FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA:

Los ideales ilustrados y su crisis contemporánea: Marx, Nietzsche y Freud

La Filosofía en el siglo XX
 

La modernidad otorga al sujeto pensante el puesto central, de modo que los esfuerzos de la razón para superar la duda marcan su historia. En el fondo, se confía en el poder de la razón para descifrar la realidad y contribuir al progreso de la humanidad. Eso sí, se trata de una razón liberada de su dependencia de la fe, liberada de lo que consideran las tinieblas de la superstición y la ignorancia. El siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, será el máximo exponente de este optimismo racional: «Llegará un tiempo en que el sol ha de brillar sólo sobre un mundo de hombres libres que no reconozcan más amo que su razón, cuando los tiranos y sus esclavos, los sacerdotes y sus instrumentos estúpidos o hipócritas ya no existan más que en la historia o en el teatro» (Condorcet).

La ILUSTRACIÓN queda definida por Kant como «la salida de la humanidad de la minoría de edad de la que ella misma es culpable». Frente a la dependencia del hombre respecto a las distintas formas de autoridad que han marcado épocas pasadas, la Ilustración proclama la emancipación y la autonomía que caracteriza a la vida adulta. Para lograr este objetivo es necesario extender la luz de la razón mediante una educación generalizada. En palabras de Kant: «La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro (...). "Sapere aude", ¡ten el valor de servirte de tu propia inteligencia! He ahí la divisa de la Ilustración».

Este proyecto de emancipación, cuyo instrumento es la razón, debe abarcar todos los órdenes de la vida humana. En el terreno del conocimiento se confía en que la razón, apoyada en la experiencia, conducirá a un progreso indefinido de las ciencias. La "Enciclopedia" de Diderot y D'Alembert, que reunió a más de 200 colaboradores, pretendía poner al alcance de todos la totalidad del saber que el Siglo de las Luces había contribuido ha aumentar vertiginosamente, sobre todo gracias al camino abierto por Newton. Mediante esta gigantesca obra se buscaba extender las "luces" de la razón, de una razón crítica y antidogmática, y combatir las antiguas concepciones basadas en la tradición y la autoridad.
En el plano de la política se lleva a cabo una crítica de la monarquía absolutista y de la jerarquía social, que acabará con el Antiguo Régimen. Montesquieu y Rousseau desarrollarán los fundamentos de la democracia y de sus ideales; ideales que la Revolución Francesa, con su lema «libertad, igualdad y fraternidad», contribuirá a extender. El fundamento de este sistema de gobierno lo pondrá Rousseau en el acuerdo o contrato social, del que nace la autoridad que garantiza la justicia y el orden social. Este mismo autor remarcará también la importancia de la educación para el progreso de la humanidad.
El ideal de emancipación también se reflejará en las propuestas éticas ilustradas. La buscada autonomía de la ley moral implica que ésta ha de fundarse en la propia razón (Kant) o en la propia constitución de la naturaleza humana (Hume), con independencia de la religión. La crítica de la autoridad y el dogmatismo, también afecta a ésta: el combate contra la Iglesia cristiana lleva a muchos ilustrados a defender el deísmo, es decir, una religión racional, libre de dogmas y supersticiones, que afecta exclusivamente al sentimiento interior. Así Voltaire escribirá como dirigiéndose a Dios: « ¡No soy cristiano, pero para amarte mejor!». La divinidad deísta (el "dios de los filósofos") es un dios universal, no revelado, al que se llega mediante la razón, principio y causa de lo creado, pero que no lo gobierna. Es, en definitiva, el famoso relojero de la conocida metáfora mecanicista, que una vez puesto en marcha el reloj, sólo ha de ocuparse de darle cuerda de tanto en tanto.


La CRISIS de estos IDEALES ILUSTRADOS en la Edad Contemporánea
toma consciencia en la obra de tres hombres que han marcado profundamente la historia del siglo XX: Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Sus obras cuestionan radicalmente los cimientos de la Ilustración: la confianza en el poder de la razón. Para ellos, la realidad, en sus diferentes planos, escapa al control de la razón, ya que está dominada por fuerzas ciegas. Marx mostró que los frutos de la razón dependen de una base material constituida por fuerzas de carácter económico. Nietzsche desenmascaró los grandes ideales de la humanidad como instrumentos de la voluntad de poder. Freud cuestionó la autodeterminación racional del hombre, al mostrar las fuerzas inconscientes que lo dominan.

