios absolutos: las IDEAS o FORMAS. Sólo
es verdadero conocimiento (episteme) el que toma como referencia
o medida estas Ideas. El conocimiento que se detiene en lo sensible (fenoménico)
es sólo aparente: opinión (doxa). El tránsito
de lo sensible a lo inteligible es a la vez un camino de conocimiento
y de virtud (Sócrates: virtud=sabiduría). Implica
una purificación por la que el alma se desprende de lo sensible
(tanto por lo que se refiere al conocimiento como al comportamiento) y
se concentra en ella misma (el conocimiento es un diálogo del
alma consigo misma). La culminación de todo este proceso reside
en la contemplación de la Idea de Bien (principio divino). La condición
que hace posible este tipo de conocimiento científico (episteme)
es el innatismo postulado por la teoría de la reminiscencia
(anámnesis) y la teoría de la participación
(methexis) o imitación que se establece entre Ideas o cosas. La teoría
de la reminiscencia conlleva la afirmación de la inmortalidad
del alma. Su unión con un cuerpo es concebida como una caída.
Así el destino del hombre es remontar esta caída (a través
del conocimiento-virtud), es decir, despertar el recuerdo de su origen
divino olvidado. Este ascenso implica, en el plano ético, un sometimiento de lo irracional a la razón; y en el plano político, por analogía, el gobierno de la razón: el régimen aristocrático de los filósofos-reyes. |
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