Estos tres autores son también conocidos como filósofos de la sospecha. Domina en ellos una actitud de sospecha, de desconfianza ante lo que se presenta en un primer plano, que podríamos llamar racional. Para descubrir la significación de eso que se nos presenta, hemos de tomarlo como una máscara que oculta esa significación. El sentido de las cosas o de nuestra vivencia de las cosas no se presenta a una mirada ingenua, sino que hemos de traspasar este primer plano e introducirnos en el trasfondo donde mora este sentido. Para llevar a cabo esta interpretación desenmascaradora, estos autores nos proporcionan el sistema conceptual adecuado. Nietzsche desenmascara nuestras valoraciones e ideales, nuestros buenos sentimientos, mostrándonos lo que en realidad esconden (la voluntad de poder). Freud, con el psicoanálisis, va desvelando el contenido latente que se oculta bajo el manifiesto, los deseos inconscientes que subyacen a nuestras racionalizaciones. Marx denunciará la buena conciencia de la burguesía para mostrar lo que hay en su fondo: intereses de clase que buscan mantener su dominación, que se asienta en una determinada infraestructura económica.
En esta misma línea, se puede decir que estas técnicas de interpretación son también técnicas de curación: de la sociedad en Marx, de la humanidad en Nietzsche, y del individuo y de la cultura en Freud. Todos ellos denuncian una enfermedad: Marx la alienación que padece el hombre en la sociedad capitalista; Nietzsche el nihilismo que se oculta en los grandes ideales de la humanidad; Freud la neurosis a la que conduce una cultura excesivamente represora. Y los tres proponen una "terapia" para lograr la curación: Marx la supresión de la propiedad privada de los medios de producción; Nietzsche un nuevo ideal afirmativo de la vida, fiel a la voluntad de poder; Freud una inmersión en nuestra vida inconsciente, que nos lleve a su reconocimiento y aceptación.
Como vemos, estos tres autores denuncian la razón ilustrada como un enmascaramiento de los verdaderos intereses o fuerzas que gobiernan al hombre. Estas fuerzas constituyen lo que podríamos llamar la realidad profunda de la existencia. Aclaremos cómo entienden cada uno de ellos esta realidad subyacente y en qué medida esto cuestiona los ideales ilustrados.

K A R L · M A R X

El idealismo hegeliano mantenía que la realidad, en su esencia, es racional, que el sujeto de la historia es el espíritu. Feuerbach responde afirmando que lo espiritual es el reflejo de las condiciones materiales que lo produce. Incluso la idea de Dios se explica a partir del hombre. Dios no es más que una proyección imaginaria del hombre, proyección que deja al hombre alienado («desposeído de algo que le pertenece propiamente en provecho de una realidad ilusoria»).

Marx, influido por este materialismo de Feuerbach, se propone invertir el idealismo de Hegel, afirmando que la realidad profunda de la historia está constituida por la praxis, por el hombre en sus relaciones de producción, es decir, por fuerzas de tipo económico. De acuerdo con este materialismo histórico, concibe al hombre como un ser de necesidades que busca satisfacer a través de su acción transformadora de la naturaleza (desde este punto de vista, la teoría está siempre en función de la praxis, de la acción). El hombre se realiza en el trabajo, en él se relaciona con la naturaleza y con los otros hombres.

Esta actividad constituye la estructura económica, de la cual derivan todas las otras estructuras sociales (la estructura política y jurídica y las distintas formas de conciencia o ideologías -filosóficas, estéticas, morales, políticas, religiosas...-). La estructura económica está formada por las relaciones de producción (relaciones de propiedad que implican el dominio de unos hombres sobre otros) y por las fuerzas productivas (fuerzas de trabajo y medios de producción).
La dinámica de esta base material implica que unos hombres -los pertenecientes a la clase dominante poseedora de los medios de producción- se enfrenten y exploten a otros hombres. La lucha de clases resultante de este enfrentamiento constituye el motor de progreso de la historia, un progreso de tipo dialéctico (frente al materialismo mecanicista de Feuerbach, Marx y Engels proponen un materialismo dialéctico). El desarrollo histórico de las fuerzas productivas genera una contradicción en las relaciones de producción, que se resuelve con un cambio revolucionario en las relaciones de dominación entre clases sociales.
Al aplicar esta teoría a la sociedad capitalista, descubre la raíz de la alienación que el hombre sufre en ella en la plusvalía, y su erradicación en la toma del poder del proletariado a fin de abolir la propiedad privada de los medios de producción. Con ello se instaura la sociedad comunista, que supondrá el fin de toda dominación y la reconciliación final de la humanidad.
Desde el punto de vista de Marx, los ideales ilustrados representan a la burguesía en cuanto clase que aspira a ser hegemónica, desplazando a la nobleza. La democracia triunfante se convertirá entonces en una institución al servicio del capital, de los intereses de la nueva clase dominante. Esperar que todos los hombres, incluso los capitalistas, puedan ser conducidos por una discusión racional a abandonar sus privilegios a favor de un mundo más justo es una falacia; la acción revolucionaria (fruto de la lucha de clases) es imprescindible para ello.

F R I E D R I C H · N I E T Z S C H E

Schopenhauer, en su oposición a Hegel, defiende que la realidad, más allá de su representación o apariencia, en su esencia profunda, es una fuerza ciega que impulsa a todo ser a querer-vivir, es Voluntad.

En esta misma línea, pero distanciándose de su pesimismo y de su negación de la vida, Nietzsche hablará de la voluntad de poder como fuerza no racional que impulsa a todo ser a mantenerse y crecer, a conservarse y aumentar. Esto supone, igual que en Schopenhauer, una revalorización de las fuerzas instintivas frente a la exaltación de lo racional (exaltación que caracteriza a toda la filosofía occidental a partir de Sócrates-Platón).

Detrás de los grandes ideales de la humanidad, de la moral y de la religión, se oculta algo mucho más humano: un cierto tipo de fuerza, de hombre o de vida que impone aquellas condiciones -aquellos valores- que favorecen su crecimiento, la extensión de su dominio. En este sentido hay que entender su afirmación de que la verdad no es más que el error o la ficción útil a un tipo de vida, a un tipo de voluntad de poder (ascendente o decadente).
Su crítica de la tradición occidental se convierte, entonces, en un desenmascaramiento de la voluntad de poder que oculta. Su análisis desvela que es fruto del resentimiento contra la vida. Que se trata de una moral de esclavos que sólo favorece a una vida decadente, débil. La humanidad ha vivido hasta ahora bajo distintas formas del ideal ascético, que siempre implica una renuncia a la vida y que, por tanto, conduce al nihilismo. Frente a ello defiende una moral afirmativa, ligada a unos ideales fieles a la vida, a la voluntad de poder (eterno retorno, superhombre). La "muerte de Dios", al poner al hombre ante la nada, abre el espacio necesario para este nuevo ideal que ha de conducir al hombre más allá de sí mismo.
La obra de Nietzsche representa también una crítica de las ideas modernas (ilustradas) como fruto del resentimiento, de una visión moralista de la existencia, como cristianismo camuflado. Su pretensión de igualdad, su idea del contrato social contradice la realidad agonal del hombre, la lucha de voluntades (que inevitablemente se manifiesta como dominación). Esto le lleva a una concepción elitista de la educación y la cultura.

S I G M U N D · F R E U D



En gran medida, la obra de Freud representa una transposición de la filosofía de Schopenhauer al plano de la psicología individual y social. La realidad profunda que anima la vida del hombre no es de carácter racional, sino que está constituida por las fuerzas pulsionales del ello (pulsiones de vida y de muerte), que son inconscientes. La razón es vista como lo periférico, como la capa superficial que oculta las fuerzas irracionales que la determinan.

El hombre, esencialmente egoísta, sujeto al principio del placer, movido básicamente por la búsqueda de satisfacción de sus deseos (que nacen de las fuerzas pulsionales), renuncia a esta satisfacción por imperativo del principio de realidad. La tarea del yo, igual que la del jinete, consiste en conducir y dominar a su caballo, el ello.
También la moral oculta su origen irracional, ya que nace con el super-yo, a raíz del complejo de Edipo y de la represión de los deseos a él ligados. El super-yo, heredero de la figura paterna, actúa como conciencia moral y como ideal del yo. En caso de conflicto, castiga al yo con el sentimiento de culpabilidad, que no es otra cosa que instinto de agresión interiorizado, vuelto sobre el propio yo.

Así mismo, el origen de la sociedad y, por tanto, también de la cultura, la moral y la religión es fruto de las fuerzas irracionales. La humanidad nace con el complejo de Edipo, con el asesinato del proto-padre y sus consecuencias (su divinización, el sentimiento de culpabilidad y los tabúes y preceptos de ahí derivados). La religión es vista por Freud como una infantilización del hombre, como una ilusión que se caracteriza por el triunfo de los deseos sobre la realidad. Y la cultura es interpretada, en consonancia con las pulsiones básicas del hombre, como una lucha entre Eros y Thanatos, una lucha en la que las fuerzas libidinales intentan frenar el natural instinto humano de destrucción, agresión y muerte. Como en el caso del yo, la tarea de la cultura, consiste en administrar las fuerzas pulsionales, de modo que se alcance la satisfacción de sus demandas sin entrar en conflicto con la realidad o con el super-yo. En caso de fracaso, la neurosis o la psicosis pueden convertir la vida del hombre en un tormento.

No hay duda, pues, de lo que Freud intenta poner de manifiesto: que el hombre no es dueño ni de su propia casa, que su supuesto autodominio racional no es más que una ilusión. Es en este sentido en el que hemos de entender la afirmación de que su obra representa, después de la de Copérnico y Darwin, un tercer atentado al narcisismo humano.

 

LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX
EL SIGLO XX

Con la Primera Guerra Mundial comienza realmente el siglo XX. En ella se muestran y se definen las nuevas fuerzas que intervendrán en la historia. Especialmente a partir de esta guerra se pone en evidencia el potencial destructivo de la técnica moderna. La invención de la bomba atómica pondrá colofón a esta cara negativa del espectacular progreso de la técnica en el siglo XX. No es, pues, de extrañar que sea uno de los temas centrales de la reflexión filosófica.

En el terreno político la gran aportación de este siglo son los totalitarismos (perfectamente descritos en la novela de George Orwell "1984", publicada en 1948). La Revolución rusa (1917), al estimular los proyectos revolucionarios en todo el mundo, provocó una reacción que facilitó el triunfo a distintas formas de dictaduras y fascismos. El auge de estos regímenes totalitarios, muchos de ellos de carácter nacionalista e imperialista, desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Al margen de las innumerables bajas en los campos de batalla y en los bombardeos de la población civil, es necesario recordar las víctimas de los campos de concentración y de exterminio. Las depuraciones masivas del totalitarismo stalinista salieron a la luz pública con la obra de A. Solzhenitsin "Archipiélago Gulag" (Gulag: siglas en ruso de Dirección General de Campos de Concentración).

El desprecio por la vida humana toma cuerpo en los campos de exterminio nazi, donde se lleva a cabo la eliminación sistemática del pueblo judío y otras minorías (cabe destacar el testimonio del italiano Primo Levi que ha relatado su experiencia en Auschwitz y su posterior liberación en diversos escritos). La existencia de estos hechos representa un reto para el pensamiento, hasta el punto de que el filósofo Adorno escribiera: «La crítica de la cultura se ve confrontada con el último peldaño de la dialéctica entre cultura y barbarie: escribir un poema después de Auschwitz es bárbaro, y el hecho afecta incluso al conocimiento que explica por qué se ha hecho imposible escribir hoy poemas». El dogma de la fuerza humanizadora de la cultura se ha puesto en entredicho: «Somos los que venimos después —escribe el ensayista G. Steiner— sabemos ahora que un hombre puede leer por la noche a Goethe o Rilke, gozar fragmentos de Bach o Schubert, y al día siguiente acudir a su cotidiano trabajo en Auschwitz».

Pese al antisemitismo que se extiende por Europa desde comienzos del siglo, gran parte de la cultura occidental contemporánea está en manos de este pueblo. De origen judío era Marx, así como Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, los músicos Gustav Mahler y Arnold Schönberg, los escritores Franz Kafka y Robert Musil, el crítico y periodista Karl Kraus, los filósofos Ludwig Wittgenstein, Edmund Husserl y Walter Benjamin, o el científico Albert Einstein.

Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial significó el triunfo de las democracias de masas. Con ellas el nivel económico medio de la población creció, las condiciones de vida mejoraron. Junto a las grandes potencias económicas como EEUU o la URSS, emerge Japón y, más tarde, Asia y el mundo árabe. Se forman las primeras instituciones internacionales, como la ONU. Esta tendencia a la unificación responde a la necesidad de enfrentarse a problemas, ya sean económicos, medio ambientales, técnicos, policiales o militares, que poseen un carácter planetario. La internacionalización de la economía y la globalización de la técnica imponen este tipo de perspectiva. También en este siglo, fruto de la colonización y posterior descolonización, se forma lo que se ha llamado el Tercer Mundo, donde se concentra la mayor parte de la miseria y hambre del mundo (las diferencias y tensiones de clase se desplazan hacia la oposición entre un Norte próspero y un Sur pobre y endeudado).

El acontecimiento cultural más creativo del siglo XX fue la aparición de una nueva perspectiva científica y sus efectos en el pensamiento y en la vida de la humanidad. La ciencia que mayores cambios ha experimentado es la física, a pesar de que parecía una ciencia perfecta y acabada al finalizar el siglo XIX. Al comienzo del siglo XX aparecieron dos teorías físicas revolucionarias: la teoría de los quanta de Max Planck y la teoría de la relatividad de Albert Einstein. La primera enseñaba que la energía no puede fluir de manera continua, sino que sólo se libera por pequeños "paquetes" separados llamados quanta. La segunda mostraba que las antiguas nociones absolutas de tiempo y espacio de Newton debían sustituirse por nociones relativas, es decir, variables en función de la velocidad a la que se mueven los diversos observadores, y mostraba también que el principio clásico de conservación de la masa no era válido, pues la masa varía en función de la energía que el cuerpo almacena o desprende. En paralelo a estas dos grandes teorías surgió una nueva teoría de la materia. Los constituyentes últimos de la materia no son los átomos, sino partículas mucho más pequeñas, como los protones, neutrones y electrones. El posterior descubrimiento de la fisión del átomo, combinado con la famosa fórmula E= m c2 de Einstein, hizo posible la obtención de grandes cantidades de energía a partir de dicha fisión.

Es de destacar también la interpretación probabilística de la mecánica cuántica desarrollada por Werner Heisenberg, que le llevó a enunciar el llamado "principio de indeterminación". Según este principio es imposible determinar a la vez y con precisión absoluta la posición de una partícula y su cantidad de movimiento. Desde entonces la mecánica cuántica se apartó del determinismo clásico laplaciano, según el cual el estado de un sistema está definido unívocamente por la ecuación de su movimiento y por sus condiciones iniciales. La visión mecanicista ha desaparecido.

Otra gran revolución científico-técnica, que también marcará la vida de la humanidad, es la que se ha llevado a cabo en la microelectrónica. Aunque es una revolución que sólo está en sus comienzos, la presencia de la informática y de la cibernética es cada vez mayor en todos los campos de la vida social. Sus consecuencias para la vida humana todavía están por ver, sin embargo el filósofo marxista Adam Schaff afirma que esta revolución conlleva «un inevitable cambio de las relaciones sociales que conducirá al derrumbamiento de la civilización actual».

PANORAMA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

La filosofía del siglo XX es en gran medida deudora del XIX. La sombra de Hegel, Marx, Comte, Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche se extiende sobre esta época. Así la influencia de Marx se encuentra, entre otros, en la escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Habermas). Desde ella se hizo una crítica de la sociedad industrial y de la razón instrumental a ella ligada. Marcuse en "El hombre unidimensional" mantiene que la ciencia y la técnica han conducido a un pensamiento positivo o unidimensional que pretendiendo describir los hechos, elimina los conceptos que permiten entenderlos. Además en esta sociedad tecnológica el hombre queda reducido a una sola dimensión: la del interés económico y el confort. Mediante esta uniformización del pensamiento se logra una dominación disimulada sobre las masas. Frente a ello Marcuse reivindica la pertinencia de los planteamientos de Marx y Freud.

El psicoanálisis freudiano hunde sus raíces en la filosofía de Schopenhauer y coincide con algunos planteamientos de Nietzsche. Por ejemplo, en su crítica a la concepción racional del ser humano. La razón es sólo un instrumento en manos de fuerzas no racionales. Las fuerzas pulsionales de naturaleza inconsciente (pulsiones de vida y de muerte) son para Freud la fuente de todo el comportamiento humano. De ahí que la sexualidad -y el famoso complejo de Edipo- desempeñe en su obra un papel principal. El yo es sólo un administrador de las demandas del ello (sede de esas fuerzas inconscientes). El hombre, básicamente egoísta, se mueve en busca de la satisfacción de sus necesidades, pero en esa búsqueda debe de tener en cuenta las limitaciones que impone la realidad exterior y su super-yo (conciencia moral), que es la fuente del sentimiento de culpabilidad. La incapacidad del yo para administrar estas fuerzas desencadena procesos neuróticos y psicóticos.
La influencia de Freud está presente a lo largo de todo el siglo y no sólo en el terreno de la psicología (Jung, Adler, Reich, Rank, Fromm, etc.), sino en todos los campos de la cultura (por ejemplo en el movimiento surrealista y otras vanguardias artísticas) y en el lenguaje popular.

La afirmación del carácter esencialmente práctico del conocimiento, presente bajo distintas formas en Marx y Nietzsche, llega a su madurez con el pragmatismo, que se inicia en Norteamérica a finales del XIX y se extiende por el XX. Charles Peirce, su fundador, sostiene que el significado de una cosa viene dado por el tipo de acción a la que da lugar. Todo significado es una regla de acción para el hombre. La verdad no es independiente de la acción; verdad y falsedad dependen del éxito o del fracaso a que conduce la acción promovida. La verdad de nuestras ideas radica en su poder de actuación. El criterio de verdad es, entonces, el resultado de esa acción. Esta línea de pensamiento prosigue con William James y John Dewey.

También a caballo entre el siglo XIX y XX se encuentran una serie de filósofos que, influidos por el impacto de las teorías de Darwin en la biología y por la obra de Nietzsche, otorgan a la noción de vida un lugar central en su reflexión (vitalismo). Wilhelm Dilthey, principal representante del historicismo, se propone determinar, en polémica con el positivismo, las características específicas de las ciencias del espíritu o ciencias humanas frente a las ciencias de la naturaleza. El método con el que estas ciencias deben acercarse a su objeto, la realidad histórico social, no es de tipo conceptual. No deben buscar la explicación mediante el recurso a conexiones causales, sino la comprensión, que se alcanza a través de la vivencia interior de una realidad exterior individual e histórica.

Henri Bergson también se enfrenta a la concepción positivista y mecanicista de la realidad. Influido por el evolucionismo, el espiritualismo y las aportaciones científicas, su filosofía busca conciliar todas estas fuentes. La realidad está atravesada por un impulso vital que da a la evolución un carácter ajeno al mecanicismo. La libertad, la intuición, el élan vital son nociones claves de su pensamiento. De ahí que a su doctrina se le califique de «espiritualismo evolucionista», «intuicionismo» o «filosofía de la vida».

El racio-vitalismo del filósofo español Ortega y Gasset está influido por los dos filósofos anteriores, así como por Nietzsche y la fenomenología de Husserl y Heidegger. Critica las concepciones que tratan de imponer las estructuras de la razón a la realidad, ya que eso supone expulsar a la vida de dicha realidad. Ortega no niega el valor de la razón, pero reconoce sus bases irracionales y la pone al servicio de la vida. En este sentido la metafísica tradicional ha olvidado que la vida es la realidad radical. Por otro lado el hombre no es, entonces, naturaleza, sino historia. No es ni pura biología, ni cogito aislado; es lo que hace y lo que le pasa, es decir, el hombre está siempre inmerso en una circunstancia real, concreta, histórica. De ahí la famosa expresión orteguiana: «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Esta tesis implica una defensa del perspectivismo: la realidad no puede ser vista sino desde el punto de vista, desde la circunstancia que cada uno ocupa en el mundo. Algunas de las posturas de este filósofo polemizan con otro pensador español de la generación del 98, gran lector de Kierkegaard, Miguel de Unamuno.

A Kierkegaard se le considera como el precursor del existencialismo contemporáneo. Es difícil señalar sus rasgos peculiares, pues tuvo desarrollos muy dispares. En principio es fruto de la profunda crisis generada por las dos guerras mundiales. Su éxito se debe al uso de la novela, el teatro y los escritos periodísticos de autores como Albert Camus, Marcel, J.P. Sartre y Simone de Beauvoir. Para estos autores el hombre se hace a sí mismo a través de sus elecciones libres. En él la existencia precede siempre a la esencia. El hombre es un ser arrojado al mundo, condenado a la libertad. Sólo desde esta libertad puede el hombre dotar de sentido a su vida. No hay un sentido previo, el absurdo es condición inicial. Sólo desde el reconocimiento de la propia libertad radical el hombre puede autoelegirse. En las últimas obras de Jean-Paul Sartre esta perspectiva se complementa con una aceptación de la filosofía marxista.

El existencialismo aplicó también el método fenomenológico al análisis de la existencia. La fenomenología de Edmund Husserl pretende convertir a la filosofía en ciencia estricta frente al dominio del relativismo y el escepticismo. Husserl escribe en un momento en que las transformaciones científicas habían provocado la crisis del positivismo. Su intención es superar la crisis de la ciencia aportándole una nueva fundamentación. Su proyecto parte del cartesianismo, pero pretende ir más allá de Descartes. La conciencia, el cogito, no es algo cerrado en sí mismo, está siempre "abierta a...", la conciencia es siempre conciencia de... (alguna cosa). A este abrirse de la conciencia le llama intencionalidad. La conciencia no es, pues, ni la cosa pensante cartesiana, ni el yo psicológico, sino que es el espacio abierto donde se manifiesta el fenómeno. La descripción de lo que nos es dado en la conciencia constituye el método fenomenológico.
La llamada de Husserl a «regresar a las cosas mismas» debe entenderse en el sentido de atenerse a lo dado a la conciencia, a los fenómenos. Éstos no tienen un carácter ocultador de la realidad, por el contrario son reveladores de la esencia. Pero no se trata de los fenómenos que describe la ciencia, sino de unos fenómenos más fundamentales, que se dan a la conciencia previamente sometida a una depuración de todo presupuesto y prejuicio. Esta depuración o reducción permite describir las esencias de los fenómenos dados a la conciencia. Al limitarse a describir lo que aparece a la conciencia, poniendo entre paréntesis todo presupuesto, el fenomenólogo puede captar las esencias. De este modo la fenomenología representa también un intento de superar las posturas realistas e idealistas optando por un camino intermedio: no parte del objeto ni del sujeto, sino de la intencionalidad de la conciencia, de la presencia inmediata del fenómeno en la conciencia.

Colaborador de Husserl fue Heidegger, pero su pensamiento siguió un camino propio. Más allá de la polémica creada por su actitud equívoca ante el nazismo, su obra es de referencia obligada. Heidegger critica a toda la tradición filosófica el haber olvidado la pregunta fundamental, la pregunta por el ser. La filosofía occidental olvida el ser para centrarse en el ente. En "Ser y Tiempo", proyecto inacabado, remite la cuestión del ser a un análisis fenomenológico de la existencia humana (Dasein), ya que el hombre es el ente cuyo existir consiste en estar abierto al ser. Analiza en esta obra las categorías fundamentales de la existencia humana, del Dasein: ser-en-el-mundo, ser-entre-las-cosas, ser-con-los-otros, ser-para-la-muerte. El problema del ser es la constante de sus obras posteriores. Para él la historia de Occidente está marcada por el nihilismo (Nietzsche), pues ya desde Platón el pensar cae en el olvido del ser al preguntarse exclusivamente por el ente. Esta tradición metafísica culmina en Nietzsche y su manifestación es el dominio técnico del mundo. Se ha olvidado que la verdad no es esencialmente una propiedad de los juicios (la verdad como adecuación entre el pensamiento y la realidad), sino el desvelamiento del ser (que es el sentido etimológico del término griego alétheia). El hombre no es simplemente un ente entre otros entes, como erróneamente piensa el humanismo, sino que su esencia consiste en abrirse a la verdad del ser; el hombre no es «el señor del ente, sino el pastor del ser», y «el lenguaje es la casa del ser». Este abrirse al ser escapa al pensamiento conceptual, pues al querer determinarlo lo pierde. Es necesario acudir a una forma de pensamiento capaz de aclarar sin determinar. De aquí el interés de Heidegger por los poetas (Hölderlin, Trakl, Rilke): la poesía abre un acceso al ser más directo que el concepto y que la técnica racional.

Hans-George Gadamer, padre de la hermenéutica, será quien prosiga esta línea de pensamiento que indaga en la relación entre arte y verdad, entre poesía y conocimiento. El tipo de interpretación que requiere la apreciación de la obra de arte pasa a ser el modelo teórico fundamental de nuestro conocimiento: no es la ciencia, ni específicamente las ciencias naturales el modelo del saber, sino la interpretación que el arte y la poesía requieren.

La peculiaridad principal de la filosofía del siglo XX es, como vemos, la importancia concedida al lenguaje como objeto de reflexión. Ya en Nietzsche estaba presente este tema, pero será Wittgenstein quien de manera explícita lleve a cabo este giro lingüístico. La centralidad del lenguaje será clave en la filosofía analítica. Ésta hereda del neopositivismo la tesis de que la filosofía no tiene como función aportar conocimientos sobre el mundo, cosa que ya hacen las ciencias particulares. La función de la filosofía es el análisis del lenguaje. A diferencia del neopositivismo que se centra en el análisis lógico del lenguaje científico, la filosofía analítica se ocupa del análisis lingüístico del lenguaje «ordinario». Siguiendo las tesis de las "Investigaciones filosóficas" de Wittgenstein, defienden que el uso que hacemos del lenguaje es fundamental para su comprensión; comprenderlo significa entonces situarlo en su contexto vital y pragmático. Se trata, por ejemplo, no de preguntarse qué es el bien, sino qué queremos decir cuando empleamos ese término, qué uso le estamos dando. La finalidad de la filosofía es aclarar el uso que en cada caso hacemos del lenguaje a fin de evitar pseudoproblemas y no recaer en usos erróneos, como ocurre en buena parte de la metafísica. La filosofía analítica se desarrolla en las escuelas de Cambridge (J. Wisdorm) y de Oxford (G. Ryle, J.L. Austin, P.F. Strawson, F. Waismann, J.O. Urmson, E.E. Toulmin, etc.). Entre los pensadores norteamericanos cabe destacar al especialista en lógica W.O. Quine.

El positivismo de Comte tiene su continuación en el neopositivismo o empirismo lógico iniciado por el Círculo de Viena, que está también influido por la obra de Wittgenstein y Bertrand Russell. Ofrecen una concepción científica del mundo de carácter marcadamente antimetafísica. En polémica con su concepción inductivista, desarrolla sus tesis Karl Popper, defensor de un racionalismo crítico. Los temas de epistemología y filosofía de la ciencia pasan a ser centrales. La polémica se continúa con las aportaciones, entre otros, de Kuhn, Lakatos y Feyerabend.

Fiel a la metafísica tradicional es la llamada neoescolástica, de raíz fundamentalmente tomista. Este movimiento lleva a cabo una relectura de la obra de Santo Tomás de Aquino teniendo en cuenta las aportaciones de Kant, Hegel y Heidegger principalmente. J. Marechal, J. Maritain, C. Fabro y el teólogo K. Rahner son sus principales representantes.

Dentro también del pensamiento cristiano se sitúa el personalismo, cuya fuente de inspiración se encuentra en la concepción cristiana del hombre, que otorga a éste un valor absoluto en cuanto persona. El núcleo del personalismo se encuentra en Francia, en torno a su fundador Emmanuel Mounier. Su pensamiento se opone al panteísmo, al afirmar la existencia de un Dios personal; al idealismo y al materialismo, al defender la autonomía de los espíritus finitos y su irreductibilidad a la materia; y al colectivismo e individualismo, al sostener el valor absoluto de la persona y la necesidad del reconocimiento mutuo de este valor.

También en Francia se inicia el estructuralismo, que se inspira en la lingüística de Ferdinand Saussure. Éste considera la lengua como un sistema de signos, comparando el juego de la lengua con una partida de ajedrez: el valor de cada pieza depende de su posición en el tablero, todo el sistema varía con la modificación de una pieza, de modo que lo único importante es el sistema de relaciones que se crea entre las piezas.
El estructuralismo más que una escuela es un método que se aplica a las ciencias humanas y comporta ciertas implicaciones filosóficas. La explicación de un fenómeno no se logra mediante el análisis de sus componentes, sino atendiendo a las relaciones que se establecen entre ellos en el seno del sistema, de la estructura a la que pertenecen. Así toda investigación debe centrarse en las relaciones entre los elementos y descubrir las reglas que rigen estas relaciones, a fin de construir un modelo, una estructura que responda al objeto de la investigación. Esta estructura permanece inconsciente para sus propios integrantes. Por ejemplo, si el objeto de estudio es un pueblo primitivo, el antropólogo no se conforma con el modelo explicativo creado por esa cultura, sino que, atendiendo a las relaciones de sus integrantes, busca la estructura profunda que sustenta las relaciones de esa comunidad.
Este método es el empleado por C. Lévi-Strauss, iniciador del estructuralismo, en sus investigaciones de etnología. También en él se inspira Lacan para llevar a cabo una relectura del psicoanálisis freudiano. Althusser y Foucault, aunque negaron explícitamente su pertenencia al estructuralismo, se les suele encuadrar en él. La obra de Althusser es una reinterpretación del marxismo como teoría científica de la historia. Entre los objetos de investigación de Foucault se encuentran las instituciones psiquiátricas, penitenciarias y la sexualidad. En cada caso busca las condiciones ocultas que posibilitan la constitución de los distintos saberes que permiten la exclusión y condena de los sujetos (locos, criminales, pervertidos, etc.). Este análisis le lleva a poner de manifiesto la red de poder que en cada momento hace funcionar a la sociedad.

Este breve recorrido por la filosofía del siglo XX no es ni mucho menos completo. No todos los que son están: en los inicios de la sociología, Max Weber y Emile Durkheim; en la tradición marxista, Lukács, Gramsci y Ernst Bloch; en relación con la fenomenología, Max Scheler, N. Hartmann y M. Merleau-Ponty; en la nueva filosofía judía, M. Buber y F. Rosenzweig; en la crítica de la cultura, Walter Benjamin; en la antropología filosófica, Arnold Gehlen; en la reflexión política, Hanna Arendt y John Rawls; en la filosofía de la existencia, K. Jaspers; en el campo de la ética, E. Levinas; en la fenomenología de las religiones, Mircea Eliade; en el postestructuralismo, J. Derrida; en el origen de la llamada filosofía postmoderna, G. Vattimo; etc.